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En legítima defensa de una política exterior democrática para Chile

El balance de la política de relaciones exteriores bajo la dictadura militar quedó en el tintero. Esto explica, en gran medida, por qué los civiles y “cómplices pasivos” que apoyaron a la dictadura de Pinochet intentan distorsionar la historia y sacarle brillo a la oscura política exterior de aquella época, demasiado próxima para olvidarla.

El sábado 23 de agosto pasado, el último canciller de la dictadura militar chilena, señor Hernán Felipe Errazuriz, publicó en El Mercurio la columna En legítima defensa de ChileAllí realiza un balance del apoyo chileno al Reino Unido durante la Guerra de las Malvinas que, desde luego, en su perspectiva, arroja un resultado positivo.

El autor critica las declaraciones del ministro de Defensa, Jorge Burgos, y del ex ministro de Economía del Presidente Aylwin y ex senador de la República, Carlos Ominami, quienes señalan de manera seria y objetiva el craso error histórico cometido por la dictadura militar chilena en la Guerra de las Malvinas y asumen no sentirse orgullosos de este capítulo de nuestra historia contemporánea.

Miles de chilenos que abrazamos la democracia, y muchos que en aquellos momentos estábamos en el exilio, no nos sentimos orgullosos del apoyo de la dictadura al Reino Unido y lamentamos el intento reivindicatorio de Errázuriz al mencionar “la justificada y limitada participación chilena en el conflicto”. Cierto es que el ex canciller preconiza una mirada ya caduca de las relaciones exteriores de Chile tendiente a despreciar a la región, como deja ver en su reciente columna Perdidos en Haití, en donde condena la opción del actual gobierno de la Presidenta Bachelet por realzar la participación del país en organismos como UNASUR, MERCOSUR e insiste con privilegiar única y exclusivamente a la Alianza del Pacífico. Sin embargo, una apología de vergonzosas decisiones tomadas en dictadura, excede lo esperable en estos tiempos. En el contexto de un gobierno democrático, no me cabe la menor duda, la postura de Chile hubiese estado a la altura de las circunstancias, respetando el Derecho Internacional, buscando cumplir con la palabra empeñada en la suscripción del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca o “Tratado de Río de Janeiro” y debatiendo republicanamente esta delicada situación que marcó a nuestra región en forma dramática.

En septiembre pasado se conmemoraron los 40 años del golpe militar en Chile, cuyos ecos aun dañan a nuestra sociedad. Se realizaron numerosos balances y análisis de lo que han significado estas cuatro décadas posteriores al golpe de Estado en diversos ámbitos. Así, en derechos humanos no podremos olvidar el reconocimiento del entonces presidente Piñera respecto de los “cómplices pasivos”. En materia económica y social se analizaron críticamente las “grandes reformas estructurales” realizadas en dictadura con la fuerza y el poder de las bayonetas, como la reforma laboral de 1979, la previsional de 1981, la educacional y la de salud, entre otras. Sin embargo, el balance de la política de relaciones exteriores bajo la dictadura militar quedó en el tintero. Esto explica, en gran medida, por qué los civiles y “cómplices pasivos” que apoyaron a la dictadura de Pinochet intentan distorsionar la historia y sacarle brillo a la oscura política exterior de aquella época, demasiado próxima para olvidarla.

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