Mi primer vibrador
Hace tiempo que jugaba con la idea. Pero admito que me daba vergüenza. Me gustaba, pero me asustaba. Quería, pero no podía.
Hace tiempo que jugaba con la idea. Pero admito que me daba vergüenza. Me gustaba, pero me asustaba. Quería, pero no podía. Hasta que llegó a mí una gift card de Japi Jane, por una muy nada-despreciable cantidad de dinero. Y ya no pude hacerme la loca con mis impulsos, al fin, el momento había llegado, y podía darle rienda a mi curiosidad. Matar al gato (lo que es chistoso si se piensa que en inglés gato se dice “pussy”).
Fuimos con mi pololo a la tienda (me pareció apropiado, por lo menos tenía que conocer al que sería su reemplazante en mis noches solitarias), y lo primero que nos sorprendió al entrar fue lo llena que estaba. Yo pensé que íbamos a ser los dos en un mar de juguetes sexuales con la vendedora mirándonos, pero no. Había mujeres, había parejas, todos muy normales, todos ocupados en sus asuntos. Nadie te mira raro, nadie se ríe bajito. Hay muchas cosas divertidas aparte de los vibradores, y aunque hay algunas cosas que se adivinan con la forma, la verdad es que dan ganas de preguntar para qué sirve todo.
Pero bueno, había que ocuparse del “asunto”, y ahí estaba yo. Al frente de una mesa llena de vibradores. Me sentí como cuando era niña y me daban plata para elegir algo en el súper. Excepto que esta vez los juguetes no costaban mil pesos, y no eran mis papás los que me esperaban con cara de “ya pues que tenemos que ir a almorzar”, sino que era mi pololo con cara de “ése no que es muy grande”.
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