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20 de Marzo de 2019

Mala etnografía

"No hay que confundirse: las historias de vida sí son importantes y el que una ministra escuche de tú a tú a los ciudadanos nunca será criticable en sí mismo. Lo que lo es, es que esta conversación sea menos para entender el impacto de las políticas públicas sobre las personas y más para instrumentalizar sus voces".

Por Rodrigo Mayorga
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Rodrigo Mayorga es Maestría en Historia PUC, Estudiante de Doctorado en Antropología y Educación, Teachers College, Columbia University.

“Lo importante son las historias de vida más que las cifras”. Esa fue la frase que, de acuerdo a un portal noticioso nacional, pronunció la ministra de Educación, Marcela Cubillos, al consultársele por un estudio de la Universidad Católica. Los resultados del estudio en cuestión, contradecían los principales argumentos detrás de “Admisión Justa”, el proyecto de ley que con tanto ahínco ella ha empujado los últimos meses. Las historias de vida, más que las cifras. No voy a mentir. La frase, en sí misma, me seduce. Siempre he pensado que nuestras políticas públicas mejorarían profundamente si sus sustentos no fueran solo cuantitativos.

Habiéndome formado en las disciplinas histórica y antropológica, ignoro la cantidad de veces que he sido testigo del desprecio a este tipo de conocimiento por “tratarse de estudios de casos”, “no ser representativos” o, sencillamente, por ser “anecdóticos”. Por ello, siempre agradezco que se introduzca en el debate público una mirada más histórica o que se valore el uso de la etnografía, es decir, del estudiar de las personas a partir no de números ni estadísticas, sino de la observación sistemática de lo que hacen y dicen en su día a día. Pero no nos confundamos. Lo de la ministra y su gira no es aquello. Es, con suerte, apenas una mala etnografía.

¿Por qué la defensa de ‘Admisión Justa’ se basa en una mala etnografía? Hay dos razones principales para sostenerlo. La primera es metodológica. La etnografía es una forma sistemática de investigación que parte de la ignorancia de quien investiga. Un etnógrafo no conoce del todo el problema que está estudiando, hasta que se encuentra entre los actores sociales; son ellos, de hecho, quienes se lo muestran.

La ofensiva veraniega de la ministra, en cambio, partió con el problema ya identificado, definido y resuelto. Las numerosas reuniones, desayunos y cafés que compartió con apoderados y estudiantes, fueron más un acto de escoger cuidadosamente la ‘evidencia’ que requería para ‘probar’ un punto ya establecido que el “escuchar a las familias”,  que se nos quiso vender vía redes sociales. Si se quería saber cómo experimentaban las personas el Sistema de Admisión Escolar para poder ‘mejorarlo’, resulta incomprensible que la ministra no haya escuchado una sola voz que le hablara de sus fortalezas, al menos para evitar afectarlas con cualquier ‘mejora’ a implementar.

La segunda razón es más importante aún, porque es de orden analítico. Tiene que ver no tanto con las voces que la ministra ignora, sino con el análisis sesgado que aplica sobre las que sí escucha. Porque lo que se oye allí es una queja recurrente: el ‘mérito académico’ –que se traduce fundamentalmente en buenas calificaciones– debiera ser un criterio decisivo al momento de optar a una escuela. Una madre en Talcahuano le habría dicho a la ministra incluso que, cuando su hija no quedó en ninguno de sus liceos preferidos, los otros padres le habrían dicho “¿de qué les sirvió tanto esfuerzo?” Esa pregunta, retórica pero tan directa, resume bien el sentido de la educación detrás de estas críticas. Porque la educación en nuestros días cumple dos funciones fundamentales: permite acceder, por un lado, a mayores recursos – sean estos mejores carreras universitarias y/o sueldos más altos – y, por el otro, a aprendizajes que contribuyen a la propia vida y la de la comunidad.

Cuando ante un alto rendimiento académico se pregunta, “¿de qué les sirvió tanto esfuerzo?”, lo que se está haciendo es constatar que, si la alta calificación obtenida no permite acceder a más recursos, entonces de nada sirve esforzarse para obtenerla. Todo el aprendizaje detrás de ese esfuerzo, ese aprendizaje que capacita al estudiante para servirse mejor a sí mismo y a quienes le rodean, para fortalecer nuestra convivencia democrática y nuestra cohesión social, es descartado, como si fuera insuficiente para justificar el esforzarse al interior del aula.

Que apoderados en todo Chile expongan este pensamiento es comprensible: nada hay más normal que el hecho de querer entregar a los propios hijos las mejores condiciones de vida posibles. Pero repetido una y mil veces por la ministra para justificar su agenda política, lo único que hace es banalizar el más importante sentido del sistema educativo, reduciendo este a un campo de batalla donde lo que importa no es el aprender en sí mismo, sino solo obtener mejores notas que quienes me rodean, para así acceder a recursos a los que ellos no podrán.

No hay que confundirse: las historias de vida sí son importantes y el que una ministra escuche de tú a tú a los ciudadanos nunca será criticable en sí mismo. Lo que lo es, es que esta conversación sea menos para entender el impacto de las políticas públicas sobre las personas y más para instrumentalizar sus voces. Si la ministra quiere hacer giras y reunirse con la ciudadanía, está en todo su derecho; pero por favor, que para justificar una medida que responde solo a una agenda ideológica personal y de gobierno, no trate de hacer pasar por evidencia seria lo que no es más que mala etnografía

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