Fiscales: la deshonestidad de los honestistas
El honestista hace bien en llevar de vez en cuando a políticos a los tribunales. Pero no debe olvidar que la política no es un tribunal, y que, sobre todo, no pretende ser justa.
El honestista hace bien en llevar de vez en cuando a políticos a los tribunales. Pero no debe olvidar que la política no es un tribunal, y que, sobre todo, no pretende ser justa.
Un presidente que hace dos meses era ejemplo de inesperado éxito económico y político, imparable profeta de la motosierra, admirado por muchos economistas supuestamente serios del planeta... Hoy está manchado por todo tipo de casos de corrupción, sosteniendo la economía a golpe de préstamos de Estados Unidos, convertido ya en una caricatura de la caricatura de sí mismo. ¿Qué será mañana?
Pardow, al menos, tuvo la valentía y la honestidad intelectual de pasar al otro lado del mesón y hacer política en vez de comentarla desde las alturas —muy relativas— de la academia. Le fue como le fue. Lo contrataron por su perfil técnico, confiable, informado, trabajador, sistemático. Y fue ese perfil el que selló su final.
Que este noticiero con títeres, que siempre se burló de las noticias, sea noticia, habla quizás de la naturaleza misma de esas noticias que giran desde hace años entre el apocalipsis y el freak show, entre la falsa seriedad de los candidatos y la falsa frivolidad de los matinales, en este ambiente de urgencia innecesaria donde todo se muestra pero nadie nos ve.
La escena retrata una política chilena que juega su propia "tercera vuelta": mientras la oposición sueña con terminar de ajustar cuentas con el Frente Amplio, el Gobierno busca amarrar su legado. En ese juego, el estilo importa tanto como el fondo. Una cosa es interpelar a un adversario con datos; otra es salirse de madre.
La clave que impulsa a la presidenta Bachelet a alcanzar espacios de relevancia siempre creciente parece estar en el ninguneo que ha acompañado toda su vida política. El famoso “femicidio político” que denunció al inicio de su primer mandato resume bien esa sensación.
Un desastre. Eso han sido, para Gumucio, estos últimos años en materia cultural. Según nuestro columnista, el Presidente ha logrado lo impensable: que su pasión por la cultura no se le contagie a nadie y que su amor por las artes sea un fenómeno personal que no implicó nada.
La serie quiere dejarnos claro, casi a gritos, que el fascismo es posible, probable, que vuelve o que nunca se fue. Quiere subrayar que es violento, machista, corrupto y vil. Pero no lo sugiere, lo machaca: lo repite y lo vuelve a repetir tantas veces que uno empieza a dudar si será tan así.
El amor y la pedagogía forman una mezcla peligrosa pero inevitable. Chile educa a golpes, con amor áspero, y Boric se dejó educar.
Nuestro columnista aprovecha el estreno de la película La Ola para analizar el movimiento feminista que remeció a Chile el 2018. Y lo hace, como siempre, con audacia: “Un movimiento que plantea juzgarte no por lo que haces sino por lo que eres, sin atender a pruebas ni a hechos, que concibe la justicia fuera de los tribunales, que trata la presunción de inocencia y el debido proceso como reliquias patriarcales, no puede ser —a la larga— querible, entrañable, ni siquiera respirable”.