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26 de Febrero de 2024

El centro imaginario

Ideológicamente el centro no existe, sino que es una simple integración de ideas que facilitan la convivencia social y cívica, algo de lo que nos hemos olvidado en estos tiempos violentos de la región.

Por Guillermo Bilancio
Casi como una experiencia religiosa, la política nos ofrece la brecha que parece insalvable entre socialismo y capitalismo. AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección.

Suponemos vivir en un mundo de extremos, en un mundo dónde los relatos fantásticos y fanáticos juegan a la política como si fuese un clásico de fútbol. Y en un espacio de exageración, casi una batalla de barrabravas.

Casi como una experiencia religiosa, la política nos ofrece la brecha que parece insalvable entre socialismo y capitalismo, aunque eso simplemente quede en un relato que se contrapone (salvo minúsculas excepciones), con una realidad que se traduce en un espacio de pragmatismo, ese espacio que algunos denominan livianamente “centro”.

Ideológicamente el centro no existe, sino que es una simple integración de ideas que facilitan la convivencia social y cívica, algo de lo que nos hemos olvidado en estos tiempos violentos de la región.

En un mundo dónde socialismo y capitalismo salvaje (en estado puro), no son parte de los modelos más desarrollados, ese híbrido centro pragmático está representado por aquello que para algunos es la idea light de la socialdemocracia, esa que otrora formara parte de la Internacional Socialista y que de socialista tiene bastante poco, ya que se nutre de un capitalismo competitivo, con un fuerte apego a la democracia liberal y con una lógica integración al mundo. En tal sentido, la socialdemocracia en acción y no en discurso se define a partir de tres pilares, que son los que predominan en los países que tomamos como referentes del desarrollo: Los nórdicos, Nueva Zelanda, entre otros.

El primero de los pilares es el capitalismo competitivo que lo aleja de la idea del socialismo estatista, una idea bastante alejada de lo que significa el verdadero Estado presente.

El segundo pilar es la integración a un mundo cada vez más global e integrado. Ya no se trata de liberación o dependencia, sino de integración.

Y por último, el tercer pilar está sostenido en la democracia liberal en términos institucionales: republicanismo, división de poderes.

Ése es el modelo socialdemócrata moderno en el mundo, y es justamente el modelo que los extremos en disputa, liturgia fanática de por medio, niegan para la región porque por egoísmo, tienen claro que lograrlo es ceder a los ideales más absolutos y obtusos.

En nuestra región, grieta mediante, todavía hay que discutir mucho los clichés de “socialista” o “liberal”. Lo mismo pasa con “populismo” y “progresismo”. ¿Dónde está el verdadero progresismo?

Si a un progresista le planteamos esa pregunta, seguramente va hacer profesión de fe de la izquierda como la verdad del progresismo.. ¿Pero, qué izquierda? En el mundo y en la historia, la izquierda fue una herramienta para mejorar la distribución de la riqueza y la región tiene una fábrica de pobres… ¿dónde está la izquierda?

También se habla de “la derecha”. Se dice que la derecha está emparentada con el orden autoritario. ¿Cuál es el orden autoritario? ¿El orden autoritario de las dictaduras? ¿El orden de la supremacía del más fuerte aún a costa de la libertad?

Ni una cosa ni la otra han podido resolver el bienestar general, tal vez porque a su modo los extremos se alejan de un orden democrático. Acaso el orden democrático… ¿es de derecha o es el discurso de la liberación populista? Debemos coincidir que el orden democrático es el que vive dentro del marco democrático de la ley.

De allí que el pragmatismo surge tomando lo mejor de la filosofía del socialismo y del capitalismo, lo que permite discutir sobre lo grandes temas que influyen directamente en la vida en sociedad:

¿Qué hacemos con la riqueza? ¿Distribución, expansión y/o acumulación? ¿Pueden convivir ricos y pobres ó tal vez los pobres deben ser son los menos ricos?

¿Qué sucedería si las empresas generaran riqueza, pagarían el impuesto justo, atenderían el bienestar de sus colaboradores, planteen un concepto de responsabilidad social a partir de entregar productos honestos, minimizar el impacto ambiental, fomentar la diversidad?

¿Qué sucedería si los Estados sostuvieran sistemas de educación básica de calidad para todos, un sistema de salud adecuado y niveles de seguridad y justicia que permitan una plataforma social que promueva un despegue de la prosperidad?

¿De qué depende esta utopía que dejaría sin argumentos las crisis sociales, y permitiría la convivencia?

¿Es el sistema o es quién se aprovecha de los sistemas? ¿Es el que vive declamando la desigualdad o aquel que la justifica y la disfruta?

La desigualdad económica no es sinónimo del incremento de la pobreza y no constituye nada negativo en la medida que los países escapen de la pobreza universal y sus gobernantes se preocupan en nivelar las disparidades económicas comprendiendo las diferencias.

Todo es equilibrar. El caos con el orden.

Ser pragmático es ponerse en un espacio equidistante de las ideas. Un espacio de convivencia concreta cuyo equilibrio evite guerras, revoluciones violentas y el potencial colapso de los estados, y con ello, de la democracia.

El centro imaginario es aceptación, no tolerancia. Es integración. Lo que debiese hacer un verdadero estadista de estos tiempos.

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