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2 de Marzo de 2024

Seguridad, seguridad, seguridad – Europa en la encrucijada

Como en todo, siempre hay un orden de prioridades y estas comienzan con la seguridad física. Es decir, preservar la integridad personal y grupal para poder desarrollar actividades que permitan sustentarse y crecer material y espiritualmente.

Por Juan Pablo Glasinovic Vernon
El orden mundial que se vivió en estos casi 80 años se está diluyendo y la inseguridad vuelve a campear. AGENCIA UNO/ ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

La vida está llena de inseguridades e incertezas y, desde que el ser humano existe, ha buscado disminuir las contingencias agrupándose y distribuyendo funciones. De la banda al estado moderno, para avanzar al multilateralismo considerando la globalización y sus consecuencias.

Como en todo, siempre hay un orden de prioridades y estas comienzan con la seguridad física. Es decir, preservar la integridad personal y grupal para poder desarrollar actividades que permitan sustentarse y crecer material y espiritualmente.

Ante esa necesidad, la organización social y política se fue haciendo más compleja y lo que partió con ese objetivo principal, fue evolucionando hacia otros propósitos: educación, seguridad social, salud, vivienda e infraestructura, etc. Así, desde un promedio de inseguridad brutal en los primeros tiempos, se fue avanzando hacia una mayor seguridad y mitigación de los riesgos que afectan a las personas y, también en general, la Humanidad está mucho mejor que nunca.

Por supuesto hay circunstancias recurrentes en que se producen afectaciones a la seguridad como las guerras (externas o civiles), las hambrunas, el deterioro institucional y la criminalidad, pero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y particularmente en las dos décadas posteriores al desmoronamiento soviético, posiblemente la Humanidad haya tenido su mejor período en todo sentido. Por supuesto como en los promedios, hay unos más beneficiados que otros. Entre estos está el continente europeo.

Tradicionalmente Europa vivió en un estado de guerra permanente, con dos grandes conflagraciones mundiales en el siglo XX que no solo la transformaron radicalmente, también amenazaron con dejarla como un continente irrelevante en el concierto mundial. Pero con la ayuda de Estados Unidos y una generación de líderes visionarios y sociedades horrorizadas por lo que tuvieron que pasar, Europa se volvió a levantar y generó una institucionalidad como la Unión Europea que ha empujado su integración en muchas áreas y relevado el rol continental globalmente.

Extraordinariamente este continente no tuvo guerras (exceptuando quizá el conflicto interno en la ex Yugoslavia) hasta la invasión de Putin a Ucrania (que partió en 2014 con la anexión de Crimea), pero que hace dos años involucró al resto del país en una guerra total. O sea, casi 80 años de paz. Para las generaciones que nacieron en este período la excepción histórica ha sido asimilada como la regla general. Desgraciadamente se han acumulado nubarrones muy oscuros y la tempestad amenaza.

La invasión a Ucrania y la sangrienta guerra que ahí se libra es la principal amenaza para Europa y el sistema de vida que ha construido (sin contar sus efectos en el sistema internacional) y el problema es que no parece haber conciencia de ello o no lo suficientemente fuerte.

La invasión rusa marcó un hito porque tras la Segunda Guerra Mundial y la reconfiguración de las fronteras, pone por primera vez explícitamente en cuestión esa intangibilidad y amenaza con abrir
nuevamente la caja de Pandora en un escenario de nacionalismo creciente en muchos países.

Si Rusia triunfa, no solamente Ucrania dejará de ser un estado tapón, sino que Rusia estará nuevamente frente a los que han sido mucho tiempo sus estados vasallos en Europa del Este, como Polonia. Y esto acrecentaría las posibilidades de un conflicto regional, especialmente con una Rusia bajo Putin en una dinámica expansionista y con una maquinaria bélica ya aceitada y sin más contención y guía que sus intereses estratégicos y tácticos.

El panorama es más preocupante porque Estados Unidos parece estar regresando al aislacionismo trumpista, con un Partido Republicano que ha vetado el último paquete de ayuda militar a Ucrania, lo que explica los recientes repliegues ucranianos, básicamente por falta de municiones y armas para hacer frente a los rusos. Y aunque este veto se levantara pronto, la ayuda tardaría meses en materializarse. Putin está aprovechando bien el contexto y está pasando a la ofensiva, confiando en que el tiempo, incluyendo un eventual cambio de gobierno en Estados Unidos, opera en su favor. Este cálculo incluye considerar que Europa no estará en condiciones de compensar el vacío norteamericano.

Desgraciadamente el cálculo tiene fundamento. Desde el punto de vista militar los europeos tienen poco material que puedan aportar y que haga una diferencia significativa. Y respecto de armas más sofisticadas y de largo alcance, no están dispuestas a compartirlas por temor a las represalias y al escalamiento ruso.

Durante estos casi 80 años de paz, los europeos, con algunas excepciones, destinaron poco presupuesto a su defensa, descansando en la OTAN y en definitiva en Estados Unidos. Durante la Guerra Fría esto no fue muy relevante, porque vivieron bajo el paraguas nuclear que inhibía cualquier intento convencional de invasión. Luego con la caída del bloque soviético la percepción de inseguridad decreció y también la inversión en defensa. Esta recién ha repuntado en la última década, de la mano del retiro de Estados Unidos como garante cierto con Trump y del rearme ruso. Y por supuesto desde la invasión a Ucrania está experimentado un incremento importante, que por primera vez aproxima a la mayoría de los integrantes de la OTAN al piso del 2% de gasto en defensa.

El problema es que años de un gasto bajo tienen a la mayoría de las fuerzas armadas europeas en mal pie y la tendencia en casi todos ellos ha sido la reducción de sus unidades operativas. El panorama general entonces es que no están preparadas para la eventualidad de un conflicto convencional. Incluso las transferencias de armas que han hecho a los ucranianos en varios casos significan vaciar sus propios arsenales, sin poder recuperarlos en el corto plazo. Por eso ya algunos han cesado de traspasar material.

En este contexto de disminución de la ayuda estadounidense y de avances rusos que podrían acrecentarse durante la primavera y el verano, los europeos han tratado de articular una respuesta común más fuerte de apoyo a Ucrania.

El lunes 26 de febrero, bajo la convocatoria de Macron, concurrieron a Paris representantes de 20
países europeos, incluyendo el canciller de Alemania, Olaf Scholz; el ministro de Asuntos Exteriores de Reino Unido, David Cameron; el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el primer ministro de Países Bajos, Mark Rutte. También estuvieron presentes los líderes de países escandinavos y bálticos. Esta reunión surge como respuesta a los últimos acontecimientos y los anuncios más importantes que se hicieron fueron que se suministrará “misiles y bombas de medio y largo alcance” a Ucrania para que tenga más profundidad estratégica, y que varios países podrían mandar tropas a territorio ucraniano.

Si bien los anuncios parecen significativos, en la práctica y al menos en el corto plazo, no se ven ejecutables. Europa no ha podido siquiera cumplir con su compromiso de municiones a entregar a
Ucrania. Tampoco se ve piso político interno en la mayoría para desplegar tropas en Ucrania, lo que sería en la práctica declararle la guerra a Rusia.

Europa está en una encrucijada y tiene que tomar decisiones drásticas. El orden mundial que se vivió en estos casi 80 años se está diluyendo y la inseguridad vuelve a campear. Ya no puede contar con Estados Unidos como un aliado incondicional y no es descartable que la guerra en Ucrania pueda extenderse al resto de la región o abrirse otros conflictos.

La máxima romana era “si quieres la paz, entonces prepárate para la guerra” y esta sigue más vigente que nunca. Los europeos deben volver a levantar una industria militar regional y preparar y apertrechar sus tropas para un escenario de guerra mucho más probable en el futuro cercano.

Tampoco se debe olvidar a aquellos que, como Winston Churchill, uno de esos líderes visionarios que salvó a buena parte de Europa del totalitarismo y evitó su irrelevancia global, cuando se opuso como simple diputado a entregar a Checoslovaquia a los nazis para “comprar una paz duradera”. Su discurso sigue resonando.

”El desmembramiento de Checoslovaquia bajo la presión de Inglaterra y Francia equivale a una total capitulación de las democracias occidentales ante la amenaza nazi de recurrir a la fuerza. No corre peligro sólo Checoslovaquia, sino también la libertad y la democracia de todos los Estados.

La convicción de que se puede lograr la seguridad entregando a un pequeño país a los lobos, es un
error”.

Y finalmente: “les dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… eligieron el deshonor, y ahora
tendrán la guerra”

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