¡Viva la corrupción!
Pero, por desgracia, Chile avala este tipo de prácticas sin mayores cuestionamientos. La propia institucionalidad del estado chileno sufre del síndrome de Estocolmo respecto a la corrupción, Chile está enamorado de la corrupción, la venera, la necesita; consciente que la ella es nociva y cancerígena, la tolera, le da espacio y la cubre de la impunidad que requiere para su trascendencia.
Columnista