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5 de Septiembre de 2022

Del antes y del después

Según mi humilde opinión, ahora quedan dos caminos para que tengamos una Constitución moderna y correcta (lo que difícilmente nos sacará del pozo en que nos encontramos, pero puede ayudar…) y que por lo menos no impida que Chile avance.

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A pesar de que todas las encuestas pronosticaron el triunfo del Rechazo, ni los más optimistas o pesimistas se imaginaron la contundencia con la cual la ciudadanía votó contra lo que yo anteriormente llamaba “mamarracho”: el texto de la propuesta constitucional, elaborada por constituyentes, en su mayoría totalmente ignorantes de lo debían hacer, asesoradas/os por la extrema izquierda cuyo claro propósito era –y probablemente sigue siendo– la destrucción de nuestra sociedad. Sociedad que de manera increíble demostró que la democracia le gusta y el extremismo le despierta miedo y rechazo.

El Gobierno, principalmente el presidente y su círculo de hierro de tres secretarias/os políticos, no escondieron su preferencia por la aprobación del texto; todo lo contrario: Boric dijo abiertamente que no podrá cumplir su programa por el que fue elegido sin la aprobación de ésta nueva Carta Magna. En la medida que quedaba claro su posible rechazo, se comprometió que en caso de que de todas formas se acepte, inducirá muchos cambios, para así atraer votantes contrarios, escondiendo el hecho que según lo aceptado por más de tres cuarto de electores en la salida, esos cambios no podrían realizarse. La decisión que puede tomar el presidente es simple: si no puede realizar su programa sin ésta Constitución, entonces cámbielo. Porque su aprobación hoy, el de su programa, está a la misma altura que del texto rechazado.

Su discurso en la noche del plebiscito, sin embargo, mostró optimismo, casi alegría en medio de una leve autocrítica y el llamado a la unidad para lograr un nuevo proceso y crear una Constitución para todos, cosa que contradice su trayectoria y posición ideológica desde sus años universitarios hasta el 4 de Septiembre. Pero seamos magnánimamente  -apenitas- optimistas: quizás se dé cuenta que ese camino no era el correcto, quizás acepte que debemos imitar el de los países desarrollados en vez de los que no tengo que mencionar. Porque el presidente puede ser todo, menos tonto y ojalá trate de sacudirse las tremendas presiones de la extrema izquierda a las que se sometió para poder llegar al lugar que hoy ocupa. Y hoy más que nunca tiene la oportunidad de entrar a la historia chilena como el mandatario que cambió radicalmente su rumbo para reiniciar el camino hacía el desarrollo emprendido en 1990. Personalmente -y lamentablemente- dudo mucho que esto ocurra.

Según mi humilde opinión, ahora quedan dos caminos para que tengamos una Constitución moderna y correcta (lo que difícilmente nos sacará del pozo en que nos encontramos, pero puede ayudar…) y que por lo menos no impida que Chile avance.

Uno es retomar el camino constituyente, algo que ya costó mucho dinero y tiempo, algo que podría llevar a la impaciencia y la consecuente violencia, más inseguridad, más deterioro general si no se hace de manera rápida, pero bien organizada y con la inclusión de profesionales en la materia.

Otro es, analizar con espíritu de franqueza y mirada hacía el desarrollo qué es lo que se debe cambiar en la Constitución que tenemos (ahora automáticamente revalidada) y también, que hay positivo en el texto rechazado para ser incorporado a la actual. Este proceso con la participación del parlamento, partidos y expertos de todo el espectro político llevaría poco tiempo, poco gasto y con seguridad conformaría la inmensa mayoría de chilenas y chilenos. 

No puedo terminar esta corta reflexión sobre lo que pasó el “histórico” 4/9 sin afirmar mi convicción que una Carta Magna, si no apunta a controlar un Estado en su afán de lograr la felicidad del pueblo, en vez de controlarlo para reforzar un Estado omnipotente, solo sirve para crear un totalitarismo de algún color. Una Constitución concisa, que antepone las obligaciones a los derechos, que designe a una administración del país al servicio y no al mando del pueblo, que ponga a la justicia, el emprendimiento y el orden como primeros objetos es lo que Chile necesita.

Tanto el Gobierno por un lado, como el Congreso por el otro, deben SERVIR a quienes los eligieron en vez de apoderarse de su destino. Es esto lo que la Carta Magna debe imponer. Las y los que optaron por ser políticos, deben entender que son súbditos y no dueños de la sociedad. Que su obligación es velar por el bienestar y felicidad de ésta en vez de gozar del privilegio en su propio beneficio del puesto al que fueron escogidos. Necesitamos políticos humildes, prestos a servirnos, dedicados a nuestro progreso, seguridad y felicidad. 

Y no tengamos la falsa ilusión que la Constitución logrará el desarrollo. Éste de logra mediante el emprendimiento, paz social, instituciones que funcionen, modernización y seguridad, garantizados por ella. El resto tenemos que hacer nosotros…

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