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3 de Abril de 2017

Infiltrados en el paraíso zorrón de Lollapalooza: qué pasó al interior del Movistar Arena

En este lugar, el Sábado y domingo desde las 14.00 hasta las 23.00 horas, se presentaron los números electrónicos como Martin Garrix, Nervo y Marshmellow. Estuvo colapsado por adolescentes y púberes eufóricos.

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No importaba que estuviese tocando Metallica, Duran Duran, The Strokes, The Weekend o quien fuera. Tampoco hubiese importado si caía un meteorito o si la tierra era invadida por alienígenas. El Movistar Arena, donde se ubicaba el Perry’s Stage en Lollapalooza y donde tocaron los números electrónicos, parecía una realidad paralela y pese a su capacidad para 15 mil personas no paró de estar repleto y colapsado por adolescentes ávidos de carrete.

Desde las 14 horas las filas para poder estar en la cancha eran de tal magnitud que en varios momentos los guardias, superados por la euforia adolescente, cerraron los accesos y advirtieron a través de megáfonos que el lugar estaba colapsado. ¿Pero qué es una advertencia para centenares de colegiales empoderados?

En el lugar se presentaron artistas como Martin Garrix, Nervo, Diplo y Marshmello, representantes del EDM, la última gran ola de música electrónica que tiene loca a las generaciones sub 18 del sector oriente de Santiago. “Esto es lo que la lleva. El resto es música para escuchar, pero esto es para saltar”, contó un asistente de 15 años a El Dínamo, que esperaba entrar al Movistar.

¿Pero qué tienen estos beats repetitivos y sonidos completamente sintéticos, que a ratos recuerdan el sonido de una aspiradora y  que de seguro espantan a cualquier amante del pop de otras generaciones, que encanta a estos jóvenes? Al entrar a la cancha, la respuesta se hace obvia: la euforia.

El show repleto de luces y la actuación de los DJ superestrellas, que probablemente y a diferencia de muchos DJ de la vieja escuela, solo le dan al botón play, son un pretexto para saltar, hacer pogo y sacarse la polera. La adrenalina que los más antiguos conseguían pegando patadas en Metallica o Limp Bizkit, los adolescentes la encuentran en estas ruidosas descargas electrónicas.

¿Qué alternativa le entrega el rock actualmente a un joven que quiere saltar durante 4 horas seguidas en un concierto? Ninguna. El olor a espíritu adolescente se encontraba en Movistar Arena. 

Al igual que los pokemones tenían sus propios códigos de comportamiento en 2006, los adolescentes nos explicaron que también había reglas no escritas en estos conciertos. Una de ellas es que cuando la música baja su intensidad, es un aviso de que viene la parte más esperada de los tracks: el drop.

Este es el momento en que la música empieza a subir de nivel hasta llegar a una suerte de explosión. En los segundos en que el drop se está anunciando, se forma un círculo con un vacío en el medio. Y cuando el drop explota y llega al climax, los jóvenes comienza a saltar y darse empujones como en cualquier concierto metalero.

Otra regla es que en estas fiestas no hay ponceo. La moral pokemona de sexualidad libre sigue practicándose en las fiestas de reggaetón, pero los adolescentes adictos al EDM dicen que van “en su propia volada”. Como son menores de edad, el insumo por excelencia son las bebidas energéticas. “Nos tomamos como 3 cada uno”, cuenta otro joven que baila desenfrenadamente durante Nervo.

En cuanto a baile, los entendidos nos explican que existen dos tipos: el salto y el shuffle. El segundo es estilo libre y en solitario. El primero encuentra su espacio cuando revientan los drops. “El reggaetón sigue siendo más popular. Pero no tiene la adenalina y la euforia de estos conciertos. Es más para bailar con una mina, pero es menos explosivo”, explica otro joven de 18 años de cabello rubio vestido con una sudadera rip curl, short y un jockey fosforecente. 

Las mujeres de cabello generalmente rubio, largo y liso, suelen ir arregladas con glitter en la cara, corona de flores, y llevar puesto un peto o bikini, o lo que sea que deje el ombligo al aire. Mientras que el uniforme de los hombres parece ser una sudadera que deje a la vista los músculos y un bronceado de surfista, un jockey estrafalario, y algún traje de baño más abajo de la rodilla. A ratos los hombres bailan sin polera. Pero pese a que tanto esta música como sus fanáticos suelen ser catalogados como zorrones, los asistentes lo niegan. Aunque solo en parte.

“Es verdad que cada vez es más zorrón el ambiente. Por la forma en que los hombres se visten y porque muchos vienen solo a topear y no conocen nada de música. Pero creo que es prejuicioso catalogar a una música de ‘zorrona’ o a alguien de ‘zorrón’ solo por escuchar un estilo“, reflexiona una adolescente de catorce años.

“Yo no soy zorrón. Pero es verdad que muchos ven estas fiestas como zorronas. Generalmente es gente que nunca ha ido a una”, dice otro adolescente de 16 años que asistió a la fiesta en la que nunca fue de día.

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