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Vientos de guerra en Estados Unidos: un somero resumen de la pelea medios-cultura-academia vs Trump

Todos los días un pequeño dolor de cabeza, un pequeño pinchazo, una pequeña muerte, hasta crear una montaña de malas noticias para el arte, la prensa y la academia norteamericana.

Everyday a little death, la canción compuesta por Stephen Sondheim para el musical Little Night Music, es la partitura perfecta para el momento cultural que se vive en Estados Unidos. Todos los días un pequeño dolor de cabeza, un pequeño pinchazo, una pequeña muerte, hasta crear una montaña de malas noticias para el arte, la prensa y la academia norteamericana.

El Presidente Trump, gobernando hasta el momento sin mayores límites ni cortapisas, ha logrado en solo seis meses, entre varias otras cosas, algo que hasta hace poco hubiera parecido imposible: que la Opera del Kennedy Center en Washington DC vaya a ser renombrada en honor a su tercera mujer, Melania Trump, lo que ha hecho que la desesperación de algunos puristas operáticos llegue a extremos similares a los de la protagonista de Madama Butterfly al final del tercer acto. Los congresistas republicanos explicaron que la decisión era “en reconocimiento del aprecio de la Primera Dama por las artes”, pero más allá de eso no dieron mayores detalles.

Quién sabe si Melania, maestra en el arte del misterio y la desaparición, pasa sus mañanas leyendo a Joyce y sus tardes pintados acuarelas. En una de esas. Lo importante es que, de seguro, la resolución será rápidamente aprobada por el directorio de esta importante institución cultural: la mesa directiva está presidida desde comienzos de este año por el Presidente Trump.

La primera reunión del directorio, que como tantas otras actividades de Trump estuvo abierta a las cámaras, ofreció un vistazo al futuro del centro cultural: su programación estará de ahora en adelante enfocada al “entretenimiento familiar y la promoción de los ideales americanos”. En un posteo en X, el presidente aseguró que se venía una “ERA DORADA del arte y cultura americana” -así, con mayúsculas- y que el recién nombrado director, Richard Grenell, llevaría a cabo “operaciones diarias” para que no hubiera espacio alguno para “PROPAGANDA ANTI AMERICANA” (también en mayúsculas).

En el directorio reveló, además, que sus musicales favoritos eran Les Miserables y Cats. El Presidente tiene sin duda grandes aspiraciones cuando se trata del ámbito cultural y académico. En su primer día en el Salón Oval, firmó una orden ejecutiva que señalaba que en el futuroel diseño de los edificios federales en Washington debía “respetar la herencia arquitectónica regional, tradicional y clásica para así mejorar y hermosear los espacios públicos y ennoblecer a los Estados Unidos y nuestro sistema de auto-gobierno”.

El Presidente, se comenta en la capital, detesta el Brutalismo.

La guillotina cultural

Mientras su oficina era redecorada con una cantidad de boiseries, marcos, jarrones, espejos y objetos dorados que llevaría al mismo Luis XIV a sugerir que se baje un poco el tono, Trump sacó una escoba y, en nombre de su batalla contra cualquier iniciativa que promueva la diversidad, inclusión e igualdad- las tres palabras más detestables en su diccionario- despidió a la directora de la Biblioteca del Congreso y a la directora de la National Portrait Gallery y anunció que intentaría eliminar el National Endowment for the Arts, una institución creada en 1965 por Lyndon Johnson que promueve las artes en todo el país.

Su siguiente paso fue el término del apoyo financiero del gobierno a la National Public Radio (NPR) y el Public Broadcasting System (PBS)- este último, hogar de Plaza Sésamo- organizaciones a las que el partido Republicano ha acusado durante décadas de mantener un tono sesgado en su programación. Y la guillotina cayó también sobre la cabeza de La voz de América, el sistema de transmisión creado en 1942 que, actuando en forma independiente pero con fondos federales, ha fomentado ideales americanos como el respeto a los derechos humanos o la promoción de la democracia en forma global y en más de 40 idiomas. Según Forbes, Trump estaría explorando la idea de crear una red internacional con su propio servicio de streaming.

La educación como fuente de sospechas

El Presidente dejó claro desde un principio su intención de desmantelar el Departamento de Educación e instruyó a su flamante Secretaria de Educación, Linda McMahon -que hasta su nominación era más conocida como ejecutiva de torneos de Lucha Libre- a que hiciera todo lo posible para que su trabajo ya no fuera necesario. El actual gobierno piensa que el nivel educativo en los colegios públicos es más que deficiente -en eso muchos coinciden- y que por lo mismo la responsabilidad debe quedar en manos de cada Estado. Buscando evitar “abusos y gastos inútiles”, la Casa Blanca congeló la entrega de seis mil millones de dólares aprobados por el Congreso a la educación pública y no los pasará hasta realizar su propia auditoria. Su intención es hacer desaparecer ese gasto por completo en el presupuesto de 2026.

El ataque contra Harvard, Columbia y Duke

La ira de Trump contra la educación superior es bien conocida. A veces pareciera que, a su modo de ver, prestigiosas instituciones académicas como Harvard, Columbia, Duke o Penn no fueran más que un nido de marxistas, lunáticos y antisemitas. En posteos y declaraciones a medios ha dicho que Harvard es una organización de “extrema izquierda”, “un ethos liberal”, “una amenaza a la Democracia”, y que por lo tanto merece “una patada en el trasero”.

Por intentos no se ha quedado. Primero congeló 2 mil millones de dólares en fondos federales destinados, más que nada, a investigación. Luego envió una carta exigiendo una serie de condiciones que la Universidad rechazó de inmediato, alegando que se trataba de una intromisión inadmisible en su libertad académica. Como respuesta, el Departamento de Estado anunció que eliminaría las visas de estudiantes extranjeros en el campus, los que constituyen más del 27 por ciento del alumnado y que, en su gran mayoría, pagan tuición completa.

Así, durante meses, la batalla ha continuado en las cortes, erosionando inevitablemente la imagen de una de las joyas académicas más brillantes de Estados Unidos. De hecho, mientras Harvard sigue en la lucha Columbia se rindió hace pocos días, agitando una banderita blanca en una mano y entregando con la otra un botín de 200 millones de dólares como multa por “no haber defendido suficientemente a sus estudiantes judíos frente al antisemitismo desatado en el contexto de la guerra en Gaza”, como acusa la administración Trump.

No solo eso. Columbia también aceptó- a cambio de la restitución del apoyo federal- las demandas de la Casa Blanca respecto a revisar numerosas prácticas que se refieren a prohibir el uso de máscaras en manifestaciones y evitar consideraciones de “raza, color, sexo u origen nacional” en contrataciones a todo nivel, dando un portazo final a las directivas de Affirmative Action que desde la administración Kennedy hasta 2023, cuando fueron eliminadas por la Corte Suprema, pretendieron equilibrar inequidades pasadas y dar oportunidades de educación y empleo a grupos minoritarios.

La semana pasada, en medio de una investigación por presunta discriminación (la acusa de preferencias raciales en la contratación y en las admisiones), Trump congeló 108 millones de dólares en fondos de investigación para la Universidad de Duke.

Un presidente siempre dispuesto a hacer una oferta “que usted no podrá rechazar”, no solo ha usado las inconmensurables arcas federales para impulsar su agenda de América Primero, como la llama él, sino también el enorme poder que le otorga el trono… perdón, el Salón Oval. Desde ahí, iluminado por el brillo de su nueva decoración, bajo la mirada atenta de retratos de Washington y Lincoln, como una moderna walkiria nibelunga, ha desatado una tormenta de amenazas, demandas y exigencias contra cualquier persona u organización que perciba como enemiga, no de él por supuesto, sino del pueblo americano, que para efectos prácticos a su entender es como lo mismo.

Los medios como enemigos

En los últimos meses el gobierno ha presentado demandas judiciales contra varios medios de prensa, incluyendo una contra un diario local, el Des Moines Register en Iowa, por la audacia de haber publicado una encuesta en 2024 que mostraba como ganadora en la carrera presidencial a Kamala Harris, lo que a juicio del Presidente y sus abogados constituyó una “agresiva intervención electoral”.

Recientemente también presentó una demanda por 10 mil millones de dólares contra Rupert Murdoch y el Wall Street Journal -Murdoch ha sido tradicionalmente uno de sus más fieles e influentes partidarios- por haber publicado detalles de una carta que el Presidente habría enviado al pedófilo Jeffrey Epstein en la feliz ocasión de su cumpleaños número 50. La carta llevaba además un dibujo de una mujer desnuda y la famosa firma del presidente sugiriendo su anatomía inferior.

Trump se defendió diciendo que nunca ha dibujado.

La actriz y animadora Rosie O’Donnell, una de sus archienemigas, fue amenazada con perder su ciudadanía. El programa The View, donde un grupo de mujeres liderado por Whoopi Goldberg comenta la actualidad junto a celebridades, debería ser cancelado, piensan en la Casa Blanca, luego de que una de sus animadoras sugiriera que el Presidente se sentía “celoso” de Barack Obama.

El rol más incómodo en esta trágica comedia quedó en manos de CBS/ Paramount, que como una princesa Leia encadenada a Jabba the Hut, tuvo que aceptar los incómodos avances de la administración a cambio de obtener por parte de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) la aprobación de su unión con la empresa Skydance, un negocio de más de 8 mil millones de dólares. En vistas a la negociación, CBS se resignó a contribuir con 16 millones de dólares a la Donald Trump Presidential Library que, supuestamente, comenzará a ser construida después del término de su segundo mandato. La suma corresponde a una demanda que Trump interpuso contra el animador y periodista George Stephanopoulos, que cometió el error de decir en cámara que el Presidente había sido encontrado culpable de “violación” en la corte, cuando en realidad el concepto legal era “asalto sexual”.

Unas semanas después, y en forma totalmente inesperada, la cadena anunció que cancelaría el programa Late Night con Stephen Colbert, “por razones estrictamente financieras”. Puede ser. Pero el “timing” de la decisión causó suspicacia inmediata, considerando que Colbert, aparte de liderar la competencia de programas de conversación nocturna en Estados Unidos, es también uno de los más abiertos, punzantes y divertidos críticos de Trump en televisión.

La reacción del mundo del espectáculo no se hizo esperar. Sus colegas y rivales de sintonía (¿pasaría algo así en Chile?) Jimmy Fallon, Andy Cohen, Jimmy Kimmel y Seth Meyers expresaron de inmediato al aire, ese mismo día, su total apoyo y solidaridad a Colbert, y John Stewart- del muy popular programa de comedia política The Daily Show, donde Colbert comenzó su carrera- hizo un segmento completo sobre el tema, el que terminó con un coro cantando insultos irrepetibles hacia el Presidente.

La estocada más dura contra el mandatario y la cadena llegó días después, cuando los creadores de South Park– otra propiedad de CBS- estrenaron el primer episodio de su nueva temporada mofándose de Trump, mostrándolo como un extorsionador en cama con Satanás que amenaza a los habitantes de South Park con que “terminarán como Colbert”. En un video realizado con IA, Trump aparece desnudo en el desierto exhibiendo una minúscula, pero realmente minúscula anatomía.

Apenas unas horas antes, los creadores del show, Trey Parker y Matt Stone, habían firmado un nuevo convenio con la cadena, recibiendo 1.2 mil millones de dólares a cambio de la creación de 50 episodios en los próximos cinco años.

Brendan Carr, director de la FCC, fue consultado en FOX News sobre si el Presidente había estado involucrado en la cancelación de Colbert y su show. Carr se escabulló rápidamente, hablando en cambio de como Trump había hecho campaña “contra la legacy media y las elites de Nueva York y Hollywood” y había destruido la idea de que estas entidades “pueden controlar lo que el pueblo americano piensa y dice”.

También habló del “circo partidista” y las consecuencias de la decisión del presidente de “no jugar con las reglas de políticos del pasado”. Ok. ¿Pero Trump estuvo o no involucrado en el despido de Colbert? “El presidente ha tenido éxito”, continuó Carr como si nada. “NPR ya no recibe fondos. PBS tampoco. Colbert es cancelado. Personalidades en los medios están perdien do sus trabajos. Todo esto gracias a la decisión del Presidente Trump de enfrentarlos. Y los enfrentó por el pueblo americano. El pueblo americano ya no confía en los medios tradicionales”.

Dicho eso, pasaron a comerciales.

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