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10 de Octubre de 2023

Posiciones

Mientras la organización de las cosas, la economía, el trabajo, los asuntos de la vida cotidiana con sus necesidades de consumo, seguridad y servicios continúan siendo materias secundarias en la agenda temática de los políticos, se acentuará la desconexión ciudadana con sus políticos y actos.

Por Juan Ignacio Correa y Antonio Schneider
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Juan Ignacio Correa y Antonio Schneider es Juan Ignacio Correa es abogado y escritor; Antonio Schneider es economista.

Morigerado el tsunami comunicacional de los 50 años, advertimos que esa efeméride puso a los líderes del Gobierno nuevamente ante un clivaje esencial: homologar sin más al Frente Amplio con la Unidad Popular, versus responder previamente cuándo se perdió la democracia. Más allá de lo económico, la segunda disyuntiva exigía hacerse cargo de la duda si no había sido la propia política la que falló en su conducción democrática precipitando el golpe del 73.

Están los que minimizan los factores internos y maximizan la conjura de la CIA. Si prima lo exógeno se esquiva la responsabilidad de aquellos que nunca tuvieron ni tienen la intención de profundizar nuestra democracia representativa, pues estuvieron y siguen seducidos por la ilusión del Poder Popular paralelo al institucional.

No hay que tener complejos y reconocer, y también decirlo, que el actual Frente Amplio abjura, al igual como en la UP lo hizo el PS, el MIR, el MAPU y otros, de la democracia presentativa, del mercado y de la propiedad privada (a modo de ejemplo, ver el veto presidencial a la Ley de Usurpaciones), olvidando que a los chilenos no les terminó por gustar esa apostasía, tal como sucede con los ciudadanos de este nuevo siglo.

Al igual que ayer, hoy el posicionamiento político también obliga aclarar, al menos, un par de otros aspectos matrices:

Uno, que en la construcción del presente proyecto socialdemócrata los jugadores que quieren poner su ficha en ese tablero deben aceptar que pueden perder elecciones y sí ello ocurre deben renunciar a utilizar los oscuros vericuetos la calle para imponer sus preferencias no respaldadas en las urnas. Lo legitimo del juego democrático son las ideas, los proyectos y luego los actos de gestión del gobierno. Lo democrático exige, entonces, diferenciarse de la calle, pues con ese engendro totalitario como actor político definitorio nadie se hace cargo del desmadre.

Otro, es que el mundo del progresismo, liberal y republicano a la hora de definir sus alianzas electorales debe excluir a los ultras que aspiran llegar al poder para una conclusión definitiva y permanente, transitando abruptamente desde una democracia representativa a ese Poder Popular. Ni hablar del mercado. Siempre prefieren al Estado que les asegura el financiamiento del clientelismo partidista que lo fagocita.

Debe asumirse el costo de aliarse y entregar espacio político a radicales que prefieren destruir o demoler toda opción progresista que ─a la vez─ sea republicana. En parte esta indefinición es la responsable de una polarización de basculación política, que hace cada vez más difícil saber siquiera si queda algo al centro.

Tampoco esos ultras quieren comprender ni gestionar la vida económica en su preferencia por una organización cotidiana de las cosas, con mercado, abusando de la inflamación panfletaria contra el capitalismo o de juegos de moralismos equívocos.

Las agendas no han sido muy didácticas en los últimos años. A la valórica, se le sumó la de la redistribución, la de la igualación de derechos en el frenesí constituyente, alejándose de la vida cotidiana con sus necesidades de consumo, seguridad y servicios. Esta desconexión puede explicar la desconfianza ciudadana hacia los políticos. Nada se hace por fidelizar una opción progresista, democrática, liberal y republicana, operando conceptos e ideas que no se entienden como una cohesión que relaciona expectativas con acciones.

Hoy la escena esta desierta y abierta. Las tesis prevalecientes del mundo partidista son un artefacto carente de toda realidad y siguen el estilo del discurso sociológico, antropológico, filosófico antes que una comunicación social políticamente efectiva y directa.

En el mundo de la izquierda no ha habido coraje para marcar un fuerte deslinde y disociación en las alianzas con el PC o cualquier otra fuerza que participa del juego sin creer en otra forma de democracia que no sea la “popular”.

Tampoco prima un compromiso y responsabilidad por la gestión del sistema de trabajo y económico. Esta arista se cruza como una línea necesaria de decidir si se actúa más allá o más acá de ella.

Algunos socialdemócratas adhieren aún al colectivismo o incluso insisten en la transformación del régimen capitalista como aceptable, deseable como una intención de horizonte, como una visión, aunque entienden que lo que funciona seguirá siendo un régimen de mercado.

Una línea de base de la sociedad chilena consiste en que a buena parte de ella le gusta el mercado, la libertad de trabajo, la seguridad individual de la cuenta propia. Privilegia ver crecer a la economía y sus oportunidades. No solo espera subsidios de repartidores desde un Estado tutelar.

Por su parte, la derecha de una vez por todas debería enfrentar sus demonios y fantasmas. Unos como falsos creyentes en la democracia, otros como jugadores tras los bordes morales del juego del mercado. Si logran sintonizar con una gestión con tales términos de referencia, recuperarán seguramente espacios cívicos y un tiempo político. En todo ello no ha sido menos complicado para las derechas encontrar donde deslindan del autoritarismo autocrático y antes de los crímenes que nunca admiten relativizaciones.

Parece bien recordar que el centro es un espacio político más abierto a los practicantes responsables y coherentes de lado y lado que a los creyentes de un manierismo moralizador y al final vacío.

No es habitual escribir para más allá de un cercano. Esta vez empero al ver los esfuerzos sin contenido que insisten en hacer un enredo del posicionamiento de personas más que de ideas, hemos querido agregar estas ideas sobre cómo acercarse a algo coherente y capaz de una progresión transformativa con bases menos personales.

Abundan las confusiones, están en los dichos, en los discursos y en los actos políticos.

Mientras la organización de las cosas, la economía, el trabajo, los asuntos de la vida cotidiana con sus necesidades de consumo, seguridad y servicios continúan siendo materias secundarias en la agenda temática de los políticos, se acentuará la desconexión ciudadana con sus políticos y actos.

La ambigüedad de conceptos surge como un estado difundido en la comunicación de las ideas políticas. Los lideratos políticos tendrían que mejorar su puntería, si se quiere evitar que la basculación acerque cada vez más a su desenlace de limite, la violencia.

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