De zapatillas y con casco, cada mañana cientos de universitarios pedalean sobre sus bicicletas para llegar antes de las 8 AM hasta la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, en el centro de la ciudad. El mismo recorrido que hace cada día, desde su casa en Vitacura, el decano de la FEN: José de Gregorio (66), ex triministro de Economía, Minería y Energía en el gobierno de Lagos y ex presidente del Banco Central en plena crisis subprime (2008).
-Hay que mantenerse bien- dice, sonriendo, junto a la bicicleta que ocupa un lugar protagónico de su oficina, atestada de libros y con un espacio destacado para los retratos de los 5 nietos que viaja a visitar cada vez que puede a EE.UU. Su escritorio está en los altos de un flamante edificio que ocupa lo que alguna vez fue una superficie destinada a estacionamientos. Desde ahí De Gregorio mira el campus que le toca liderar. Cuenta que tiene proyectadas otras construcciones y, por cierto, canchas para incentivar el deporte, una disciplina que este ingeniero civil, doctorado en Economía del MIT y maratonista, valora como ordenador del espacio mental. “Cada mañana corro 10K y después me vengo para acá por la ciclovía del Mapocho, que es espectacular”, cuenta.
Y agrega con orgullo juvenil:
-Mi última maratón fue en 2018. Pero el próximo año quiero correr, otra vez, en Londres. Me faltan Londres y Tokio para completar las seis World Marathon Majors. Tengo fotos de todas las que he corrido, me gusta verlas en blanco y negro, tipo revista (ríe). Correr me ordena la cabeza. Es lo más parecido a meditar que hago.
Cada año llegan hasta esta casa de estudios casi un millar de jóvenes que sueñan con convertirse en empresarios, ejecutivos y -por qué no- líderes políticos en un mundo donde los mandatarios que vienen de esa área -como Trump y Milei- copan la atención con medidas disruptivas que parecen ir contra todo lo establecido a nivel disciplinar. Sin ir muy lejos, entre los actuales candidatos presidenciales de Chile hay dos profesionales de la economía: Parisi y Matthei. Y, a la hora de enfrentar sus propuestas, los ocho presidenciables han desfilado por más foros empresariales que por canales de televisión.
-¿Qué quiere decir que hoy parezca más importante quién lidera el equipo económico de un candidato que su propio background?
-Algo de eso hay. Y creo que es porque afortunadamente, en los últimos años se ha reenfatizado la importancia del crecimiento. Y eso, a su vez, es porque un gobierno de izquierda que no tenía eso en su ADN, terminó llevándolo como bandera.
-¿El gobierno de Boric?
-Sí. El gobierno actual lo hace creíble justamente porque no lo tenía incorporado. Y después de un tiempo terminó asumiéndolo con convicción. Al final, el tema del crecimiento es una preocupación nacional.
-Un gobierno que en campaña buscaba “decrecer”.
-Claro, hubo algunos casos extremos que hablaban de decrecimiento, pero no era algo central. Simplemente no enfatizaban el crecer. Cuando uno conversaba con ellos antes de que llegaran al gobierno, no era un tema que les motivara. Luego se dieron cuenta de que era clave: no solo porque la ciudadanía lo pide, sino porque los gobiernos mismos son los más interesados en ello. ¿Por qué? Porque es la manera más efectiva de tener recursos fiscales. Una persona puede ajustar su consumo si no le sube el ingreso, pero el Estado vive bajo presión fiscal permanente. Por eso el crecimiento es esencial tanto para el gobierno como para la empresa. Hoy creo que hay un diagnóstico bastante compartido, y eso también ha dado un rol más importante a los foros empresariales. Importa quién conforma el equipo económico, quién va a concretar lo que los presidentes anuncian.
-¿Qué es más riesgoso: que se politice la economía o que la economía se tome la política?
-Nada de eso es bueno. En Chile el tema económico es clave y ojalá no lo fuera, ya que significaría que no hay problemas. En un país ideal, la economía no sería un tema electoral, como tampoco lo sería la seguridad. Pero siempre hay temas urgentes, y la economía siempre va a estar ahí porque siempre se le exigirá más. Por eso, que la economía esté en la política no me molesta. Lo preocupante es cuando se vuelve propagandística, llena de eslóganes y simplificaciones.
-¿Por ejemplo?
-En la elección anterior, había una coalición con poca reflexión de política pública, con diagnósticos ingenuos y una idea de que todos los problemas se resolverían con un cambio total, una refundación. Era un sueño. Y cuando llegan al poder, se dan cuenta de que la refundación no es posible. El país les dice que no, que las cosas tienen un límite, que el país funciona. No solo tiene que ver con la formación técnica, sino con el signo de los tiempos.
Para De Gregorio estos tiempos que corren están marcados por la generación frenteamplista que, en su visión, era inevitable que llegara al poder: “Debo decir que predije bastante de lo que iba a pasar con este gobierno. Lo decía abiertamente, en grupos de empresarios o amigos: yo esperaba que ganara el Frente Amplio. No por afinidad, sino porque creía que el país necesitaba que aprendieran gobernando. Si seguían cuatro años más fuera del poder, iba a ser peor, iban a volver más recargados (…) En política monetaria uno puede simular escenarios y ver resultados. En política real, no. La ciudadanía quiere experimentar los modelos. Por eso hay alternancia entre gobiernos de derecha e izquierda: porque los países necesitan vivir las experiencias. Y eso pasó: llegaron al poder convencidos de que lo sabían todo, y se dieron cuenta de que no era así.
-¿Y votaste por ellos?
-No, por supuesto que no. Voté en blanco. De hecho, vengo votando en blanco hace mucho tiempo.
-¿Cuántos años?
-Desde la elección de Piñera y Guillier (2017).
-¿Por qué?
-Yo era bastante concertacionista en esa época, pero cuando nombraron a Guillier dije: “no más”. Fue una traición a Lagos, un deterioro en la manera de hacer política de lo que había sido la Concertación. Eso explica su caída y su incapacidad de cuidar su legado. Haber sido absorbidos por el Frente Amplio fue consecuencia de eso. Pero insisto: yo decía que esto tenía que pasar, que era bueno. No para mis preferencias personales, sino para el país. Porque gobierne quien gobierne, el país no se acaba. No viene el caos. Obviamente hay presidentes mejores y peores, pero nuestras instituciones son tan fuertes que las
empresas siguen funcionando, los derechos de propiedad no están amenazados y la estabilidad macroeconómica se mantiene. Chile es un país sólido. Con problemas, claro —de inversión, de gestión fiscal de corto plazo—, pero sin amenazas estructurales. Nuestro sistema financiero es robusto. Entonces, los extremos, finalmente, dan lo mismo: lo que varía son los énfasis valóricos, no el funcionamiento del país.
-¿Chile no se “cae a pedazos”?
-Chile no se va a caer a pedazos bajo ningún punto de vista. No hay ningún candidato presidencial —tal vez Artés, pongámoslo así— que pueda hundir el país. Chile es más fuerte que sus candidatos. No depende de si son buenas o malas personas, o de si gobiernan bien o mal. Es un país sólido, aunque se le haya olvidado crecer. Estamos fatigados, llenos de burocracia, y necesitamos romper con eso.
El oráculo de Don Pepo
De Gregorio cuenta que su apodo, “Pepo”, viene de infancia, a posta de diferenciarlo de su padre don José “Pepe” de Gregorio Aroca, demócratacristiano de estirpe falangista, que en el mundo privado llegó a ocupar la presidencia de la Polla Chilena de Beneficencia. Por años, en los pasillos de La Moneda, Teatinos 120 (Ministerio de Hacienda) y el Congreso la voz de Pepo de Gregorio solía escucharse con reverencia.
Su reconocido perfil técnico e instinto político sigue teniéndolo al otro lado de la línea de economistas, políticos y más de algún connotado CEO que lo tuvo como profesor. También por su oficina han pasado algunos presidenciables, como Harold Mayne Nicholls, quien le dejó de regalo un libro escrito por él, Su majestad la encuesta y otros cuentos, que permanece aún sellado sobre una mesa de centro en la oficina.
-Yo hablo con todos- reconoce-. A veces me llaman para aclarar temas o para explicarme algo, porque saben que uno habla en público. Cuando fue la renuncia de Marcel, por ejemplo, yo estaba confundido, y alguien me explicó cómo fue todo.
-¿Qué te confundía?
-Que fue una salida muy intempestiva, pero estaba planificada con anterioridad. Se filtró antes de tiempo, eso fue lo que generó ruido. En realidad, estuvo bien ordenada. Lo que pasa es que cuando yo dejé el gobierno de Lagos, se anunció de inmediato mi reemplazo. En este caso no hubo anuncio inmediato, y eso alimentó la sorpresa. Pero al final, todo tiene su razón. En política pocas cosas son accidentes. Hay incentivos y lógicas detrás, aunque a veces lleven a errores.
-¿Volverás a votar en blanco?
-No. Lo más probable es que vote por Evelyn Matthei.
-¿Qué es lo que te gusta de ella?
-Primero, que representa una posición de centro, y yo me siento bastante de centro. Creo que no se pueden resolver todos los problemas, y por eso hay que priorizar: atender los temas sociales sin descuidar la estabilidad económica. Además, en una economía como la chilena —capitalista, globalizada, con un fuerte componente social—, necesitamos repensar muchas cosas, especialmente en educación. Lo que más me gusta de Matthei son sus equipos: gente más joven, con vocación pública, poca ideología y capacidad de escuchar. No hablo de los mismos de siempre, sino de una generación nueva, profesional, con buena formación técnica, de centros como Horizontal o Pivotes. Yo los he seguido, los he escuchado, y creo que aportan pragmatismo y evidencia. Lo que necesitamos hoy es eso: menos prejuicio y más evidencia. Todos tenemos valores, claro, pero no hay que disfrazarlos de tecnicismo. En generaciones anteriores eso pasaba mucho: se usaban argumentos técnicos para justificar valores personales. En esta generación más joven lo veo menos.
Reingeniería del Estado
La mañana de esta entrevista se discutía en el Congreso el presupuesto fiscal para 2026. Era la primera jornada de tantas que se sucederán hasta la elección del 16 de noviembre:
-Hay que entender que la discusión presupuestaria se va a politizar por la campaña presidencial. Y es normal. Uno no puede pedirle a un candidato que salga a decir que el gobierno al que quiere reemplazar lo está haciendo bien. La política funciona así. El riesgo está en que, como se dice popularmente, se “pasen de rosca”. Por ejemplo, ahora se habla del Ministerio de Vivienda y de “los mil millones perdidos”. No está claro. Puede haber confusión en las cifras. Lo importante es no sobrerreaccionar y mantener el debate en su contexto.
-¿Te parece responsable prometer recortar 6 mil millones de dólares del gasto público?
-No diría que es irresponsable, pero sí con una bajísima probabilidad de cumplimiento. Eso equivale a recortar un 8% del presupuesto nacional. ¿Cómo se hace eso en un Estado donde es tan difícil reducir personal? El gasto en remuneraciones es altísimo. Para lograr ese nivel de recorte habría que despedir al menos a un 10% de los funcionarios. Es un anuncio más deseado que factible. Ojalá en la segunda vuelta concreten cómo lo harían, porque hasta ahora no hay detalle. Y el problema es que quienes lo dicen carecen de experiencia en política pública.
-¿Qué piensas de propuestas como el ingreso vital de $750 mil?
-Es posible legislarlo, pero sería dañino. Nuestro salario mínimo ya es relativamente alto en la comparación internacional. Este gobierno hizo un esfuerzo importante, y estamos en un rango en el que más aumentos podrían frenar la creación de empleo, justo cuando el mercado laboral está en reestructuración por la inteligencia artificial y la automatización. Un salario demasiado alto puede acelerar la adopción tecnológica y reducir el empleo. Por eso, subirlo mucho no favorece a los trabajadores: podría subir el sueldo promedio, pero bajar el ingreso total al disminuir los empleos disponibles (…) Muchas veces se habla de subir el salario mínimo, pero la verdad es que no hay plata. Entonces tenemos que discutir alternativas con seriedad. Por ejemplo, algo que yo propongo: el impuesto al ingreso negativo.
-¿Cómo es eso?
-Es una idea sencilla: si ganas muy poco, el Estado te complementa el sueldo. Es decir, la tasa de impuesto no sería cero, sino negativa, por ejemplo –10%. Así, si trabajas y ganas poco, recibes un complemento. Eso se aplica en Estados Unidos, aunque de forma limitada. Tiene dos ventajas: incentiva la formalidad —porque solo aplica a quienes cotizan— y permite mejorar ingresos sin afectar el empleo. Es una propuesta compleja de implementar, porque habría que rediseñar todo el sistema de impuestos y salarios. Habría que reducir las exenciones, que hoy son altas. Pero valdría la pena pensarlo. Otra idea interesante —que se discute mucho en el mundo— es una Pensión Garantizada Universal para los mayores de 18 años. Un ingreso universal, un Universal Basic Income.
-Vaya…
-Son debates serios. No digo que los apoye directamente, pero tenemos que pensar en ellos. Estamos entrando en una era donde la tecnología puede alterar profundamente el empleo. La inteligencia artificial, por ejemplo, representa una disrupción comparable a la llegada de Internet. El capitalismo ha demostrado ser muy resiliente —una roca, como me gusta decir—, pero eso no significa que no habrá tensiones. La globalización y los mercados se adaptan, pero los Estados tienen que rediseñarse. Si el Estado no cambia, seguiremos creando programas y oficinas que consumen presupuesto sin llegar a la gente. A veces el servicio es bueno, pero la plata se diluye en estructura.
-¿Y cuánto costaría un ingreso universal?
-Es un gasto enorme. Si tomamos 15 millones de adultos y les damos 3 mil dólares al año, son 45 mil millones de dólares, más de 15 puntos del PIB. No hay cómo financiarlo con el sistema actual. Por eso insisto: se requiere una reingeniería total del Estado. No estoy en contra de entregar transferencias directas —son más limpias, sin costos administrativos—, pero hay que focalizarlas y rediseñar cómo opera la burocracia.
-¿Ves que el futuro va más hacia la universalización que hacia la focalización?
-Probablemente. Pero eso no lo hace socialista, como algunos dicen.
-Tampoco suena muy capitalista.
-No necesariamente. Son impuestos y transferencias, no colectivismo. Es como la PGU actual, solo que extendida. Hay países que lo están experimentando. El problema es el financiamiento. Y también hay que mirar los incentivos: si la gente recibe dinero sin trabajar ¿reduce su oferta laboral? En sociedades envejecidas eso puede ser grave. Por eso se han hecho experimentos en Canadá, Estados Unidos y Europa para estudiar los efectos. Algunos muestran que la gente no deja de trabajar tanto como se temía, pero igual hay que ser cuidadoso. Al final, lo que me interesa es que pensemos hacia adelante. La tecnología, la demografía y la estructura fiscal están cambiando, y si no nos anticipamos, la política pública va a llegar tarde.