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10 de Octubre de 2017

Muy solos: análisis sobre “Blade Runner 2049” sin spoilers

"En el cine de Villeuneve, al menos en estas tres películas suyas, los personajes principales están desafiados a raíz de lo que hacen. Y son las circunstancias, no la acción, lo que los va reviviendo".

Por Pato Cuevas
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Pato Cuevas es Periodista autónomo, profesor malhablado.

Así como una novela de Philip K. Dick sirvió de punto de arranque para Blade Runner en 1982, igual cosa acontece cuando vas a ver Blade Runner 2049 y tienes dentro tuyo -por generación, porque te gustaba, porque te tocó verla- la primera película. Con fortuna, ambas se despegaron con cierta autonomía del lugar donde se originaron. Y entonces tienes dos universos diferentes dentro de una cosmovisión. Esto, por cierto, es más evidente al pasar de una novela a una película. Y no lo era tanto cuando nos enteramos que su director Ridley Scott buscaba manos para elaborar una secuela de Blade Runner 30 años más adelante en el tiempo y tenía como soporte otra película.

Pero resultó.

Desde 1982, a propósito de que Scott re-editó la original cuántas veces pudo para poder recuperar lo que en un inicio no logró (en la época del estreno fue un fracaso), Blade Runner se volvió una plantilla cultural: está contada en clave de policial negro, se viste con la noche, las sombras y la lluvia, utilizó en su momento la voz en off del protagonista para hacer concreto lo que las imágenes dispersaban; y además es, en definitiva, una cándida historia de amor.

Como sus audiencias se fueron sumando a lo largo de los años y Blade Runner se volvió extrañamente popular, otras películas sintieron ese peso, y traspasaron la forma de contar la historia y de mostrar el mundo pesimista del futuro como algo bello, posible. Había en concreto siempre una sensación de nostalgia por ese futuro mal resuelto, lleno de almas condenadas y gente menospreciada.

Entonces, Blade Runner 2049 podía utilizar el calco de esa plantilla cultural de la forma que J.J. Abrams lo hizo al re-fundar el universo Star Wars y salir con algo tan políticamente correcto como El Despertar de la Fuerza (tan segura de sí misma, tan limpia y tan predecible, pálida enfrente de la emocionante Rogue One).

Sorprende que no sea así. Blade Runner 2049 se instala para determinar que la película original no sea más que un archivo de audio, una mala copia o un fragmento de algo que sucedió a medias. Esta nueva visita, 30 años después, centra su narración en la sensación íntima de un personaje artificial que, a propósito de una nueva búsqueda en clave policial, necesita explicar un mundo repleto de muros y reglas, lleno de rutinas y sutiles prohibiciones. Un mundo que, cualquiera sea tu condición, te deja solo.

Ahí su director, Denis Villeneuve, demuestra que lo suyo no tiene que ver con los mundos creados o la ciencia ficción y la anticipación, sino que tiene más interés en elegir el tono de una historia a propósito de lo que un personaje principal descubre. El traspaso de fronteras era el descalabro y descontrol moral en Sicario y el personaje de Kate Macer (Emily Blunt) es testigo de cómo eso se difumina por túneles y cámaras con sensor de calor. En el caso de la Dra. Luoise Banks (Amy Adams) en Arrival, los recuerdos permiten discernir que el mundo (el sentido del tiempo) cambia enfrente de sus ojos luego de que no tenía nada que perder a raíz de la muerte de su hija.

K, o Joe, interpretado por Ryan Gosling, es un robot obediente cumpliendo su misión de retirador de androides rebeldes o replicantes, con un aparataje emocional a modo de prótesis para controlar cualquier problema. Pero la evidencia será demasiado potente y más allá de las consecuencias de la acción, que se toma su tiempo, significa re-situar una pregunta más concreta que la primera Blade Runner proponía: ¿por qué estoy solo? ¿De dónde vengo? ¿Cuánto me queda?

En el cine de Villeuneve, al menos en estas tres películas suyas, los personajes principales están desafiados a raíz de lo que hacen. Y son las circunstancias, no la acción, lo que los va reviviendo.

Blade Runner 2049 se toma su tiempo, abraza el misterio, pospone la acción lo que más puede, y donde es más hábil es en mostrar la perplejidad que provoca darnos cuenta de que estamos solos. Muy solos.

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