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Pergolini y el silencio de la vejez

Frente a la epidemia de soledad que afecta a casi la mitad de los adultos mayores, la historia del comunicador Mario Pergolini y el asistente de IA que cuida de su madre emerge como un caso paradigmático. Su experiencia plantea una pregunta incómoda: ¿es la tecnología la respuesta al fracaso de nuestro sistema de cuidado humano?

La soledad no deseada se ha convertido en una epidemia silenciosa que afecta a la población adulta mundial, planteando un desafío social y de salud pública de enormes proporciones. Los datos son elocuentes; estudios del Observatorio del Envejecimiento UC revelan que casi la mitad de los adultos mayores en nuestro país sufre de soledad no deseada. Más aún, uno de cada tres experimenta soledad y aislamiento social al mismo tiempo, y un preocupante 53,6% está en alto riesgo de carecer de redes de apoyo. Esta crisis no es trivial; aumenta el riesgo de demencia en un 50%, el de infartos en un 30% y el de muerte prematura en un 25%. En este complejo escenario, que se agudiza con el rápido envejecimiento de la población, emerge una solución tan fascinante como controvertida: la inteligencia artificial como herramienta de compañía.

Frente a la magnitud de esta crisis, la tecnología propone un ecosistema de compañía artificial. Las soluciones van desde robots sociales como ElliQ, definidos como un compañero proactivo y empático que inicia conversaciones, hasta plataformas especializadas como Amaia App, que busca conectar generaciones, o asistentes como GAIA, enfocados en superar la brecha digital. La categoría más masiva son los chatbots emocionales como Yana o Replika, que se comercializan como un “acompañante emocional” o “el compañero de IA que se preocupa por ti”, prometiendo un espacio seguro y libre de juicios. Estas herramientas ofrecen compañía, recordatorios de medicamentos y monitorización de salud. Los sistemas más avanzados simulan empatía analizando la voz y patrones de conversación para inferir el estado anímico del usuario. La evidencia de su efectividad ya comienza a darnos data, un estudio sobre ElliQ reportó un incremento del 94% en indicadores clave de salud mental, como el estado de ánimo y la motivación. Este fenómeno, sin embargo, nos obliga a cuestionar si al consumir relaciones personalizadas y sin presencia, no devaluamos la complejidad de los vínculos humanos reales.

ATO by Pergolini

Para entender a estos conceptos tan abstractos, no hay mejor ejemplo que la historia del comunicador y presentador argentino Mario Pergolini y su madre, Beatriz. Una historia que reúne toda la complejidad de esta cuestión en una historia humana. La necesidad era visceral y literal. Beatriz era una mujer que fue autosuficiente e independiente toda su vida, y se quedó ciega de adulta, a los 70 años. Como ella misma dijo en una entrevista, “No puedes aprender a ser ciego de adulto”. Su independencia desapareció. Estaba sola, especialmente por las mañanas, incapaz de realizar la acción más rutinaria, encender una radio, esperando durante horas una conexión humana con el mundo.

La solución de Pergolini fue instalar un asistente conversacional de IA, que él y su madre llamaron Claude. Las funciones eran elementales pero revolucionarias y efectivas. “Claude” le informaba si estaba soleado o lloviendo; encendía la radio cuando ella lo ordenaba y la apagaba cuando se aburría. Más tarde, Pergolini creó un software más sofisticado, llamado ATO, que una de sus funciones es permitir a los hijos enviar recordatorios a su madre a través de la voz del asistente.

El elemento más revelador del ejemplo de Pergolini es su explicación, un argumento pragmático y casi brutal a favor de la tecnología en lugar de la atención humana. Cuando se le preguntó si un robot era mejor que una persona, su respuesta fue contundente. “Tuve experiencias desagradables con el cuidado humano, que era caro, o bien ausente. Tales personas preferían que ella durmiera más tiempo, para tener menos trabajo”. Su conclusión fue contundente: “Realmente preferiría que tuviera un robot”. Este caso descompone la simple disyuntiva de “personas versus máquinas”. La elección, en el mundo real, tiende a no ser entre un cuidado humano perfecto y un robot frío, sino, en cambio, entre un sistema de cuidado humano deficiente, frágil e inestable versus una tecnología confiable y constantemente presente.

Pergolini también señaló algo interesante sobre la “empatía programada”. Y añadió que la IA podría proporcionar una forma de interacción más terapéutica que la humana. Cuando alguien dice “Me siento mal”, añadió, un humano suele preguntar, “¿Qué te duele?”. La IA, por el contrario, está diseñada para preguntar, ¿Por qué? ¿Qué te pasó? ¿Qué sentiste? Tenemos una pregunta abierta, centrada en el sentimiento, una especie de escucha activa que los humanos, que pueden estar distraídos o tener prisa u simplemente otras prioridades, no siempre proporcionan. En su simulación, la máquina a veces es más estricta (más débil o más fuerte) al aplicar estos protocolos de empatía de lo que nosotros mismos podemos ser.

Otros espacios de compañía

La compañía artificial tiene atractivo no solo para los ancianos. Otro dominio revolucionario es el de la accesibilidad para personas con discapacidades en el que la IA es una herramienta empoderadora. Para las personas con discapacidad visual, aplicaciones como Seeing AI de Microsoft o Lazarillo sirven como sus ojos, describiendo el mundo que les rodea y dándoles un nivel de independencia sin precedentes. El subtitulado automático ayuda a eliminar las barreras de comunicación para las personas con discapacidades auditivas. Paradójicamente, otro grupo para el que la soledad es un problema son los jóvenes, que dependen de chatbots, como Replika o ChatGPT, para “confidentes digitales” accesibles 24/7, libres de juicio y anónimos.

Eso nos lleva a una dualidad: la IA podría ser un puente digital hacia una conexión confiable, o podría ser una prótesis emocional, tan acogedora y fácil que profundiza el aislamiento humano al sustituir las relaciones.

La irrupción de estos compañeros artificiales nos obliga a enfrentar profundos dilemas éticos. El principio rector que emerge del debate en Chile ya nivel global es el de la supervisión humana. Como afirmó el catedrático Lorenzo Bujosa Vadell, “La justicia exige supervisión humana; la IA debe asistir, no decidir”.

Ignorar esto conlleva riesgos de deshumanización, dependencia emocional que atrofia las habilidades sociales, vulneración de la privacidad de datos sensibles y la amplificación de sesgos discriminatorios. El camino a seguir no es la prohibición ni la adopción crítica, sino un modelo de “cuidado híbrido”. En este paradigma, la IA asiste en tareas rutinarias para liberar el tiempo de los cuidadores humanos, permitiéndoles enfocarse en la conexión emocional de calidad. La tecnología debe ser un puente hacia la conexión humana, no un refugio que profundice el aislamiento. La pregunta clave es cómo diseñamos estos espejos digitales para que reflejen una sociedad que pone el cuidado y la dignidad humana en el centro de un futuro que ya es inevitable.

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