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Formando gente irremplazable

La educación superior debe, por ende, ir más allá de la mera adopción de tecnologías inteligentes en sus planes formativos. Es necesario impulsar el desarrollo de capacidades de razonamiento y de interpretación que nos permitan utilizar de manera crítica y creativa estas herramientas.

La compleja relación entre las inteligencias artificiales diseñadas para predecir fenómenos a partir del hallazgo de patrones y aquellas orientadas a generar textos o explicaciones guiadas por instrucciones sugiere una evolución profunda en la forma en que concebimos el procesamiento de la información.

Ambas modalidades comparten fundamentos matemático-estadístico-computacionales, pero su grado de adaptación y descubrimiento de estructuras lingüísticas hace que los modelos capaces de asimilar patrones del lenguaje resulten particularmente útiles y superiores en ciertas tareas, sobre todo las relacionadas con el razonamiento complejo y la comunicación.

Las versiones más recientes de estas inteligencias artificiales implementan mecanismos internos de diálogo, que les permiten “reflexionar” sobre la manera de descomponer problemas y ofrecer respuestas apropiadas a cada planteamiento. Este rasgo sugiere que estos sistemas no solo generan texto, sino que también encarnan en cierta medida la culminación de nuestro mayor invento: el lenguaje.

Es a través del lenguaje que los humanos podemos interpretarnos, analizarnos y reconfigurar nuestro entendimiento del mundo. Tal como señala Heidegger, la singularidad humana radica en la capacidad de autoreflexión, una actividad imposible sin conceptos claros y sin la mediación del lenguaje. Ahora, esta dimensión lingüística del pensamiento se extiende a las máquinas, que aprenden a razonar con lógicas similares a las nuestras.

La cuestión de cómo enseñar a usar estas tecnologías que utilizan el lenguaje como herramienta de razonamiento —de manera que sea coherente con las formas humanas de pensar e interpretar el mundo— nos remite a un terreno filosófico. Desde allí se observa que el conocimiento puede ser tanto empírico (derivado de la experiencia y los datos) como ontológico (derivado de la interpretación del ser y la esencia del ente observado). Así, las inteligencias artificiales, alimentadas con datos, pueden guiar su razonamiento a través de las interpretaciones que nosotros, los usuarios y diseñadores, aportamos.

La educación superior debe, por ende, ir más allá de la mera adopción de tecnologías inteligentes en sus planes formativos. Es necesario impulsar el desarrollo de capacidades de razonamiento y de interpretación que nos permitan utilizar de manera crítica y creativa estas herramientas. La integración equilibrada de técnicas avanzadas de inteligencia artificial con el pensamiento filosófico-interpretativo fortalece no solo la eficacia en el uso de la tecnología, sino también el entendimiento personal de nuestra condición en el acto de pensar, comunicar y crear.

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