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20 de Febrero de 2015

Daniel Villalobos, guionista de El Club: “Hay un poco de ilusión en creer que una película o un tuiteo puedan afectar a la Iglesia”

Estudió periodismo porque quería escribir películas. Y aunque se dio cuenta que no le había servido de nada, Daniel Villalobos se convirtió en crítico. Algo que tampoco buscó. Pero finalmente llegó al plan original: escribir junto a Guillermo Calderón (43), uno de los dramaturgos más aplaudidos de su generación, una película sobre cinco sacerdotes apartados de la Iglesia producto de sus obscuros pecados. "El Club", la cinta dirigida por Pablo Larraín, que partió su camino en Berlín con una ovación y terminó con un oso de plata.

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-Últimamente el cine chileno se ha enfocado en rescatar historias reales y contingentes como en el caso de Aurora, Matar a un Hombre, El Bosque de Karadima o Hierro, proyecto basado en el caso de Martín Larraín. ¿Cómo se interpreta este boom?

-Es un proceso natural que además tiene que ver con algo que a mí me parece de cajón: en Chile las mejores historias están en la calle, en la vida real. Hay otra pata del asunto que está fuera del mundo del cine y que tiene que ver con el auge de la crónica. Hace 10 o 15 años las novelas lo eran todo: si tú querías hacer carrera en las letras tenías que escribir novelas, cuentos. En el último tiempo la gente sintió que quería leer cosas que hubieran pasado, ya sea que le hubiera pasado al tipo que estaba escribiendo o que hayan sido reporteadas por el autor.

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-¿Eso se extrapola al cine?

-Efectivamente hay muchas películas que están basadas en hechos reales. Por ejemplo, “Matar a un Hombre” trasciende el rollo de estar basado en un hecho real, toca otras alturas. Eso tiene que ver con que en Chile hay una larga lista de historias que están sin contar o que están mal contadas. Hay ángulos de nosotros que están mal explorados o enseñados. La típica charla que tenemos con Francisco Ortega -escritor- es lo mal que se enseña la historia y la literatura en Chile. En los libros pre golpe es muy común que tú los hojees y veas el nombre de los presidentes de la época, de senadores, el nombre de los locales donde los personajes van, de los directores de los diarios, el de los millonarios que controlaban el país. Cuando yo estaba en la universidad y leía novelas chilenas tenían una especie de vacío, como que podían haber sido argentinas. Tú las mirabas y no había ninguna denominación de origen.

-Y esa de nominación de origen ¿se palpa más si son historias reales?

-Lo que pasa ahora es que las películas están contando historias más privadas y está quedando fuera esta obsesión totalizante de antes que de alguna manera pretendía contar la historia del país. De hecho una de la cosas de “Matar a un hombre”, es que es una película con mucha denominación de origen y lo que está contando es tan poderoso, es un drama tan primigenio que podría ocurrir en Grecia, España, en cualquier otra parte. La forma que esa película tiene de relacionarse con el concepto de justicia, cómo el Estado te acoge o no, la manera de relacionarte con los vecinos, no tiene nada que ver con esta cosa simbólica media sosa que había antes. Y eso, como espectador, me gusta. Es mucho más valioso que ver películas que son más ambiciosas.

villalobos

-Los casos que inspiran a esas películas han resultado indignantes para la ciudadanía

-Creo que la gente siempre ha estado enojada, pero ahora tienen un lugar donde ventilarlo que son las redes sociales e internet. Los medios tradicionales, como la televisión y la radio, han recogido eso, pero lo han recogido como contenido de rating, no como noticia. Lo que hacen los medios es que amplifican un aspecto de la realidad: el enojo de la gente, pero esa gente siempre ha estado enojada. También creo que el alegato en las redes sociales funciona como un placebo: tu compartes la foto del abuso pero después te olvidas de ello, no sé si eso finalmente va a crear una ciudadanía más empoderada.

-Esta es la primera vez que haces el guión de una película. ¿Cómo llegaste a trabajar con Pablo Larraín?

-Publiqué en 2012 un libro que se llamaba “El Sur” y le fue bastante bien, aunque era de una editorial chica. En ese tiempo estaba trabajando en el segundo libro, que es el que va salir ahora y me contactó Juan de Dios Larraín y me dice ‘oye leí el libro y me tincaría ver si podemos hacer algo contigo en Fábula’. Fui bien intrigado porque soy crítico de cine, estudié periodismo, pero no tenía ningún currículum como guionista. Me enrolan en un proyecto que finalmente no llegó a puerto. Pero a los pocos meses me llamó Pablo y él tenía varias cosas en carpeta, aunque ninguna estaba resultando. En un momento perdió un poco la paciencia y dijo ‘voy a hacer la película con lo que tengo’. Todos estábamos un poco asustados.

Oso Plata Pablo Larrain

-¿Por qué?

-Porque la idea de Pablo era contraria a lo que se suele hacer. Lo habitual es que tú escribes una historia, desarrollas el proyecto, buscas financiamiento y después ejecutas la filmación. Cuando nos convocó todo era urgente. Recuerdo que lo que me impactó fue que a la semana que decidimos la historia, llegué a una reunión de guión y la diseñadora de arte ya estaba seleccionando ropa y habían actores dando vuelta. Estaba la cosa en marcha. Menos de un mes después estaba efectivamente grabando. Durante la filmación también me decía ‘Daniel, en esta parte hay una escena que no me gusta, no funciona, ¿puedes reescribirla?’ Todo eso se hacía sobre la marcha. Fue un proceso bien energizante. Estuve nervioso en varias ocasiones, pero la cosa era confiar en Pablo.

-¿Cuál era la urgencia?

-Creo que tiene que ver con que si nos deteníamos a pensar nos íbamos a dar cuenta que la idea era un poco loca y no la íbamos a hacer. La urgencia tenía que ver con que no se fuera la energía inicial que había impulsado el proyecto. Siempre fue concebida como algo que se tenía que hacer muy rápido, con pocos recursos.

-Del trabajo anterior de Larraín ¿qué destacabas como crítico de cine?

-Es un director muy hábil contando con imágenes, tiene un tono muy reconocible. Me gusta cómo filma los lugares, él tiene una forma de filmar los espacios cerrados de manera muy singular. Hay pocos directores chilenos que sepan filmar dentro de espacios cerrados, a veces la forma en que lo hacen es muy opresiva y maqueteada.

-Previo a la construcción de la historia ¿tomaron contacto con ex sacerdotes que habían estado en ese tipo de ‘casas de retiro’?

-Yo no hice eso. Sé que Pablo habló con gente que estaba ligada a la curia. A mí esa parte no me interesaba porque tenía claro que mi pega era contar la historia. Yo no estaba tan interesado en si este personaje se parecía o no a tal cura. Nos interesaban las pequeñas miserias y bondades que tienen ellos y que puede tener cualquiera de nosotros… Si la película genera una discusión respecto a la Iglesia es un efecto de la película, pero no la motivación para hacerla. Hay un poco de ilusión en creer que una película, un libro o un tuiteo puedan afectar a una institución tan antigua como la Iglesia.

A mí me fascinaba la idea de estos gallos encerrados en una casa. “El Club” se trata de un grupo de personajes que están en una casa que podrían abandonar en cualquier momento y no lo hacen, algunos por temor personal, otros por los lazos que hacen, a pesar suyo, con otras personas de la casa. A la larga, y en ese sentido esta lectura puede ser más horrible: El Club sí es una película de una familia. Todos hemos vivido en una situación familiar donde tú dices ‘esta gente que conozco hace tantos años y con la que estoy encerrada en esta casa, podría dejarla, irme a otro lado, pero no lo hago’,  porque en el fondo tú puedes odiar y querer a esas personas.

Pablo Larraín

-¿Qué te pareció la foto que Larraín tomó al cardenal Errázuriz en el avión?

-Ví la foto, la encontré simpática, me reí. Yo creo que, y esto no lo digo de forma irónica, que los tipos que asumen que el cardenal fue engañado y que no sabía lo que iba a pasar, tienen una imagen muy pobre de la inteligencia del cardenal. Errázuriz no es nada de tonto, es el líder chileno de una de las instituciones más poderosas del mundo y yo creo que él estaba completamente a caballo de lo que estaba pasando. Pensar que él es un pobre caballero que fue engañado para una fotografía es pensar muy mal de él.

 

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