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9 de Octubre de 2023

Dialogar con ciencia (pero de verdad)

Reiteradamente, la industria salmonera no sólo ha incurrido en malas prácticas, sino que además ha ocultado la verdad del alcance de sus problemas para lograr relocalizaciones o nuevas autorizaciones de concesión.

Por Matías ASun
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Matías ASun

Matías ASun es director de Greenpeace Chile.

El pasado 22 de septiembre, el Ministerio del Medio Ambiente ofició a diversas reparticiones públicas anunciando la suspensión del procedimiento de otorgamiento de concesiones en áreas protegidas a proyectos que no contasen con un plan de manejo vigente.

El mencionado oficio rezaba: “Mientras un área protegida, independiente de su categoría de protección, no cuente con un plan de manejo vigente, no podrán otorgarse concesiones, debiendo quedar suspendida la tramitación del procedimiento, de pleno derecho, hasta la aprobación del respectivo plan de manejo”. Nada fuera de lo esperable e, incluso, exigible a las autoridades en materia de protección a la biodiversidad.

Sin embargo, este oficio ha tenido repercusiones importantes en el mundo privado. El gremio salmonero ha salido a criticar la “falta de diálogo”, según acusan, del gobierno al imponer esta medida sin consulta previa y después de “haber sido rechazada en el Congreso”. Esto, en un contexto en el cual el oficio explica cómo hacer operativo lo que aprobó el Congreso y que hoy es parte de la ley que crea el Servicio de Áreas Protegidas y Biodiversidad (SBAP) que ha entrado en vigencia. En una de las alocuciones de la industria salmonera, Arturo Clément, presidente de SalmonChile, aseguró: “Estamos abiertos a dialogar en todas las instancias, pero que sea un diálogo abierto y basado en la ciencia, que no parta de prejuicios”.

Pongamos ciencia sobre la mesa. Lo primero es entender que la Patagonia chilena posee invaluables ecosistemas costero-marinos en sus fiordos y canales únicos, reconocidos a nivel mundial por la riqueza de su biodiversidad. Aves, pingüinos, ballenas y delfines son sólo algunas de las especies que habitan en esta zona. Por ello, cuenta con extensas áreas protegidas que buscan resguardar la vida marina y terrestre que en ella existe.

Pese a ello, la salmonicultura se ha ido expandiendo en esta zona. Según la información disponible en la Subsecretaría de Pesca, a septiembre de 2023 se registran en el país 1.404 concesiones para el cultivo de salmones. De ellas, 722 se encuentran ubicadas en la región de Aysén y 539 en Los Lagos, seguidas por Magallanes, región donde la industria salmonera ha comenzado a expandirse a gran velocidad y al día de hoy ya registra 133 concesiones.

Sobre la extensión de esta industria en áreas protegidas, es clave mencionar el caso de Reserva Nacional Las Guaitecas, en la región de Aysén, la que cuenta con más de 300 proyectos aprobados, y donde se han registrado desastres como la muerte de una ballena Sei (especie en peligro de extinción) atrapada en un centro salmonero, en un área donde la flora, fauna y funga debieran estar realmente protegidas, no sólo en el papel.

Para seguir aportando información basada en la ciencia, creo que es importante destacar un dato relevante: el 50% de las concesiones de salmonicultura en operación en la Región de Magallanes ha presentado condiciones anaeróbicas, es decir, pérdida parcial o total de oxígeno, lo que afecta las condiciones de vida de toda la biodiversidad, y en la Reserva Nacional Kawésqar la anaerobia ha afectado al 43% de las operaciones salmoneras. Grave.

Reiteradamente, la industria salmonera no sólo ha incurrido en malas prácticas, sino que además ha ocultado la verdad del alcance de sus problemas para lograr relocalizaciones o nuevas autorizaciones de concesión. Así ocurrió cuando las autoridades comprobaron que la empresa Nova Austral -que opera dentro del Parque Nacional Alberto de Agostini y que espera mover sus operaciones a la Reserva Nacional Kawésqar- falsificó cifras de mortalidades de salmones, alteró los fondos marinos para esconder la contaminación y obtuvo ganancias ilícitas por 3.700 millones de pesos al sobreproducir y, con ello, dejar al fondo marino sin vida.

La misma empresa en mayo pasado protagonizó un nuevo desastre ambiental en el mencionado Parque Nacional Alberto de Agostini, cuando un pontón que era remolcado desde un astillero hacía el centro de cultivo de salmones sufrió un accidente producto de las marejadas, contaminando con petróleo una vasta porción de mar.

El caso de Nova Austral es solo uno entre miles de malas prácticas -comprobadas- de la industria de los salmones en nuestro país y en el mundo. Tan grande es el problema que genera el cultivo industrial de salmones que recientemente las cantantes Björk y Rosalía anunciaron una colaboración que denunciará los impactos de esta industria en Islandia.

Me pregunto, ¿cómo se dialoga con un sector que reiteradamente oculta información, contamina, aniquila ecosistemas y deja una estela de polución por donde pasa? ¿Cómo se conversa cuando sus interlocutores no se refieren al tema real de fondo (la protección del medio ambiente y la biodiversidad) y disfraza toda la discusión de debate ideológico y/o político?

Efectivamente, la única forma de dialogar, y en eso tiene un punto el señor Clément, es con ciencia, disciplina que una y otra vez ha evidenciado los impactos y derechamente daños de la industria salmonera en los diversos ecosistemas donde opera.

No es posible, bajo ningún parámetro, que políticos y gremios defiendan lo indefendible: es completamente ilegal e inmoral mantener cultivos que dañen la biodiversidad en lugares que han sido creados para protegerla. Abogar por favorecer el negocio es directamente interceder por un ecocidio.

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