La humanidad se cruzó con un avance tecnológico sin precedentes este año, generando cambios en nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestras relaciones y nuestro trabajo. Personalmente siento que en 2025 la información está más que nunca a la mano, permitiendo adquirir muchos más conocimientos en menos tiempo, que comparado con años anteriores combinados.
Esto no se traduce en sabiduría, sino en una avalancha de información y en una reorganización de nuestro sentido de la realidad. Las nuevas formas en que nos educamos, conectamos, hacemos nuestro trabajo y, realmente, existimos están avanzando a un ritmo vertiginoso.
El mundo digital se ha convertido en un poder imparable que se apodera de tantos sectores, afectando nuestra capacidad de atención, la profundidad de nuestras relaciones, la paz de nuestra salud mental, y reescribiendo las normas de conducta de nuestra sociedad.

El algoritmo en el espejo diario
Internet durante años sostuvo la promesa de una conectividad perfecta y un puente hacia el conocimiento universal. Esa promesa hoy se ha convertido en un ecosistema complicado donde el algoritmo, en lugar de actuar como un mero facilitador, realiza una curaduría activa de nuestras vidas.
Lo que dábamos por sentado se fragmentó y se reconstruyó por las lógicas cognitivas de predicción. Este año, actividades como el “doomscrolling” -ese hábito interminable de consumir negatividad- se han convertido en un comportamiento, casi en un reflejo, sumado a nuevas modalidades como la sofisticación del “phishing”, (ciberataque donde delincuentes se hacen pasar por entidades de confianza) que ya han cruzado un umbral de la zona gris entre lo auténtico y lo engañoso.
Este año también cambió la arquitectura de nuestras interacciones, y no es una exageración. El tiempo promedio de pantalla para los adultos chilenos mostró un aumento del 15% en 2025 como resultado de un uso de internet personalizado por IA, reveló recientemente un estudio de simulación de la Universidad de Santiago. Esta personalización exige nuestra atención continua incluso cuando nos encierra, asfixiando el debate y la diversidad de pensamiento.
Como observó recientemente la psicóloga Dra. Elena Morales, “la ilusión de estar conectado con miles puede paradójicamente ser el preludio de una profunda desconexión con uno mismo y con el otro real”. Nos hemos vuelto más “conectados pero solos”.
El trabajo re-imaginado
La Inteligencia Artificial no solo ha afectado nuestras cabezas en nuestras pantallas personales, sino también se ha metido en nuestra economía, en nuestra salud mental, dinámicas y, en general, en nuestro día a día.
Este 2025, la automatización impulsada por IA deja de ser una promesa de ciencia ficción para instalarse y convertirse en una realidad palpable que ha reconfigurado los perfiles laborales y creado una nueva ansiedad.
Si en el pasado era la fuerza laboral gestiona las ventas, hoy es el algoritmo el que gestiona rutas, lleva el control del stock o incluso se involucra con los clientes a un primer nivel.
En la industria creativa, las personas nos metimos en medio del torbellino de la automatización, nos adaptamos rápidamente, compitiendo no sólo con humanos en el espacio sino con herramientas de IA que pueden proponer imágenes en segundos.
Un informe de la Fundación para la Innovación Tecnológica estimó que a finales de 2025 alrededor del 30% de las tareas rutinarias realizadas en oficinas chilenas serán asistidas o ejecutadas mediante IA, con el resultado de que los trabajadores ahora estarán liberados para roles más estratégicos, sometiéndose a una masiva recalificación para los trabajo.
Me viene a la mente la voz del Dr. Rodrigo Soto (experto en ética de la IA en la Universidad de Chile): “Estamos mirando más allá de la pérdida de empleos; estamos mirando la dignidad del trabajo humano en una era en la que las máquinas pueden hacer el trabajo que una vez hicimos. “Depende de nosotros articular qué valor irreemplazable proporcionamos”.

Kit de supervivencia para humanos
Bajo estas circunstancias, saber que tenemos más conocimiento a la mano que en los últimos 10 años, no es un costo inofensivo para nuestra salud mental o nuestro bienestar digital.
La pura carga de información, la presión algorítmica y la exposición nos ha llevado a buscar espacios de “silencio digital”, abandonando incluso nuestros celulares, como una forma de mantener nuestra identidad.
No demonizar la tecnología y aprender a vivir con ella es la clave.
Aquí te comparto algunos tips que nos deja el 2025 para poner en práctica:
- Auditoría digital personal: Revisa periódicamente las aplicaciones y notificaciones que consume. ¿Qué le aporta un valor real y qué solo consume tú tiempo y energía?
- Desconexión intencional: Designa tiempos y espacios libres de pantallas. El “silencio digital” programado puede ser tan beneficioso como el descanso físico.
- Relaciones análogas: Contrarresta el vacío digital con interacciones humanas sin intermediación tecnológica. Suelta el celular no solo por respeto al otro, sino para poder gestionar tu espacio de conversación, escuchar, analizar e interactuar.
- Educación crítica: Desarrolla un ojo crítico hacia la información que recibes, especialmente en la era de las “fake news” y los algoritmos que refuerzan los sesgos.
¿Fue alguna vez humano el futuro?
2025 es el año crucial, un espejo que refleja nuestra profunda imaginación sobre la IA y nuestra propia fragilidad humana. A un nivel, hemos retrocedido en nuestra paz y desconexión; a otro nivel, la IA ha despegado en su camino.
Ya no se trata tanto de si seremos transformados por esta IA, sino de cómo, en el mundo de hoy, evitaremos que el avance tecnológico degrade nuestra humanidad.
Nadie tiene una respuesta simple, pero hay algo claro: el futuro no será de la IA o de la humanidad, estará en cómo los humanos elegimos deliberadamente cómo interactuar con el poder de la inteligencia artificial y lo que eso significa para la humanidad.
¿Tomaremos el mando o, más realísticamente, dejaremos que el algoritmo gobierne?
Esto apenas está comenzando.