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2 de Diciembre de 2022

China y la hoja en blanco

Lo que está aconteciendo es extraordinario porque, aunque en China hay numerosas protestas todos los años, prácticamente todas tienen que ver con problemas locales y en este caso, por primera vez desde 1989 (que culminó con la masacre de Tiananmen) hay un movimiento nacional unido por una misma causa.

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Si el presidente Xi pensó que emergía como el “Hijo del Cielo” (denominación que se le daba a los emperadores) con todo a su favor en el nuevo período de lo que puede ser un gobierno vitalicio, queda claro que enfrentará grandes dificultades donde menos lo esperaba: en el frente interno.
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Lo que ha estado ocurriendo en China en los últimos días es extraordinario. Como consecuencia de la implacable política de “COVID cero” vigente desde enero del 2020, se han generado espontáneas protestas en diversos puntos del vasto territorio chino producto derechamente del hastío, desesperación e indignación que generan las reclusiones forzosas de las personas en sus barrios y ciudades enteras cuando surge algún foco infeccioso del COVID.

El detonante de esta oleada de manifestaciones – ¿existen las casualidades? – se originó en la ciudad de Urumqi en la provincia de Xinjiang, en la cual vive la reprimida minoría uigur. La ciudad en cuestión llevaba 100 días de reclusión (donde la población debe permanecer en sus domicilios, mientras los que salieron de la ciudad antes no pueden regresar hasta que no se levante la cuarentena) y ocurrió el jueves de la semana pasada un incendio que terminó con 10 muertos y otros tantos heridos, supuestamente por el encierro y las trabas al desplazamiento de los bomberos.

En Shanghái, una de las urbes chinas más importantes e influyentes, siguiendo con las casualidades, el sábado por la noche se reunió un grupo variopinto en la calle Urumqi para expresar su solidaridad con las víctimas y protestar contra la política de “COVID cero”. Rápidamente esto escaló a una protesta política, con personas portando hojas en blanco, criticando la censura y reclamando por libertad de expresión y de prensa. Se escucharon también gritos pidiendo la renuncia de Xi y la salida del Partido Comunista del poder.

Las hojas en blanco, que están convirtiéndose en el potente símbolo del movimiento, se fueron replicando en otras ciudades a partir del fin de semana pasado, incluyendo la capital Beijing y varias de las universidades más prestigiosas como la de Tsinghua (alma mater de Xi Jinping).

El martes, en la ciudad de Guangzhou hubo enfrentamientos de los manifestantes con la policía, incluyendo barricadas, de lo que quedó registro y empezó a circular por las redes, a pesar de la censura. Increíblemente, al día siguiente, la autoridad informó de un levantamiento parcial de las restricciones en la ciudad.

Lo que está aconteciendo es extraordinario porque, aunque en China hay numerosas protestas todos los años, prácticamente todas tienen que ver con problemas locales y en este caso, por primera vez desde 1989 (que culminó con la masacre de Tiananmen) hay un movimiento nacional unido por una misma causa.

Es además extraordinario porque, especialmente durante el gobierno de Xi, se ha construido un sistema de vigilancia social digno de “1984” de Orwell, el cual se ha perfeccionado impulsado por la pandemia. Esto incluye millones de cámaras repartidas por el territorio y un seguimiento digital, además de la reiterada exigencia de lealtad al Partido Comunista Chino que se expresa de diversas maneras. Se ha construido todo un ecosistema digital separado del mundo justamente para poder controlar mejor el ciberespacio, con una pléyade de vigilantes y censores, auxiliados por la inteligencia artificial. Es así como todas las redes sociales son nativas (WeChat, Weibo, Baidu, Youku) con exclusión (bloqueo) de las extranjeras. Por tanto, coordinarse y montar una protesta nacional es muy difícil, además de extremadamente peligroso por las consecuencias punitivas. Aun así, el movimiento se ha expandido y ha generado solidaridad internacional, con protestas de apoyo en diversas ciudades del mundo.

No obstante que es siempre muy difícil obtener información actualizada y fidedigna en China por las circunstancias antes explicadas, quedan algunas cosas en evidencia. En primer lugar, el régimen comunista está preocupado. El gobierno anunció que la política de “COVID cero” se suavizaría, sin entrar en detalles. Al mismo tiempo concedió vacaciones a las universidades permitiendo a los estudiantes retornar a sus hogares para proseguir luego virtualmente por un tiempo. Junto con estos gestos, ha comenzado la represión y el discurso de que hay fuerzas externas actuando. Incluso en una señal de preocupación oficial, la Comisión Central de Asuntos Políticos y Jurídicos del Partido Comunista, que supervisa la aplicación de la ley en China, se reunió el martes. Sus miembros culparon a “la infiltración y el sabotaje” por parte de “fuerzas hostiles” y pidieron que se tomaran medidas enérgicas.

En segundo término, parece estar claro que no hay una dirigencia que articula las protestas (por lo demás como viene ocurriendo en muchas latitudes) y que el motivo principal es el hastío con la estrategia contra el COVID. De ahí algunos, incluyendo a los estudiantes universitarios, han escalado a la protesta política. No existe certeza si lo segundo arrastrará al descontento sanitario. Por supuesto el régimen tratará de mantener el problema acotado al tema COVID, que es más fácil de manejar, incluyendo en el discurso.

La posibilidad de una derivada política tiene un antecedente que parece anecdótico, pero que tuvo gran impacto por haberse ejecutado cuando se desarrollaba el XX Congreso del PC Chino en la hiper vigilada Beijing. Ahí se colgaron dos pancartas sobre un paso elevado muy transitado y en una se leía: “Ir a la huelga. Destituir al dictador y traidor nacional Xi Jinping”. La otra decía: “No al test de covid, comida sí. No al encierro, sí a la libertad… No seas esclavo, sé ciudadano”.

A pesar de todos los intentos de censura, las fotos de los lienzos circularon por el país (en cuanto al autor queda en la nebulosa si fue detenido y por supuesto su identidad).

La situación es muy compleja para el liderazgo chino, que hace solo unas semanas emergió con más poder dentro del Partido Comunista y ahora se enfrenta con la posibilidad de una revuelta popular.

Xi Jinping se ha casado con la estrategia “COVID cero” por lo que, relajar significativamente las medidas no solo lo dejaría debilitado por haber sido forzado a ceder popularmente, muy probablemente también generaría un alto número de hospitalizaciones y muertes en el corto plazo, teniendo en cuenta que menos del 40% de los adultos mayores está vacunada y que por las bajas tasas de infección no se ha desarrollado una inmunidad de rebaño. En ese escenario, el colapso del sistema de salud dejaría profundamente herido al gobierno y su imagen de eficiencia y eficacia al servicio del bien común.

¿Qué puede ocurrir hacia adelante? Lamentablemente los medios de control y represión del régimen son formidables, por lo que, las protestas pueden ser neutralizadas en forma relativamente eficaz. Pero, por su misma característica y carecer de dirección clara, pueden también expandirse en forma más impredecible, a caballo de la política de “COVID cero” que no podrá ser desarticulada de una vez y mantendrá por tanto la causa subyacente de descontento. Expertos sanitarios estiman que un rediseño de esta política para hacerla más focalizada requiere de al menos 1 año de transición, período durante el cual debe hacerse una campaña de vacunación masiva, partiendo por los adultos mayores.

Si el presidente Xi pensó que emergía como el “Hijo del Cielo” (denominación que se le daba a los emperadores) con todo a su favor en el nuevo período de lo que puede ser un gobierno vitalicio, queda claro que enfrentará grandes dificultades donde menos lo esperaba: en el frente interno.

Ante el riesgo de una crisis interna y un desafío al poder del régimen, no puede descartarse la tentación de acudir al clásico distractivo externo, lo que incrementa los riesgos para la paz mundial. En esa línea Taiwán emerge como la primera posibilidad de crisis. También podría esperarse mayor tensión en el Mar del Sur de la China y en la relación con Estados Unidos y Japón.

¿Qué puede hacer la comunidad internacional ante lo que está sucediendo? Como lo han expresado la ONU y algunos gobiernos: observar atentamente lo que ocurre en ese país y pedir que se respete el derecho a protestar pacíficamente (al momento de escribir esta columna aún no había una declaración del Gobierno de Chile sobre el particular).

En una nota al margen, cabe destacar la declaración del primer ministro canadiense Trudeau, quien señaló el martes que a todos en China se les debe permitir protestar y disfrutar de la libertad de expresión, y que los canadienses estaban observando de cerca las protestas contra la política de “COVID cero” del país. Es imposible no asociar esto con el reciente roce con Xi en el G20 y la tensa relación bilateral de los últimos años.

Si en el mundo las democracias están en problemas por el populismo y por el auge de los autoritarismos, la buena noticia es que las dictaduras también están enfrentando crecientes problemas, porque la libertad es un elemento indisoluble de la naturaleza humana y tarde o temprano impulsa a cortar las cadenas y derribar los muros.

Esto ha quedado en evidencia en numerosas protestas de estos días en las cuales los participantes han coreado insistentemente unas estrofas de su himno nacional: “¡Levantaos, aquellos que rehúsan ser esclavos! ¡Con nuestra carne y sangre alcemos una nueva Gran Muralla! La Nación china ha llegado a su más crítico momento. ¡Que cada uno lance su último clamor! ¡Levantaos!”

 

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