
No hay que pecar de ingenuo. La política se nutre de egos, de afanes mesiánicos, de salvadores o seudo héroes que nadie ha llamado en auxilio. También se alimenta de operaciones, confabulaciones, traiciones y deslealtades. Nos guste o no, es así. Así es el camino al poder. Así son sus jabonosos adoquines. Para transitar por ahí, hay que hacerlo con cuidado, concentrado, con buenos reflejos para esquivar los baches, las zancadillas o los intentos de atropello.
En ese transitar siempre hay heridos, botados en la vereda, respirando por la herida, rumiando rabia y prometiendo venganza.
¿Está mal? En un mundo ideal, por cierto que sí. En el mundo real, es mejor asumir que las cosas son como son y no como a uno le gustaría que fuesen.
Pero, y este es un gran pero, hay momentos en los que hay que pensar con algo más de altura, de distancia, con una mirada un poco más larga que la del propio metro (o centímetro) cuadrado.
La centroderecha chilena se encuentra en uno de sus momentos más importantes de los últimos 35 años, sólo superado por la elección de 2009, que terminó con el Presidente Sebastián Piñera en La Moneda tras 20 años de hegemonía concertacionista.
Aunque el actual gobierno haga las más impresionantes contorsiones argumentativas o intente los más asombrosos trucos de magia o ilusionismo discursivo, estos cuatro años de mandato frenteamplista van a terminar siendo los peores desde el retorno a la democracia.
Como sabemos, este desastre no lo sufren los miles y miles de militantes frenteamplistas apitutados que, con casi nula experiencia laboral real, en estos tres años han llegado felices a instalarse en las oficinas públicas generosas en salario. Ellos se abanican.
Lo sufren los más pobres, lo sufren los trabajadores que no encuentran empleo, los jóvenes que ya no pueden aspirar a tener su casa propia o ni siquiera arrendada, lo sufren los que tienen que encerrarse en sus casas a más tardar las seis de la tarde por temor a ser asaltados, si es que ya no lo fueron, lo sufren los miles de pacientes que están en interminables listas de espera o que no pueden ser atendidos por falta de los más elementales insumos, lo sufren los escolares que no pueden iniciar su año académico, lo sufren… usted sabe, el etcétera es casi infinito.
Por todo eso, y más, es inexplicable y hasta imperdonable el espectáculo que está dando la derecha.
No vale la pena detenerse mucho en el episodio Ossandón y la presidencia del Senado. Pensar que actuaría distinto habría sido infantilmente ingenuo. No por nada fue de los más feroces opositores al Presidente Piñera. No es necesario invertir más tiempo en eso.
El esfuerzo hay que hacerlo en el resto de quienes dicen ser de centroderecha, en todos los que están en ese arco. En quienes comparten, ojalá genuinamente, que la continuidad de este gobierno sería la lápida para nuestro casi agonizante país.
Las encuestas son claras: en Evelyn Matthei hay un liderazgo evidente para llegar a La Moneda e iniciar el complejo trabajo de enrielar el desastre provocado por la izquierda.
Y también son claras en que además hay en Kaiser y Kast nombres con la fuerza y potencia para que luego de una primaria amplia del sector, el ganador (ojalá ganadora) se imponga a fin de año.
No quiero aburrirlos con la lista de episodios de canibalismo de la centroderecha, porque es suficiente con hacer un rápido ejercicio de memoria, pero todos los que creemos en la libertad, la seguridad y el desarrollo económico como pilares de la democracia tenemos la responsabilidad de insistir y convencer aunque sea por aburrimiento, que basta ya de los gustitos personales, basta ya de los llaneros solitarios, de los mesías, y basta ya de esta pulsión enfermiza por la antropofagia. De lo contario, después no se quejen.
Porque pese a que lamentablemente tenemos muchos ejemplos de la enervante inoperancia de este gobierno, tomemos lo ocurrido con la fallida compraventa de la casa del ex Presidente Allende que terminó con la salida de la ex ministra Fernández y la destitución de la senadora Isabel Allende por parte del Tribunal Constitucional, la primera en su historia.
¿De verdad los dirigentes de la centroderecha chilena quieren volver a dejar al país en manos de esta tropa ineptos y flojos?
Según propia confesión en Chilevisión, al Presidente Boric no le fue suficiente haber egresado de Derecho y estar ocho años en el Congreso para darse cuenta que había una inconstitucionalidad flagrante en la millonaria venta, así que firmó el decreto sin arrugársele ni un músculo.
Lo mismo con los diecisiete abogados (sí, ¡17!) del gobierno que revisaron todo el papeleo.
Y lo mismo con la ahora ex senadora y ex ministra, que al parecer no les bastó tener toda una vida ligada a la política y en el caso de la ex parlamentaria llevar más de tres décadas en el Congreso para advertir la ilegalidad.
Es en serio, muy en serio, los que son capaces de cometer este tipo de barbaridades y tantas otras brutalidades no pueden seguir gobernando.
La centroderecha tiene que estar a la altura. Porque como ya se dijo: después no nos quejemos.