Secciones
Opinión

Exijo ser un héroe

Este fue, sin exagerar, un año de consolidaciones. Como el de Myriam Hernández y su espectacular show de mayo pasado en el mismo Nacional. Un año donde la agenda internacional brilló -con visitas de Green Day, System of a Down, Guns N´ Roses, Incubus, entre otros-, pero en paralelo hubo otro mapa que vale la pena mirar: el de los artistas chilenos ocupando lugares que antes parecían lejanos.

Todavía quedan ecos de Dua Lipa y Oasis en el Estadio Nacional. Lo que pasó durante noviembre dejó una estela de entusiasmo que todavía circula en conversaciones, playlists y videos grabados con el celular temblando. Y entre ambas visitas, una larga lista de anuncios, confirmaciones y rumores que vuelven a poner a Chile en el mapa de las grandes giras mundiales.

Todo eso está perfecto. Lo internacional no compite con lo local: se complementan, se necesitan, se alimentan. Es parte del ecosistema. Pero mientras los focos estaban sobre los nombres de siempre, acá, casi en paralelo y sin tanto aparato, la música chilena vivió un año especialmente fértil, uno que vale la pena mirar con calma antes de que se nos escape entre trending topics.

Kid Voodoo reventó el Movistar Arena con siete shows en julio. Sin teloneros globales, sin grandes campañas, sin el respaldo de una multinacional. Solo canciones que venían creciendo desde abajo y una comunidad que llegó puntual a confirmarlo. En el mismo escenario, Lucybell cerró su carrera en octubre y un mes después Joe Vasconcellos celebró los 30 años de Toque con otro Movistar Arena lleno, demostrando que su repertorio tiene más vida que nostalgia.

Unos meses antes, Illapu hizo historia con un concierto sinfónico ahí mismo, un gesto de absoluta vigencia para una banda que ha cruzado generaciones sin perder densidad ni convicción. Y en otra frecuencia, pero con la misma convicción, Angelo Pierattini y Gonzalo Yáñez ocuparon el Nescafé de las Artes, confirmando que hay escenas, públicos y circuitos que funcionan incluso cuando el barullo nacional mira para otro lado. Y como si el año no estuviera ya cargado de señales, dos colosos se asoman en el horizonte: Los Jaivas y su vuelta al Nacional el próximo 7 de diciembre, y el Bloque Depresivo con su primera cita en el coloso de Ñuñoa prevista para el 20 de este mismo mes.

No es necesario armar teorías sociológicas ni levantar banderas para explicarlo. Tampoco es un reclamo encubierto contra las visitas internacionales, que aportan producción, industria, empleos y un empuje cultural que también necesitamos. La idea va por otro lado: reconocer que, aunque a veces en silencio, la música chilena sigue conquistando -o intentándolo al menos- espacios grandes, difíciles, simbólicos.

Porque llenar un Movistar no es fácil para nadie, ni local ni extranjero. Llenarlo con canciones chilenas, con proyectos hechos aquí, con públicos que crecen sin reflectores globales, habla de un movimiento que hace rato dejó de ser una anécdota.

Este fue, sin exagerar, un año de consolidaciones. Como el de Myriam Hernández y su espectacular show de mayo pasado en el mismo Nacional. Un año donde la agenda internacional brilló -con visitas de Green Day, System of a Down, Guns N´ Roses, Incubus, entre otros-, pero en paralelo hubo otro mapa que vale la pena mirar: el de los artistas chilenos ocupando lugares que antes parecían lejanos.

Quizás no lo comentamos tanto. Quizás no tuvo la misma pauta ni el mismo volumen. Pero pasó. Y a veces, lo más importante de una escena es justamente eso: lo que pasa incluso cuando no estamos mirando con tanta atención.

Notas relacionadas












Injusto y caro

Injusto y caro

El caso Muñeca Bielorrusa más que un problema aislado, muestra por qué Chile no puede darse el lujo de tener instituciones capturables o permeables a intereses indebidos. Cuando los estándares se vuelven opacos o discrecionales, la economía deja de operar sobre reglas y empieza a operar sobre relaciones.

Foto del Columnista Macarena Vargas Macarena Vargas