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12 de Diciembre de 2017

Mal ambiente

"Nunca había estado plagado de tantos fanáticos que sienten que se juega el país, la vida o la patria en esta elección".

Por Sebastián Sichel
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Sebastián Sichel es Abogado, magister en derecho público, académico de derecho USS. Presidente comité editorial El Dínamo.

Hace pocos días vi en mi página de Facebook el cariñoso saludo de un amigo que conocí en la DC que me decía que, a pesar de no compartir mis decisiones políticas actuales, mantenía su respeto y cariño a nuestra amistad. Acto seguido vino una seguidilla de respuestas duras de conspicuos dirigentes contra él por seguir siendo amigo de alguien que apoyaba otro candidato.

Días después vi como muchos otros que tomaban decisiones políticas distintas –anular, no votar por nadie, votar por el mal menor y lisa y llanamente apoyar a quién creía sería un mejor Presidente- eran crucificados públicamente y tratados de “traidores”, de no representar a nadie o acusados directamente de estar comprados por los “oscuros intereses” de alguien al tomar esa decisión. Tal como policías políticas de regímenes dictatoriales, rápidamente reaccionaron para invalidar a quienes no seguían la “recta doctrina” que básicamente era apoyar al candidato que ellos habían seleccionado. Diferir en esa opción era una “traición”, no una diferencia política o una opción distinta.

Nunca había estado plagado de tantos fanáticos que sienten que se juega el país, la vida o la patria en esta elección. Tal como en la guerra fría, la diferencia se ha transformado en enemistad, la divergencia en odio y el apoyo en fanatismo.

La verdad es que la guerra fría terminó, el muro de Berlín se derrumbó y el mundo siguió su curso. El crecimiento ha mejorado las condiciones de vidas de millones de chilenos y el Estado ha contribuido a que mejores condiciones de vida lleguen a más chilenos a través de la regulación y políticas sociales. La desigualdad sigue siendo un escollo para el objetivo del desarrollo y la integración social. Y seguimos teniendo un serio problema con los privilegios de la cuna o de la concentración del poder político y económico. La mayoría de los chilenos siente que sus éxitos han tenido que ver con la tríada del esfuerzo personal, la vida en comunidad y la protección social que da el Estado. Y todos se exigen un poco más: más esfuerzo personal, mejores entornos comunitarios y un mejor Estado. Sin tragedias ni guerras, piden algo simple: que se hagan bien las cosas, tal como ellos sienten que las hacen para sí mismos.

Los únicos que viven en otro planeta son exactamente a quienes este mundo los pilló desprevenidos. Lo cierto es que a las derechas, centros e izquierdas la modernidad los encontró carentes de ideas. Y nos hace rebotar una y otra vez en el Chile noventero en que personajes se repiten –las candidaturas eternas de ex Presidentes son un mal síntoma-, las ideas escasean y abundan las simplificaciones. Y al desaparecer las ideas reaparecen los odios y se vive en la precariedad intelectual: la caricatura del rival. Y reduce la política a crear molinos de viento contra los cuáles luchar. Pero las cosas parecen más simples: ni políticos son ladrones, ni empresarios abusadores, ni los de derecha unos sátrapas que no les importa la pobreza, ni los de izquierda quieren fagocitar a los ricos. Ni quienes votan por unos u otros enemigos. Simplemente estamos discutiendo quienes pueden gobernar mejor. Cosa de lo que cada vez se habla menos en esta elección.

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