En 1916, la historia medieval y renacentista de Parma se reflejaba en sus calles estrechas, plazas clásicas y monumentos emblemáticos como la majestuosa Catedral Romántica y el delicado Baptisterio Gótico. En plena Primera Guerra Mundial, esta pequeña ciudad de la región Emilia-Romaña, a pesar de todo mantenía viva una reconocida tradición cultural centrada en la música, la ópera y las artes. Había acogido a Giuseppe Verdi (1813-1901), quien estrenaba en el Teatro Regio, uno de los templos de la ópera italiana; a Arturo Toscanini (1867-1957) uno de los directores de orquesta más influyentes de su época, y antes -entre tantos- a María Luisa de Austria (1791-1847), mujer de Napoleón Bonaparte, duquesa de Parma, Piacenza y Guastalla desde 1816 hasta su muerte.
Aunque a principios del siglo XX, en plena guerra, el aire de Parma se sentía pesado, con muchísimos jóvenes y artistas vestidos de militares tratando de sobrevivir en el frente, en un pequeño taller de aceites esenciales, en una callejuela del hoy centro histórico, el barón Carlo Magnani, hombre elegante y refinado, heredero de una familia noble, creó una fragancia inusualmente fresca y moderna para la época. Con la añoranza del sol de sus viajes por el Mediterráneo, Magnani se inspiró a crear Colonia, la fragancia que dio origen a Acqua di Parma y marcó para siempre el ADN de la casa. Con su aroma fresco, cítrico y sutilmente elegante, aportó un soplo de aire mediterráneo en una época dominada por perfumes densos y pesados.
Rápidamente se convirtió en un emblema de refinamiento europeo y en un símbolo de distinción atemporal, conquistando a la élite internacional y consolidando a Acqua di Parma como uno de los grandes legados de la perfumería mundial.

Una declaración estética
Su frasco de inspiración art déco con su clásico tapón negro de baquelita (el primer plástico sintético fabricado de forma totalmente artificial) nació en los años 30 y vino a completar a Aqua di Parma Colonia como un verdadero ícono de estilo. Ya para la década del 50 Colonia alcanzó el éxito internacional. Actores de Hollywood, invitados a Italia por los grandes maestros del cine italiano, descubrieron sus notas íntimas y refinadas en las históricas sastrerías a medida, donde el sastre rociaba una bocanada de la fragancia de Acqua di Parma antes de entregar cada traje. Una tradición que ha conectado a Colonia desde su nacimiento con el mundo de la sastrería masculina y la ha convertido en un accesorio imprescindible.
Según el relato de la propia maison, Audrey Hepburn solía rociar Acqua di Parma Colonia en el interior de sus guantes blancos, como un gesto de elegancia personal y para que el aroma la acompañara de forma más íntima y durante más tiempo. Esta costumbre no era inusual entre mujeres de alta sociedad de esos
años: perfumar guantes o pañuelos permitía que el perfume se liberara lentamente y durara más tiempo, algo especialmente apreciado cuando se trataba de fragancias cítricas y volátiles.
Dicen que “Cary Grant llevaba Acqua di Parma en el bolsillo interior de su chaqueta”, lo que no significa que llevara consigo un frasco entero de cristal (bastante poco práctico), sino que se refiere a la costumbre, muy extendida entre caballeros de la época, de llevar un pequeño frasco de viaje o atomizador recargable. En los años 40 y 50, Acqua di Parma Colonia se vendía también en formato compacto, pensado para un público elegante y cosmopolita que viajaba con frecuencia -el famoso jetset– con el objeto de poder reaplicar el aroma durante el día, sobre todo antes de una cita o un evento social y el bolsillo interior de la chaqueta era el lugar perfecto.
Hay otra anécdota, pero que ya es parte de la leyenda. Se dice que, en los años 50, durante un rodaje en Roma, David Niven -estrella de la época dorada del cine clásico- recibió de regalo una botella. Y que, de ahí en adelante, cuando le preguntaban “¿qué colonia es esa?”, él respondía siempre con una sonrisa: “It’s from Parma… not Paris”. Ava Gardner era otra estrella que la usaba cada vez que rodaba en Europa.

El “arte del fare”
En el siglo XVIII, Jean-Marie Farina creó una fragancia en honor a su ciudad de residencia, Colonia, Alemania. Aunque nació en Italia, Farina se trasladó a ese país a inicios del siglo XVIII, donde fundó la casa perfumera Johann Maria Farina gegenüber dem Jülichs-Platz en 1709, considerada la creadora original del Eau de Cologne. Mezcla de aceites esenciales diluidos en etanol, con notas cítricas y frescas, esta fragancia fresca y ligera se popularizó rápidamente también en Francia, donde luego se instaló Farina junto a su familia. Su Eau de Cologne se popularizó entre la nobleza y la realeza, llegando a ser usada por Napoleón, quien se dice consumía un frasco entero al día. Si nos vamos a una colonia concebida y producida en Francia desde el inicio, un ejemplo sería L’Eau de Cologne Impériale, creada en 1853 por Pierre-François-Pascal Guerlain para la emperatriz Eugenia, mujer de Napoleón III.
Pero en Italia, la tradición la catapultó en 1916 Aqua di Parma Colonia, “la primera colonia italiana real” (como dicen en la maison), concebida y elaborada en Italia, con una luz, un carácter y una frescura que reflejan el espíritu mediterráneo, basada en la artesanía local, ingredientes selectos y un gusto refinado. No se trataba de una colonia más, sino de una que capturaba la elegancia natural del estilo de vida italiano, tan distinto de alemanes y franceses.
A lo largo de más de un siglo, la casa ha mantenido su producción en Italia, fiel al mismo método artesanal que cuida cada detalle: desde la selección de las materias primas hasta el plegado manual de sus icónicos estuches amarillos, hechos a mano, inspirados en la arquitectura de Parma. Esa fidelidad al estilo italiano ha convertido a la marca en un emblema de lujo discreto, que hoy forma parte del grupo LVMH, pero conservando su espíritu independiente.
Aqua di Parma es fiel reflejo de lo que en Italia se llama “arte del fare” —literalmente el arte de hacer—, más que una forma de producción, una filosofía cultural profundamente arraigada. Es la idea de que el trabajo manual y el diseño no se limitan a la utilidad, sino que deben reflejar belleza, autenticidad y herencia. En la tradición italiana, este concepto se manifiesta en diversos ámbitos: la sastrería, la perfumería, la marroquinería, la orfebrería, la gastronomía e incluso en la mecánica de lujo (que el lector piense en Ferrari o en Vespa). Un taller de Florencia, un estudio de Milán o un laboratorio en Parma operan bajo la premisa de que la calidad no se negocia, y que cada pieza debe tener alma.
En el caso de Acqua di Parma, este espíritu se traduce en la elaboración artesanal de frascos, etiquetas colocadas a mano, y fragancias compuestas con ingredientes seleccionados en origen. Porque Colonia no es solo un producto, es un pedazo de cultura italiana.
Las Colonias más emblemáticas
Blu Mediterráneo (2014): Más que fragancias únicas, es una colección que rinde homenaje a distintos rincones de la costa italiana. Por sobre Ginepro di Sardegna, Bergamoto di Calabria, Mandorlo di Sicilia y Cedro de Taormina, destacan Arancia di Capri, con su dulzura soleada; Fico di Amalfi, inspirado en la higuera y el mar; y Mirto di Panarea, una oda a la serenidad isleña.
Colonia (1916): La fragancia original y eterna. Una composición cítrica que combina limón, naranja dulce, lavanda y romero, con un fondo de maderas claras. La “joya de la corona” de la marca.
Colonia Essenza (2010): Una versión más intensa y contemporánea de la original. De carácter más seco y sofisticado.
Colonia Pura (2017): Una reinterpretación moderna pensada para un público más casual. Combina notas de bergamota, flor de azahar y jazmín.