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10 de Diciembre de 2024

¿A cuánto el óvulo? El cuerpo como mercancía

Cuando los óvulos de una mujer (o sus órganos, su capacidad de engendrar, suma y sigue) se convierten en mera mercancía, no sólo estamos intercambiando material biológico. Estamos, sobre todo, transformando la maternidad en bienes susceptibles de ser comprados y vendidos.

AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Redacción

Emilia García

Investigadora de IdeaPais.

Uno de los grandes debates de la filosofía contemporánea gira en torno a los límites morales de los mercados. La prostitución, la venta de órganos, los vientres de alquiler, los mercados de sangre y, más recientemente, la venta de óvulos –a raíz de un reportaje en The Clinic– nos enfrentan a la pregunta sobre la idoneidad de ciertos intercambios de mercado que involucran al cuerpo. ¿Es legítimo someter el cuerpo humano a las lógicas de mercado?

Típicamente se aborda este dilema de dos maneras. Por un lado, se argumenta que estamos frente a una falla de mercado, con falta de competencia y asimetría de información, por lo que la solución sería regular y legalizar el comercio de óvulos para evitar abusos. Por otro lado, se señala que esta práctica oculta una forma de explotación del cuerpo femenino y un aprovechamiento de la vulnerabilidad, por lo que la solución sería garantizar que la decisión sea realmente libre e informada, a través de una regulación estatal.

Pero, incluso en un mundo ideal –sin explotación, donde las mujeres toman decisiones plenamente informadas y consentidas, y donde existe una competencia perfecta sin abusos ni desigualdades– el dilema persiste: ¿es bueno o deseable una sociedad donde todo sea susceptible de ser intercambiado? ¿Queremos una sociedad donde el cuerpo humano sea tratado como un activo económico?

El problema de la mercantilización de óvulos no se reduce exclusivamente a cuestiones de consentimiento o explotación. Es, ante todo, un problema moral. Cuando permitimos que el mercado invada esferas tan íntimas como el cuerpo humano, corrompemos lo que consideramos valioso. Como advierte el filósofo Michael Sandel en ‘Lo que el dinero no puede comprar’: ‘los mercados no son meros mecanismos. Encarnan ciertas normas y promueven formas específicas de valorar los bienes que se intercambian’. Dicho de otro modo, el mercado no solo regula transacciones, también moldea nuestra percepción sobre lo que es digno, justo o humano.

Así, cuando los óvulos de una mujer (o sus órganos, su capacidad de engendrar, suma y sigue) se convierten en mera mercancía, no sólo estamos intercambiando material biológico. Estamos, sobre todo, transformando la maternidad en bienes susceptibles de ser comprados y vendidos. Esta lógica de commodification –convertir en mercancía lo que antes tenía un valor intrínseco– no es neutra. Socava nuestra concepción de la dignidad humana, reduciendo el cuerpo a una fuente de recursos económicos. La mujer se convierte en un medio para un fin y su cuerpo una herramienta para satisfacer demandas del mercado.

El filósofo Michael Walzer, en ‘Las esferas de la justicia’, advierte sobre la necesidad de mantener separadas las esferas mercantiles de las no mercantiles. Si permitimos que la integridad corporal, la maternidad e incluso el amor y la amistad queden sometidos a la lógica comercial, corremos el riesgo de que estos valores pierdan su significado. Ya no se valorarán por lo que son en sí mismos, sino en función de su utilidad.

Y aunque el mercado es un mecanismo adecuado y muchas veces óptimo para la asignación de ciertos bienes y servicios, y aunque es fundamental la regulación estatal para evitar el abuso, eso no quiere decir que todos los bienes o servicios sean objeto de comercio o regulación. Aceptar que el cuerpo se someta a una lógica mercantil, incluso en ausencia de coerción, explotación o desigualdad, fomenta una visión del cuerpo humano como una mercancía, corrompiendo la idea básica de que hay experiencias humanas que tienen un valor intrínseco; experiencias que el dinero no puede ni debe comprar.

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