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27 de Julio de 2018

Una lectura crítica a la marca “Bolaño”

"Bolaño (y no los Bolaños) hoy en día es elevado a la condición de clásico, imperdible, de moda. Santificado por el mainstream, se vuelve sentido común, epítome, marca genérica, acervo difuso de loas y congratulaciones".

Por Francisco Marín Naritelli
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Francisco Marín Naritelli es Profesor de la carrera de Periodismo, Campus Creativo, Universidad Andrés Bello

Cuando hablamos de Roberto Bolaño, por lo general, cometemos un error. Porque no hablamos de un “solo” Bolaño, hablamos de varios. Sí, en plural. Pues claro, no es asimilable mecánicamente el autor que escribe “Los detectives salvajes”, obra con honda proyección e influencia, con la fragmentaria y monumental “2666”. Tampoco “Putas asesinas” con “Nocturno de Chile” o “Amberes”. Y así suma y sigue. Si bien hay un estilo, un lenguaje lacónico, sencillo, directo, casi científico, al igual que Hemingway o el primer Piglia, no es lo mismo. Hay procesos, evoluciones. Hay maduraciones. Difícilmente los lectores poco precavidos leen de manera progresiva. Incluso, temporal, transtemporal o intertextual. Muchos leen uno o dos libros. Los pocos, los fanáticos, algunos más.

¿Cuál es el problema? Para bien o para mal, Bolaño está de moda. Lecturas críticas, congresos especializados, documentales y películas buscan desentrañar el “universo Bolaño”. Por estos días: “La biografía inventada” del chileno Nicolás Lasnibat y “Los desiertos de Sonora” de la mexicana Paty Godoy. Antes fueron: “Bolaño cercano” (2008), “El último maldito” (2012) y “La batalla futura” (2012) o “Il futuro” (2013). Pero ¿cuál Bolaño es el que aparece?, ¿cuál Bolaño es el que quieren que aparezca?

Desde luego, Bolaño (y no los Bolaños) hoy en día es elevado a la condición de clásico, imperdible, de moda. Santificado por el mainstream, se vuelve sentido común, epítome, marca genérica, acervo difuso de loas y congratulaciones. Lamentablemente, la depredación editorial ha colaborado con esto, entregando nuevos libros que, en teoría, nunca debieron haberse publicado. Irónico, por decirlo menos. El taller del escritor es un universo secreto, que no ve la luz porque pertenece a una disposición incómoda, prescindible. Como un mazo de cartas que se baraja a placer, que plantea materiales en disputa. Claramente Bolaño (con todos sus Bolaños encima), un autor sesudo, polémico y obsesivo, vería con espanto aquella profanación. Aunque tal vez, con ironía, volvería a referirse a “los canallas y tontos”, esos que pueblan el oficio de la escritura.

Sin embargo, el desafío es complejizar el asunto, tentar nuevos desciframientos a la vez que nuevos enigmas, no coartar las potencialidades de un autor polifacético que era novelista, pero más poeta. Menos poeta y más vanguardista y subversivo. Estar más cerca para estar más lejos, como un elástico que expande los muchos Bolaños existentes. Al fin y al cabo, como dice Borges, el arte es la “inminencia de una revelación que no se produce”. Los Bolaños, quizás, también pertenecen a dicha dimensión.

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