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19 de Mayo de 2017

Muerte de Chris Cornell en la prensa: cuando el periodismo musical parte desde el machismo

"¿Es tan complicado escribir sin encasillar a las mujeres? No nos hagamos los ciegos: esto se trata de delimitar terrenos y estilos, casi como el manoseado discurso de que el pop sería femenino y el rock masculino".

Por Karen Denisse Vergara Sánchez
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Karen Denisse Vergara Sánchez es Periodista e investigadora en temáticas de género y violencia

Confirmado, Chris Cornell se suicidó. Un deceso que se suma a las muertes de artistas que nos han ido marcando como generación. Podríamos hablar de su potente registro vocal, de su impronta en el escenario, de la manera en que jugó con los estilos como le dio la gana, importándole poco si su público se adecuaba o no a sus nuevas experiencias musicales.

Sin embargo, algo me llamó la atención muchísimo. La primera nota que leí en la mañana acerca de su deceso, publicada por el periodista Oscar Tévez en el diario El País, partía así: “Chris Cornell era el bello del grunge, el último gran movimiento del rock. Muy por encima de los otros dos padres de este género nacido en Seattle, Kurt Cobain y Eddie Vedder. Pero era mucho más que el responsable de que una escena tan masculina como el grunge atrajese al público femenino. Si Cobain eran las vísceras del movimiento y Vedder la intelectualidad, Cornell era la sensibilidad”.

Luego me dediqué a leer un poco en medios nacionales, en La Tercera, Marcelo Contreras opinaba algo muy parecido. Quizás demasiado parecido: “Chris Cornell es un extraño caso de artista con todo a su favor, incluyendo el talento perfecto para el rock clásico, una voz sencillamente extraordinaria capaz de erizar la piel, y una facha que logró lo imposible, que las mujeres se sintieran atraídas hacia un género profundamente masculino. De las estrellas del grunge, solo Kurt Cobain lo antecedía en relevancia”.

Pensé en lo similar de ambos discursos, rondando casi el plagio.
Primero omiten a una gran cantidad de músicos influyentes del grunge, y luego aseveran que Cornell fue el principal artífice (por su físico) de que las mujeres escucharan este estilo. No voy a decir que escuchen a las mujeres icónicas que hacen grunge, porque de seguro las conocen (de no ser así no me los imagino comentando música en medios tan reconocidos), sin embargo el sabor amargo no se va. ¿Por qué hablar solo de físico como una de las principales razones por las cuales las mujeres nos acercaríamos al grunge? ¿Qué hace que dos periodistas confluyan en una aseveración tan potente sobre lo que preferiría más de la mitad de la población del planeta?

¿Tan difícil es reseñar desde la propia experiencia y emoción, y no desde las generalizaciones? ¿Es tan complicado escribir sin encasillar a las mujeres? No nos hagamos los ciegos: esto se trata de delimitar terrenos y estilos, casi como el manoseado discurso de que el pop sería femenino y el rock masculino.

Hubo un tiempo donde leer un adiós musical era sentir el dolor y la presencia en cada parte de la piel. Era sentirse en las palabras de quien escribiera el artículo, momentos donde aún se compraba la revista de papel, se recortaban las reseñas y se pegaban en el cuaderno de colegio donde compartíamos las letras de nuestras canciones favoritas. A veces incluíamos los acordes, esperando ser parte alguna vez de ese sueño adolescente de la banda musical propia en el garage.

La generalización de Contreras no es nueva. Sumido en su bagaje musical (que no tengo por qué cuestionar) se atreve a aseverar, ante las mujeres que le preguntan por este tendencioso párrafo, que él ve esta realidad día a día en los conciertos que asiste y el trabajo que realiza. Incluso en redes sociales, asevera que según él las mujeres se dejan llevar por lo puramente estético a nivel musical, versus los hombres que se fijarían en el registro vocal o la potencia de las bandas, hecho que se constituiría como algo innegable.

¿Es la asistencia a conciertos el indicador de qué estilo prefieren más hombres y mujeres? Spotify entrega anualmente una investigación sobre lo que escuchan sus usuarios. Según sus estadísticas, hombres y mujeres tienen gustos bastante parecidos: ambos confluyen en 30 artistas en común de una lista de 40. ¿Podemos medir la calidad de seguidores de una banda por quien tiene el poder adquisitivo de ir a un concierto? Recuerdo tiempos donde éramos niños y eso no limitaba que fuésemos fanáticos de alguna banda, tampoco el dinero.

La omisión de las mujeres en el plano musical (en tanto artistas o fans) es algo político. La música también influye en la formación social, es más, construye identidad. Así lo señala Susan McClary, musicóloga influyente de los años 80 y 90 y profesora de la corriente de la nueva musicología, quien derriba la percepción tradicional que define a la música como un lenguaje universal, trascendental y autónomo, y propone, en cambio, la consideración de ésta como un discurso cultural que mantiene una relación de reciprocidad con el sistema social en el que se encuentra.

Si tomamos las palabras de McClary, nos damos cuenta que el grunge no sólo apareció como un estilo particular por mero azar: fue el reflejo de un discurso cultural que estaba en conflicto con la historia norteamericana de ese entonces: militarizada, individualista, masculinizada y con aires de salvación. Por eso no era de extrañar que los músicos que señala Contreras en su artículo, así como los que omite, por ejemplo Layne Staley, Andrew Wood, Kim Gordon, Courtney Love, Scott Weiland o Kim Deal, estaban en constante cuestionamiento con la sociedad y con ellos mismos. Cobain desafiaba el machismo, la homofobia y los roles masculinos impuestos por la década asistiendo a entrevistas vestido de mujer, incluso señalaba en Territorial Pissings: Never met a wise man, If so it’s a woman (Nunca conocí a un hombre sabio, y si así fuera era mujer).

Cornell también deslizó su crítica hacia los totalitarismos que buscaban encasillar su música o colaboraciones. Cuando se le preguntó por qué había surgido Audioslave en conjunto con una banda tan política como Rage Against The Machine, dijo: “Líricamente procuro no adoptar un punto de vista crítico sobre ninguna materia en concreto. No puedo decir qué está bien o mal si no tengo ni idea de qué estoy hablando. No soy ese tipo de pensador”.

Quizás sería mejor hacerle caso a esto último, y que ambos periodistas no volvieran a usar la excusa del “periodismo de opinión” para hablar por una parte de la población que tiene voz y gustos propios. Así ambos textos podrían haber terminado siendo testimonios bellísimos de cómo impacta la música en una persona y no un cuestionamiento sobre qué tan fan somos de alguien, o qué tan hondo nos caló la potente voz de Cornell y sus múltiples estilos, justo en el momento en que creíamos que había sorteado los peligros de pertenecer a un club trágico, y que lo veríamos envejecer como la leyenda viviente de un estilo que nos marcó profundamente.

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