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24 de Enero de 2017

Marinovic compara caso Landerretche con La Araucanía: mapuches están lejos del “buen salvaje”

La licenciada en filosofía cita al pensador ginebrino Jean-Jacques Rousseau, y realiza una descarnada crítica al indigenismo: “qué hace (…) idealizar a los pueblos originarios como si fueran criaturas celestiales y demonizar a occidente como el culpable de su perversión”.

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En un verano marcado por el atentado bomba al presidente del directorio de Codelco, Óscar Landerretche, y posteriormente la muerte de un cuidador, asfixiado por el humo de las llamas del incendio que quemó el lugar donde trabajaba en Cañete, todos se han sumado a discutir respecto de la pertinencia de las querellas por delito terrorista presentadas por el gobierno.

Quien se sumó a esta discusión fue la licenciada en filosofía, Teresa Marinovic, la que en su última video columna en Bío-Bío, “Mapuche: ¿El buen salvaje?”, realiza una descarnada crítica al comportamiento de algunos grupos que asegura, sólo terminan invisibilizando a los mapuche.

Revisa una transcripción de sus dichos a continuación.

Lo que le pasó a Landerretche en su casa, para en La Araucanía todas las semanas. Pasa desde hace años, y pasa cada día más, y la diferencia grotesca en la forma en que reacciona el gobierno frente a un caso y el otro no tiene que ver solo con una cuestión de centralismo, sino sobre todo con un error grave, gravísimo, de diagnóstico.

Porque lo que hay en La Araucanía no es un conflicto intercultural, repito… y si el gobierno no se da cuenta es en parte porque carece de voluntad política, pero sobre todo porque está ciego. Y esa ceguera es típica de la ideología. De esos conjuntos de ideas que encajonan el pensamiento, que le quitan libertad y que lo hacen incapaz de operar sino bajo determinadas categorías. Así sea que todos los datos y la evidencia demuestren exactamente lo contrario de lo que la ideología dogmáticamente dice.

Y precisamente eso es el indigenismo, una ideología. Qué hace el indigenismo en el ámbito teórico, lo primero: idealizar a los pueblos originarios como si fueran criaturas celestiales y demonizar a occidente como el culpable de su perversión. Qué dice la ciencia al respecto, qué dice la historia y no los delirios de Rousseau sobre el buen salvaje.  Y voy a referirme ahora a datos sacados de los estudios de un profesor de Harvard. La evidencia demuestra que en las culturas originarias, uno de cada tres hombres moría asesinado por otro hombre. Uno de cada dos había matado a alguien, y en la relación con la mujer, esta era tratada como si fuera una cosa se podía raptar, comprar, regalar, o legar en un testamento como la cosa más normal del mundo. Y no quiero con esto decir que estos hombres sean peores que nosotros. Sólo quiero desbaratar el mito de que hubo una edad de oro, algo así como un jardín del edén que la civilización vino a destruir. Porque eso es falso. Los salvajes, los originarios, no son en cuanto salvajes, buenos, y pensar lo contrario es tan absurdo tan risible como el nombre del grupo que atentó contra Landerretche: individualistas tendientes a lo salvaje. Qué hace el indigenismo en el plano sicológico, construye una culpa, una culpa persecutoria que no puede ser reparada y de la que se puede lucrar al infinito. Eso constituye a las naciones en acreedoras perpetuas de los pueblos originarios. Que por supuesto son inimputables de sus delitos, porque estos son el fruto de la opresión occidental. Lo más paradójico en todo caso, es lo que hace el indigenismo con los indígenas: los vuelve invisibles. Como se dice ahora, los invisibiliza. Una pequeña elite intelectual, un grupo de presión, como podría serlo la CAM, por ejemplo, asumen la supuesta representación de la causa indígena, y con eso los problemas reales de los indígenas pasan a segundo plano. Veamos por ejemplo lo que piensan los mapuche, la base del pueblo mapuche, no los que se enfrentan a perdigones, no los que se toman fundos, tampoco los que queman camiones, ante la pregunta acerca de cuál es la medida que contribuye a mejorar la vida del pueblo mapuche, la respuesta es la que sigue. Un 19,8% quiere mejores empleos, un 40,8%, quiere mayor acceso a la educación y solo un 17% quiere cupos en el congreso. Eso dentro del total porque entre los mapuches de La Araucanía, sólo el 9% apoya esta iniciativa. ¿Son estos datos relevantes a la hora de hacer políticas públicas? Sigamos con la evidencia. Frente a la disyuntiva entre autonomía e integración responden los mapuches rurales. El 75% de ellos cree que deben integrarse más y sólo el 21% pide más autonomía. Otra encuesta sobre el mismo tema. El 36% cree que debe ser reconocido como distinto a los chilenos y el 64% cree que el Estado no debe hacer diferencia entre chilenos y mapuche. Una minoría, violenta, además, apoyada y subsidiada por instituciones internacionales, culposas y frívolas, afirma lo contrario.

Sigamos con los números. Cuando se le pregunta a un mapuche, por el compromiso con las tradiciones de su pueblo, el 67% no habla ni entiende mapudungún. Este porcentaje ha aumentado un 11% desde el 2006, y sólo el 19% va al Wetripantu, que es la ceremonia más importante de ese pueblo. O sea, la identidad mapuche es algo bastante indefinido y nada monolítico como se pretende. Algo insólito que se encuentra ante los encuestados mapuche, a propósito del conflicto en La Araucanía, el 60% apoya a los agricultores, el 40% a los camioneros. En fin. La política a favor de los mapuches parecen estar muy mal orientadas. De hecho, la gran política pública consistió en la entrega de tierras, y ocurre que el 74% de ellos viven en zonas urbanas, y sólo el 26% en zonas rurales. Que quiero decir con esto, que en el fondo la elite política está predefiniendo los intereses de la etnia. Y que eso ocurre cuando una democracia comienza a operar en función de lo que  plantean grupos de interés. En este caso con violencia de por medio. Los datos son muchísimos más, y muy interesantes. Todos provienen de encuestas distintas y serias, y confirman lo que ya es un fenómeno mundial, un desajuste profundo, una desalineación radical entre la política y los ciudadanos. Entre el discurso políticamente correcto, o de moda, y la realidad. Entre la ideología y la verdad.

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