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15 de Abril de 2016

Si eres de izquierda, si eres progresista; ¿Por qué no eres feminista?

Hoy, tal como ayer, la idea de justicia e igualdad para la mujer sigue siendo sólo una ficción. Y lo es, en gran medida, porque como izquierda y fuerzas progresistas no hemos podido asimilar el discurso feminista como discurso de emancipación humana.

Por Anita Martínez
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Anita Martínez es Militante del Frente de Género de Revolución Democrática.

“…existe una historia posible y real, oculta para la dominación misma y es la que se proyecta hacia la destrucción de toda forma de dominación”
Julieta Kirkwood

Si de balances se trata, marzo y la conmemoración del día internacional de la mujer nos deja cifras negras y bastantes desafíos por enfrentar. Ya son trece femicidios a la fecha; todos invisibilizados por los medios de comunicación que se han encargado, además, de naturalizar sus muertes, de banalizarlas y dulcificarlas al involucrar el supuesto “amor y pasión” de los agresores.

Paralelamente, dimos un primer paso hacia un logro histórico: la aprobación en su primer trámite al proyecto de despenalización del aborto en tres causales. Quedan, sin embargo, luchas fundamentales en dicho proyecto, como restablecer la preeminencia del principio de confidencialidad por sobre el deber de denuncia del profesional de salud. Sin esto, el derecho a decidir será un mero simulacro.

Estos hechos nos interpelan: algo fundamental está pendiente y es urgente que como sociedad, y sobre todo como izquierda, no sigamos evadiendo aquello que provoca la constante violencia contra las mujeres. Hoy no es posible plantear seria y comprometidamente una lucha por la igualdad siendo ciegos a la crítica feminista.

Si como izquierda nos hemos autodefinido férreos defensores de la igualdad, hasta ahora nuestro éxito sólo se ha limitado a una igualdad formal; cuando la comparamos a la igualdad real allí donde nuestras prácticas comunes se rigen por estructuras de poder y dominación sólo vemos perpetuarse una lógica que discrimina arbitrariamente a las mujeres.

Hoy, tal como ayer, la idea de justicia e igualdad para la mujer sigue siendo sólo una ficción. Y lo es, en gran medida, porque como izquierda y fuerzas progresistas no hemos podido asimilar el discurso feminista como discurso de emancipación humana. Olvidando que la lucha feminista encara un adversario igual o más perverso que el modelo neoliberal, uno que se esconde en nuestra cotidianidad, que descansa de manera soterrada en nuestros hogares, trabajos y en prácticamente cada una de las esferas de nuestro desarrollo. No parece haber suficiente compromiso con su reivindicación.

Como izquierda hemos errado el camino al incorporar y tratar el feminismo sólo como un “problema de mujeres”. Reducido a una agenda sectorial, que sólo pretende promover los intereses de un grupo de presión, somos incapaces de considerar al feminismo como un asunto vital para toda la comunidad política.

Probablemente esta tendencia responda a siglos de historia, donde las mujeres fueron relegadas a un solo espacio, uno doméstico. Y por efecto de ese mal hábito enraizado en nuestras prácticas políticas y formas del ver el mundo, el feminismo se redujo a “su agenda” o “sus problemas”. Hoy, aun participando mujeres activamente de lo público, aquella vieja costumbre patriarcal permanece al intentar hacer política “para mujeres”: se fijan metas o políticas “públicas” (incluso aquellas que son bloqueadas) como manera de pacificar demandas, sin comprender que tras ellas existe una razón eminentemente política, que afecta a hombres y mujeres.

Basta un solo ejemplo para evidenciarlo. Las diferencias en remuneración que reciben las mujeres en relación a los hombres realizando el mismo trabajo, y que encuentran como único fundamento la probabilidad de un embarazo. Los hijos no son un asunto que sólo concierne a las mujeres, de manera que no debieran ser considerados un “factor de riesgo” que las discrimina. Nuestra comunidad política debiera comprender la maternidad como un asunto de todos, y aquello, por supuesto, incluye a ambos padres. Sin embargo, vemos cómo se replica aquí la subordinación que a diario practicamos contra las mujeres.

Si nuestro interés como izquierda y grupos progresistas es construir una comunidad y un Estado que reconozca a la igualdad como hebra fundante de nuestra ideología, se vuelve aún más imprescindible tomar al feminismo como una convicción política de la mayor trascendencia. La participación de las mujeres en política no puede ser sólo como organización o agrupación de base a la que se recurre para cumplir con ciertos mínimos democráticos. Esa comprensión jamás constituirá una amenaza con capacidad real para derribar la estructura patriarcal de la organización política de la sociedad ni de las orgánicas de los partidos de la izquierda. Muy por el contrario, la práctica de asimilar y tratar al feminismo como agenda o problemática parcial ha resultado completamente funcional a la opresión; pues ha logrado invisibilizar la forma particular de dominación que es ejercida contra las mujeres, y que encierra no sólo la subordinación característica efectuada por el empleador respecto del trabajador. Ésta, aún más perversa, se reproduce en razón de la clase, etnia o trabajo en que se desempeña la mujer.

Es por esto último, precisamente, que la invitación del feminismo a las fuerzas de izquierda y progresistas no puede diluirse en un mes conmemorativo; sino que debe ser una propuesta constante para poner fin a la opresión, la que en sí misma incluye al patriarcado. Necesitamos una militancia que construya y transforme tanto la organización social como la propia, no para responder a una contingencia, sino para construir una comunidad política de mujeres y hombres libres e iguales. Es una invitación a ser conscientes del indudable sentido de justicia que en sí misma encarna la lucha feminista.

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