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17 de Enero de 2019

Marisela Santibañez, la barrista que confundió la política con el estadio

"La diputada del casi desaparecido partido de Marco Enríquez-Ominami, cree que el ejercicio público es algo así como una vitrina para gritar consignas como si se estuviera en un estadio de fútbol".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

En la Fiesta de los Abrazos, celebrada el fin de semana pasado, se captó una declaración en la que la diputada del PRO, Marisela Santibañez, luego de un discurso en el que no se entendía muy bien lo que decía, de pronto dijo, en relación al escándalo que se armó con Gabriel Boric y la polera de Jaime Guzmán, que estaba “bien muerto el perro”, celebrando así el asesinato de un “senador en democracia”, como les gusta a algunos medios llamarle al crimen del principal ideólogo de la dictadura.

Esto, como era de esperar, volvió a generar un debate en torno a la muerte de Guzmán y cómo fue asesinado. Lógicamente, su partido, la UDI, aprovechó la situación para irse contra Santibañez y, como de costumbre, buscar nuevamente un empate político con la izquierda. Esto, obviamente, abusando de ese relato transicional que, para no enojar al poder, estableció que “todos fuimos culpables” de lo sucedido con la violencia política de los setenta, ochenta y comienzo de los noventa.

Como no es mi intención acá hacer una reprimenda moral de la brutalidad dicha por Santibañez y sus arranques “rebeldes” (porque ya debería estar zanjado que lo hecho por el autónomo Frente Patriótico Manuel Rodriguez, no solo es un crimen absolutamente condenable, sino también un error político de dimensiones estratosféricas), sí creo fundamental señalar que es de suma importancia erradicar de cierta especie de nueva izquierda, estos arranques de “heroísmo retórico”.

Esto lo digo sin considerar que la diputada sea particularmente de izquierda, aunque crea serlo. Santibañez es más bien una figurilla menor que, como muchas que circulan por los pasillos del progresismo, quiso destacar por algo. Su especie de discurso fue para mostrar cierto radicalismo parlanchín que no contribuye mucho a la discusión de ideas, ni menos a la desarticulación del legado de Jaime Guzmán. Porque, ¿no debería ser esa una de las misiones de la izquierda? Sería bueno responderlo.

Pero eso a Marisela no parece importarle ni entenderlo. Al igual que algunos personajillos que entraron al Congreso desde otros ámbitos del quehacer público, la diputada del casi desaparecido partido de Marco Enríquez-Ominami, cree que el ejercicio público es algo así como una vitrina para gritar consignas como si se estuviera en un estadio de fútbol. Su amor por ese deporte, se vio reflejado en lo dicho sobre el fundador del gremialismo, ya que no argumentó en ningún momento su opinión; de hacerlo, tal vez su imbecilidad habría perdido ese tufillo justiciero que ella creyó ver.

Pero de justicia no hubo en nada: ni en el atentado a Guzmán ni en estos dichos. Hubo, por el contrario, infantilismo, ese fantasma que siempre ha acechado a la izquierda para desviarla de sus objetivos. Santibañez es hoy la representante más notoria de ese mal con el que algunos se dejan embobar por las formas, los puños en alto y los dichos altisonantes, sin antes detenerse problematizar lo que se está diciendo con tanta “convicción”. Y es que los barristas no problematizan nada, solo establecen al adversario por una cuestión de “tradición” y de “pasión”, y no por haber identificado en este a un antagonista ideológico. Los barristas no entienden de antagonismos, solo hacen como si lo hicieran, para así encontrar una identidad antes de buscarla realmente.

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