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6 de Junio de 2021

1, 2, 3 hijos: demografía en China

Ahora el gobierno chino, junto con elevar aún más la cifra de hijos permitidos, anunció que implementará una serie de medidas para apoyar una mayor natalidad. El presidente Xi y el liderazgo del Partido Comunista ven con preocupación que el envejecimiento poblacional y su disminución constituyen un serio riesgo para los planes de convertir al país en la potencia dominante del mundo.

Por Juan Pablo Glasinovic
China natalidad Tras el reciente anuncio, las familias chinas podrán tener hasta tres hijos.
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Hace unos días, el gobierno chino anunció que las parejas, con efecto inmediato, podrían tener hasta tres hijos, lo que representa una verdadera revolución en el plano del estricto control de natalidad implementado hasta la fecha en ese país.

¿Por qué se llegó a esta decisión que desahucia la política demográfica de décadas? La causa inmediata es el censo reciente,  cuyos resultados se consolidaron a mediados de mayo y que registró la menor tasa de nacimientos desde 1960 y que muestra una sostenida baja en la tasa de fertilidad de las mujeres (número de hijos por mujer), alcanzando en la actualidad 1,3 (2,1 es la tasa de reposición). Este censo mostró también el acelerado proceso de envejecimiento de la población china, con el 18,7% del total por sobre los 65 años, frente al 13,7% de hace 10 años.

Ya en el 2016, el gobierno había terminado con la regla del hijo único, elevando a 2 vástagos el tope, pero en estos casi cinco años la tendencia a la baja en los nacimientos se mantuvo.

Cuando Deng Xiaoping asumió las riendas del gobierno en la segunda mitad de los setenta del siglo pasado, junto con impulsar las medidas que transformarían a la economía china para convertir al país en la potencia actual, implementó una inédita y férrea política de control de natalidad, permitiendo solo un hijo por pareja. El razonamiento era que el país solo lograría emerger de la pobreza reduciendo el crecimiento de su población al mínimo. Esto, porque ya en la época China tenía casi mil millones de habitantes y con ese volumen y creciendo, el aumento del PIB difícilmente generaría cambios sustantivos en el ingreso per cápita.

La política del hijo único se aplicó entonces a rajatabla, combinando sanciones económicas y administrativas – multas, retiro de cobertura de salud, eliminación de subsidios, pérdida de empleos públicos, etc. – con esterilizaciones y abortos forzosos.

Entre 1980 y 2020 China cumplió la hazaña de llegar al podio económico en el que se encuentra hoy, sacando a 850 millones de personas de la pobreza. Si en 1981 casi 90% de la población estaba bajo el umbral de la pobreza absoluta, de acuerdo al Banco Mundial, en el 2020 dicha cifra se redujo al 1%. Este vertiginoso desarrollo económico vino aparejado con lo que se estima fueron 400 millones de nacimientos menos durante el período. Sin duda algo sin precedentes en términos históricos, por lo extenso del lapso, por el alcance de la cobertura y sus resultados. Quizá en buena medida por esta política, el Estado chino acrecentó su control social – incluyendo su interferencia en la alcoba de sus habitantes – lo que luego se apeó a las herramientas tecnológicas, cimentando su condición actual de Gran Hermano.

Pero este inédito experimento social, trajo inesperadas consecuencias más allá de la mera ralentización del crecimiento demográfico. En primer lugar, generó un gran desequilibrio entre hombres y mujeres. Por ejemplo, en el 2010 (penúltimo censo), en China nacieron 116 varones por cada 100 niñas. Esto se explica en buena medida por razones culturales. Al tener una sola opción, muchas parejas prefirieron tener un hijo por cuanto este mantiene el linaje familiar y se supone que el varón está obligado a preocuparse del bienestar de sus padres durante la vejez. En el caso de las mujeres, estas se integran a la familia del marido. La proporción natural de nacimientos es de 105 varones por cada 100 mujeres (luego las cifras se revierten por la mejor expectativa de vida femenina). La figura del censo del 2010 (y de los censos anteriores) esconde una alta tasa de abortos para llegar a la opción preferida. Esto trató tardíamente de ser revertido por el Estado, pero sin éxito.

En 2018 había en China 280 hombres entre 15 y 29 años de edad por cada 100 mujeres de la misma edad. Una derivada de este gran desequilibrio entre los géneros, es que habrá una alta proporción de hombres solteros, literalmente por no tener alternativa (asumiendo que la migración de mujeres no llene la brecha). Esto ya está empujando un fenómeno conocido como la “compra de esposas extranjeras”, que es la internación forzosa o inducida de mujeres pobres de otras partes de Asia para convertirse en esposa de quien paga por ello.

Otra consecuencia de la política del hijo único fue la inversión de la pirámide poblacional y el surgimiento de los que se han denominado como los “pequeños emperadores”. Si antes varios hijos sostenían a sus padres y abuelos, ahora estos se han volcado a la crianza de una persona que, por ser único y con muchas mejores condiciones que sus antecesores, se ha acostumbrado a un mayor estándar de vida y a ser un pequeño monarca en cuanto a la satisfacción de sus exigencias. Este fenómeno, que está en estudio, sin duda que irradia a los más diversos ámbitos de la sociedad. Aquí entran desde la menor tolerancia a la frustración, hasta la sensación permanente de que su muerte prematura arriesga con terminar un linaje familiar.

Pero en algún momento, quien ha recibido toda la atención de hasta seis personas (cuatro abuelos y dos padres), deberá velar por ellos, y en un país con una embrionaria seguridad social, de no haber cambios significativos, esto se convertirá en una carga casi imposible de sobrellevar.

Mirando en retrospectiva, China logró en menos de medio siglo la transición demográfica que a los países desarrollados les llevó más de un siglo, y es probablemente uno de los primeros casos en alcanzar una población envejecida antes de tener el nivel per cápita de un país desarrollado.

Desde el 2012 se ha contraído la fuerza laboral china y, en el 2050, esta tendrá 198 millones de trabajadores menos y 271 millones más de jubilados que hoy. A partir de esa fecha, en ese país jubilarán más personas que las que entren a la fuerza laboral (tasa de dependencia crecerá). Siempre en función de las proyecciones a partir de las cifras actuales, al 2100 China tendría casi 400 millones de habitantes menos que India y 400 millones menos que en la actualidad.

Ante la emergencia de todas estas aceleradas consecuencias no previstas inicialmente, el Partido Comunista Chino y, por tanto, el gobierno, decidieron en el 2016 impulsar un cambio de tendencia, elevando a dos los hijos por pareja. Pero, como se indicó, esto no revirtió la declinación en la natalidad. Ello se explica en parte porque no se acompañó el cambio de guarismo por una política de acompañamiento estatal, con medidas como la creación de salas cuna, subsidios y bonos, mejor acceso a la salud, vivienda, educación, etc. Y también porque la población se fue acostumbrando al modelo del hijo único, exacerbado por la competencia educacional y económica, y lo oneroso de la crianza en esas condiciones.

Ahora el gobierno chino, junto con elevar aún más la cifra de hijos permitidos, anunció que implementará una serie de medidas para apoyar una mayor natalidad, aunque sin dar detalles.

El presidente Xi y el liderazgo del Partido Comunista ven con preocupación que el envejecimiento poblacional y su disminución constituyen un serio riesgo para los planes de convertir al país en la potencia dominante del mundo. Su famosa estrategia del “gran rejuvenecimiento de la nación china” suena hueca si su población sigue el proceso contrario.

¿Logrará cambiarse la tendencia? La experiencia internacional demuestra que es más fácil reducir la natalidad que aumentarla y que, aún cuando esta repunte, no será exponencialmente. Los países europeos que primero completaron la transición demográfica llevan décadas con incentivos de todo tipo para elevar los nacimientos, pero con muy modestos resultados. Ha quedado en evidencia, especialmente a partir de ciertos estadios de desarrollo, que las variables económicas coexisten con factores cada vez más relevantes como la posición y rol de la mujer en la sociedad, la preeminencia de la realización de los proyectos personales de vida, y, más recientemente, una mayor conciencia de sostenibilidad ambiental.

La política del hijo único quedará inscrita dentro de los grandes experimentos sociales en la historia de la humanidad, y sus consecuencias, en pleno desarrollo, están excediendo largamente los objetivos buscados originalmente. Esto necesariamente nos debe llevar a reflexionar sobre el rol del Estado, particularmente frente a las familias: ¿Quién está al servicio de quién?

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