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11 de Noviembre de 2023

Cultura de la cancelación

Por Teresa Le Blanc
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Teresa Le Blanc es presidenta Fundación ChileSiempre.

Esta semana el exdirector del Instituto de Derechos Humanos, Sergio Micco, fue agredido verbalmente por un grupo de estudiantes militantes de las Juventudes Comunistas y de Convergencia Social de la facultad de Derecho de la Universidad de Chile, quienes justificaron su actuar en que su presencia resultaría dañina para la comunidad.

Y es que lamentablemente durante el último tiempo la cultura de la cancelación ha ganado espacios en nuestra sociedad a pasos acelerados. Las actitudes matonescas y la censura a quienes piensan distinto son algunas de las herramientas que han utilizado ciertos detractores de la vía pacífica y democrática para resolver diferencias de opinión en contextos diversos, uno de ellos, el universitario, como ocurrió en este caso.

Aunque es lamentable, no llama la atención que jóvenes militantes de partidos que han validado la violencia como método de acción política, se sirvan de los mismos medios de quienes los dirigen para instalar su ideología en las universidades. La tendencia por supuesto que es global y no es más que otro de los productos importados por la agenda woke y los neo-totalitarios en nuestro país. Del mismo modo que se ha intentado sistemáticamente forzar verdades oficiales sin sustento en la realidad del ser humano o de las naciones, quienes impulsan estos discursos se encargan de cerrar los espacios de diálogo y de debate público. Reunidos en turbas vociferantes intimidan e incluso atacan directamente a quienes se atreven a disentir de la pseudo verdad impuesta.

La cultura de la cancelación no sólo existe por aquellos que desarrollan en sus cómodas oficinas estos dogmas y los fiscalizadores, una suerte de policía de la opinión pública, contra todos aquellos individuos o grupos considerados como verdaderos rebeldes y disidentes. En muchos ámbitos ha primado la indiferencia y la negligencia de las autoridades que deberían hacer respetar la sana libertad de expresión y de opinión, así como el trato respetuoso en un contexto de respeto cívico. En algunos incluso hay un claro auspicio al método woke, ya sea por temor a la represalia o por adhesión a estas pseudo verdades. En muchas universidades norteamericanas y europeas la situación se ha vuelto insostenible, con académicos de prestigio perseguidos por canales oficiales de las instituciones solo por expresar reparos razonables a distintas teorías propias de aquello que se considera políticamente correcto, o peor aún, por incomodar -ofender es el término preferido- a un grupo o sensibilidad en la comunidad. Nuestra experiencia reciente no se queda atrás, pues la reacción de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile fue tibia e indolente.

¿Qué hacer? Micco dio un ejemplo notable. Hizo frente a la turba matona, sin caer en su juego. Defendió su derecho, a la vez que emplazó a los intimidadores. La valentía es necesaria, pues estamos ante personas cobardes que necesitan actuar en masa para anular a individuos. Pero a veces el riesgo es muy alto y sin necesidad de realizar ni la más mínima maniobra de presión. No podemos olvidar lo que ocurrió con José Antonio Kast en Iquique el 2018. Fue golpeado y perseguido incluso en las afueras de un campus universitario en una institución estatal y financiada con fondos públicos provenientes en último término de los impuestos que pagamos todos los chilenos. Por lo mismo, la valentía individual es insuficiente. Se necesita una reprobación social generalizada y una reacción institucional capaz de hacer valer la libertad por sobre la cancelación -ya sea que se manifieste como censura previa o como represalias- y el respeto cívico por sobre el matonaje.

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