En política las convicciones debieran ser algo más que simples slogans de campaña. Sin embargo, en el comando de la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, pareciera que las ideas se abandonan con la misma facilidad con la que antes se defendían con megáfono en mano. El jefe de su equipo económico, Luis Eduardo Escobar, acaba de desmarcarse -afortunadamente- de dos de los principales caballos de batalla del programa de su candidata: el sueldo vital de $750.000 y el fin de las AFP. Así, sin anestesia, y en plena carrera presidencial.
¿Se enteró la candidata? ¿O nos van a decir que el programa ya no importa? Porque cuando es el encargado económico —nada menos— quien desecha las ideas más emblemáticas del relato de su propia coalición, es legítimo preguntarse quién está realmente a cargo de la propuesta. Más aún cuando, como si se tratara de una revelación divina, Escobar afirma que “la primera herramienta para generar empleo es crecer, crecer, crecer”. ¿En qué momento la izquierda entendió que el crecimiento es condición previa para el desarrollo? Porque no olvidemos que hace apenas unos años, desde esos mismos sectores se hablaba sin pudor de “superar el modelo” y se promovía el “decrecimiento” y la desestabilización institucional como ruta política.
La incoherencia no es menor. ¿A quién le creemos entonces? ¿A la ex ministra del Trabajo que ha prometido por años terminar con el sistema de AFP —con marchas, declaraciones y hasta proyectos de ley— o a su jefe programático que ahora plantea mantenerlo? Más allá de las consignas, terminar con las AFP significa, entre muchas otras cosas, poner en riesgo los ahorros individuales de millones de cotizantes y eliminar su libertad de elegir quién gestiona y administra sus fondos. No es sólo una medida riesgosa y regresiva, sino también profundamente injusta: los trabajadores perderían el control sobre sus propios recursos, los que además han sido fundamentales para profundizar nuestro mercado de capitales, financiar la inversión y promover el crecimiento en Chile.
Tampoco sorprende que varios economistas se hayan restado de participar en este experimento programático. La contradicción permanente, la renuncia a toda coherencia ideológica y la sensación de que el relato cambia según la encuesta del día no son precisamente atractivos para quienes valoran la seriedad técnica. Pero, además, hay un factor insoslayable: el riesgo que implica comprometer el prestigio profesional en una candidatura del Partido Comunista, cuya historia y propuestas económicas suelen estar lejos de los consensos más básicos en materia de estabilidad, propiedad y libertad económica. Y si el diseño económico del programa presidencial es una suma de renuncias acomodaticias y contradicciones, no debiera sorprendernos que quienes podrían contribuir con ideas, prefieran mirar desde lejos.
La izquierda chilena parece haber descubierto que prometer lo imposible tiene costos. Pero corregir el rumbo no es simplemente desdecirse: es reconocer públicamente que durante años se vendieron ilusiones sin sustento. Hoy, en un intento por ampliar su electorado, el Partido Comunista intenta mostrarse razonable, moderado, incluso en favor del crecimiento. Pero no nos confundamos. Las ideas siguen siendo las mismas; lo único que ha cambiado es el libreto para esta etapa de la campaña. Y si bien algunos hoy se desmarcan para sumar votos, no cabe duda de que, si llegaran a instalarse en La Moneda el próximo 11 de marzo, el disfraz se desvanecería y volverían a asomar sin pudor las viejas banderas. Total, como han dicho otros antes, prometer en campaña no cuesta nada… el problema es cuando se gana.