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21 de Febrero de 2024

Democracia defectuosa

Más allá de las causas, que dan para discusión ad eternum, a quienes preocupa cuidar la democracia esto nos recuerda la necesidad de no darla por asumida nunca, implicándonos en la tarea de su permanente relegitimación y en el fortalecimiento de su ethos.

Por José Miguel González
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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José Miguel González

José Miguel González es director de formación de IdeaPaís.

Hace pocos días supimos que Chile desciende del grupo de “democracias plenas” al de las “democracias defectuosas”, en el índice que elaboró The Economist Intelligence Unit para el 2023.

Desde luego, este tipo de estudios deben ser abordados con prevención, pues la heterogeneidad de datos, contextos y variables culturales dificultan los intentos de sistematización. Aún así, resulta útil sopesar su contenido.

De entrada es llamativa nuestra volatilidad: en este mismo índice, Chile fluctúa desde el 2020 a 2023, alternando cada año entre “democracia plena” y “democracia defectuosa”. Más allá de las causas, que dan para discusión ad eternum, a quienes preocupa cuidar la democracia esto nos recuerda la necesidad de no darla por asumida nunca, implicándonos en la tarea de su permanente relegitimación y en el fortalecimiento de su ethos.

Segundo aspecto que llama la atención, son las distintas razones que en el reporte se ofrecen para justificar los cambios de posición: en el “ascenso” del 2020, lo fundamental habría sido la prosecución de una vía democrática como forma de encaminar nuestra crisis social. Por otro lado, el “descenso” del 2021 se debería a la polarización de nuestra elección presidencial, distanciamiento de la ciudadanía con la política y la violencia en La Araucanía, principalmente. Después, el repunte de 2022 obedecería al levantamiento de las restricciones de la pandemia y al cierre del primer proceso constituyente con un masivo plebiscito, seguido de un acuerdo político para embarcarnos en otro proceso. Finalmente, en el último reporte la recaída chilena se explica por una tendencia creciente entre nuestros compatriotas a valorar más la opinión de “expertos” en desmedro de lo que digan los políticos, comentándose además que Chile sería el país en que más gente (64%) menciona el crimen como su principal preocupación.

Vale la pena atender estos aspectos cada uno por su parte.

En principio, se hace patente que una democracia vigorosa exige que se dé solución a sus momentos de mayor tensión y crisis social, por la vía de su institucionalidad. Pero también vemos que hay cuestiones más finas, en las que se nos está jugando no tan sólo la democracia como una vía procedimental, sino que algo así como su espíritu. Es el caso de los niveles de conflictividad o polarización que pueden animar a un sistema político determinado. O también el fenómeno de la creciente valoración de los “expertos” antes que de cualquier tipo de político: después de todo, la buena política es necesaria para un país democrático y no hay “expertise” específica en ciencia o técnica alguna que pueda reemplazar el delicado papel de mediación al que está llamada.

Por último, cabe preguntarse en medio de la inseguridad creciente que arrecia ¿qué relevancia podría tener el talante de nuestra democracia?¿no existen acaso temas más básicos en los que estaríamos fallando como para preocuparnos de esta otra materia?

Sin duda, como observa agudamente Alexis de Tocqueville, la democracia se apoya sobre pilares que la preceden. La construcción de un orden de convivencia pacífico con reglas compartidas que se respetan, en un ánimo de comunidad y fraternidad mínimos, son algunas de las tareas básicas sobre las que se apoya toda nación.

Esto tiene una doble consecuencia. Por un lado, es cierto que está el riesgo que ya palpamos de prescindir de la democracia por inútil, para echar mano a soluciones más inmediatistas que nos permitan recuperar la paz por la fuerza. 

Pero además, significa que no todos los problemas -ni mucho menos las soluciones- están en el seno del fenómeno específicamente democrático: hay que mirar fuera de él. Parece que, en definitiva, habrá que reconsiderar el típico mantra de que “los problemas de la democracia se resuelven con más democracia”.

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