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29 de Junio de 2012

Por qué Magdalena Krebs es la enemiga íntima del Museo de la Memoria

Un poco difundido capítulo de su historia familiar explicaría el encono de la directora de la DIBAM con el Museo de la Memoria: su padre se sintió intimidado por los partidarios de Allende y se autoexilió junto a su familia en Alemania. El clan sólo regresó con Pinochet en el poder.

Por Cindy Rivera
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Quienes han tratado a Magdalena Krebs, directora de la DIBAM (Dirección de Bibliotecas y Archivos Nacionales), sabían que una cosa así podía ocurrir en algún momento.

Nunca ha sido fácil para ella aceptar la existencia del Museo de la Memoria y en los dos años que lleva a la cabeza de la DIBAM lo ha manifestado de distintas formas. Desde confesiones de pasillo, hasta acciones concretas, como la batalla silenciosa y a la postre infructuosa que supuestamente libró el año pasado para que la Dirección de Presupuestos (DIPRES) le rebajara a ese museo en un 30% el financiamiento que anualmente recibe del Estado y que alcanza a los $ 1.400 millones.

Por eso no extrañó demasiado que Magdalena Krebs se dejara llevar una vez más por sus profundas convicciones y redactara, párrafo por párrafo, aquella carta enviada al director de El Mercurio en la que se atrevió a cuestionar la “función pedagógica” del Museo de avenida Matucana 501 por la supuesta falta de contexto histórico, sugiriendo que “sería una gran contribución que el museo explicara los hechos anteriores al golpe”.

La misiva, que sacó y sigue sacando chispas en el debate público, al punto que sobre su autora pesan hoy varias solicitudes para que renuncie a su cargo, no fue una simple torpeza. Si hay una cualidad que destacan en ella quienes la conocen es su inteligencia, su rigor y su tremenda capacidad de reflexión y pausa.

Sí fue, probablemente, el reflejo de un poco difundido capítulo de su historia familiar, relatado hace algunos años por su propio padre, el fallecido historiador de origen alemán Ricardo Krebs, en una serie de conversaciones que sostuvo con el historiador Nicolás Cruz y que quedaron plasmadas en la publicación “Vivir lo que tiene más Vida. Conversaciones con Ricardo Krebs”.

Allí el patriarca de la familia Krebs Kaulen cuenta cómo en 1970, siendo profesor del Instituto Pedagógico, en ese tiempo todavía ligado a la Universidad de Chile, fue enjuiciado públicamente por el Centro de Alumnos del Departamento de Historia como un mal docente por no ser marxista.

Y también recuerda con amargura cómo en su primera clase en el Instituto de Historia de la Universidad Católica, después del triunfo de Allende, un alumno le advirtió que allí ya no habría cabida para él. Mensaje que él tradujo de inmediato.

“Fue una decisión (salir de Chile) que tomamos con mi mujer basados en la experiencia histórica de que en un país donde se establecía un régimen marxista ya no se salía más de él. Llegamos a la conclusión de que no queríamos vivir bajo el marxismo, especialmente pensando en nuestros hijos”.

“Las perspectivas que se presentaron no eran muy lisonjeras. La decisión que tomamos con mi mujer fue, seguramente, la más dura que hemos adoptado en nuestras vidas. Significaba abandonar el país al que pertenecemos y del cual nos sentimos orgullosos”, confesó quien en 1982 obtuviera el Premio Nacional de Historia.

Esa fue la antesala de los cuatro años que Krebs, su esposa y sus cuatro hijos pasaron en Colonia, Alemania, período que terminó en 1974, después del golpe, en parte porque su hija Magdalena les manifestó a sus padres su voluntad de volver a Chile para estudiar arquitectura.

Fue así como mientras los protagonistas del Museo de la Memoria vivían la la tortura, la persecución y la muerte, ella volvía a Chile de la mano de sus padres y hermanos para iniciar una nueva vida, alejado ya el fantasma del marxismo que tanto asustaba al clan.

La tormentosa memoria de la directora

Magdalena Krebs cumplió su sueño en el Chile que ella quería: estudió Arquitectura en la Universidad Católica y en 1988 se instaló como directora del Centro Nacional de Conservación y Restauración (CNCR), organismo dependiente de la DIBAM, donde se hizo de una excelente reputación, sobre todo en el ámbito de la restauración.

Allí, uno de sus proyectos estrella fue precisamente la restauración de la Virgen del Carmen de la Parroquia del Sagrario de Santiago. “Un proyecto emblemático, que concitó mucha participación de la comunidad involucrada”, recuerda un cercano.

Estando en ese cargo, colaboró, junto con la arqueóloga Consuelo Valdés Chadwick, actual directora ejecutiva del Museo Interactivo Mirador (MIM), con el grupo Tantauco de Cultura, específicamente en un área que se planteó como prioritaria en el programa de gobierno de Sebastián Piñera: la protección del patrimonio.

En esos días, su nombre ya se mencionaba como carta segura para suceder a Nivia Palma en la DIBAM que heredaría el gobierno de derecha, aunque algunos creen que Krebs también estuvo entre las alternativas para encabezar el Ministerio de Cultura, cargo que finalmente quedó en manos del actor Luciano Cruz Coke.

Con la llegada de Piñera al poder Magdalena Krebs se hizo cargo de la DIBAM sólo meses después de inaugurado, en enero de 2010, el Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos.

Fueron, aquellos, meses de incertidumbre en las dependencias de Matucana 501, en Quinta Normal. El museo dirigido por la abogada Romy Schmidt no sólo temió por su continuidad en la nueva administración, sino que debió enfrentar el vendaval que significó dejar de depender de la Secretaría General de Gobierno y pasar a depender directamente de la DIBAM, organismo que quedó con el poder de canalizar el financiamiento estatal asignado al museo, y que corresponde nada más y nada menos que al 90%.

Ese poder, en manos de Magdalena Krebs, representaba un grave problema. Y lo fue, según relatan diferentes testigos de los innumerables desacuerdos que tuvo la directora de la DIBAM con Romy Schmidt.

De acuerdo con las fuentes consultadas, Krebs quiso desde el comienzo de su gestión intervenir en la línea editorial del Museo de la Memoria, pidiendo ampliar, entre otras cosas, el período histórico que abarca la muestra.

En el museo todavía recuerdan que cuando se inauguró la biblioteca, ella se ubicó entre las distintas agrupaciones presentes y reclamó en voz alta que allí no estaban presentes todas las víctimas, y que ella también había sido una víctima, recordando que sus padres le tenían prohibido a ella y a sus hermanos contestar el teléfono para evitar que escucharan los insultos y las amenazas que recibían de parte de los partidarios de Allende.

Con ese ánimo, Krebs también habría propuesto, sin resultados, que la entrada al museo no fuera gratuita, y habría exigido a Schmidt firmar un compromiso para que el museo lograra financiarse después de algunos años de funcionamiento, prescindiendo del aporte fiscal.

El presupuesto, según testigos que han acompañado la gestión tanto de Schmidt como de su sucesor Ricardo Brodsky, ha sido su principal arma de presión y en esa batalla ha contado con el apoyo de María Luisa Brahms, uno de sus vínculos más estrechos en Palacio.

El itinerario de los dineros fiscales que recibe anualmente el museo es complejo: una vez aprobada la cantidad en la discusión presupuestaria, la dirección del museo firma un convenio anual de transferencia de recursos, en el que explica su programa de actividades. Ese convenio, después de ser visado por la Contraloría, mandata a la DIBAM para que se lo entregue al museo en tres cuotas, contra una rendición de cuentas mensual.

Pero el año pasado, cuentan en el Museo de la Memoria, hubo claras señales de que recibirían mucho menos dinero que el año anterior. “La DIPRES emitió una señal presupuestaria bastante negativa. El informe preliminar que recibió Ricardo Brodsky hablaba de un 30% menos. Sólo gracias a la intervención de algunos parlamentarios y de algunos ministros de La Moneda, entre ellos el vocero Andrés Chadwick, se logró mantener la asignación de $1.400 millones que Romy Schmidt había logrado el año anterior, después de muchos tiras y aflojes”, explica una fuente que supo de las negociaciones.

“Ella Siempre ha sido muy contraria a la existencia de este museo y también al Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Sólo escuchar ese nombre la irrita, por su historia familiar, aunque valora mucho su colección de arte, que sabe es superior incluso a la del Museo de Bellas Artes. No tiene problemas con memoriales como los de Villa Grimaldi o de la calle Londres, pero no acepta el sentido del Museo de la Solidaridad ni el impacto que tiene el Museo de la Memoria en los cientos de jóvenes y niños que lo visitan” , comenta un experto con amplia experiencia en el ámbito de los museos y las instalaciones artísticas.

El Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos recibió en 2011 123 mil visitas, todo un éxito comparado con la convocatoria de cualquier museo chileno, con excepción del MIM. Y este año, según informan en la administración, hasta el 30 de junio las visitas iban en 103 mil, por lo que esperan superar con creces las 200 mil a fin de año.Unlogro en el que aportó también la muestra temporal del colombiano Fernando Botero sobre los abusos en la cárcel iraquí de Abu Ghraib.

“Es un museo que tiene muchísima aceptación y más aún ahora, con toda la publicidad que le ha hecho ella misma”, ironiza un colaborador de Matucana 501.

“Ella tiene un juicio político frente al museo. Es una mujer legítimamente de derecha, de la vertiente que cree que las violaciones a los derechos humanos fueron sólo excesos. Por eso recalca tanto el tema del contexto. Está convencida de que hubo un ambiente previo que propició estos hechos. Es lo que realmente piensa”, aventura Nivia Palma, quien ha trabajado estrechamente con la actual directora de la DIBAM.

Respecto de su gestión, más allá de su tormentosa relación con el Museo de la Memoria, aunque nadie niega la impecable labor que ha desarrollado, en el organismo se apuran para aclarar que Krebs recibió una institución en excelente estado.

Prueba de ello es que en 2006, y por segundo año consecutivo, el organismo se adjudicó el Premio Anual por Excelencia Institucional , galardón obtenido por haberse inscrito como el servicio público más destacado en gestión, manejo presupuestario, eficiencia institucional, productividad y calidad de los servicios entregados a sus usuarios.

El reconocimiento, que se entrega a través de la Dirección Nacional del Servicio Civil, institución encargada de los temas sobre carrera funcionaria en la Administración Pública, se tradujo en un incentivo económico para todos los funcionarios del organismo, recuerda Palma.

Lazos históricamente conservadores

En el plano personal, Magdalena Krebs tiene un hermano (Jan) y dos hermanas: Andrea, profesora de historia que integró el Panel de Expertos para una Educación de Calidad creado por el ex ministro de Educación Joaquín Lavín, y Cecilia, historiadora, casada con José Yuraszek.

Con su marido, el arquitecto Agustín Infante, tiene seis hijos, que dan vida a un hogar alejado de frivolidades y de rica vida familiar, según describe una cercana.

En su círculo es descrita como una mujer con gran vocación por lo público, que perfectamente podría haber escalado en el mundo privado.

Pese a indentificársele con el ala más conservadora de la UDI, y a que ha sido colaboradora del Instituto Libertad y Desarrollo, no se le reconocen padrinos políticos y ha logrado trabajar armónicamente con gente de distinto signo. Prueba de ello es la excelente relación que ha logrado cultivar con sus antecesoras en la DIBAM Nivia Palma y Clara Budnick.  De hecho, Palma recuerda que en más de una oportunidad la invitó a exponer sobre temas culturales en LyD. “Es una mujer muy cercana a la derecha del esfuerzo y del emprendimiento, pero al mismo tiempo tiene gran apertura intelectual”, aporta un colaborador.

Magdalena Krebs integra el claustro académico del Máster en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural que dicta la Universidad de Los Andes y en el ámbito cultural sus más cercanos son el historiador Hernán Rodríguez Villegas, director del Museo Andino, y Francisca Valdés, encargada del Área de Exhibiciones de la DIBAM.

Su entorno está consternado por el revuelo que han causado sus opiniones y a estas alturas poco impacto ha tenido la corrección que ella misma hizo a sus declaraciones, en carta enviada esta vez a La Tercera. En esa tribuna aclaró que las “circunstancias no justifican las violaciones a los Derechos Humanos” y reconoció el valor del museo creado por el gobierno de Michelle Bachelet como transmisor de “esa cruda realidad que fue negada durante muchos años”. “Mi planteamiento sólo apuntaba a que, si como país queremos que hechos como esos no se repitan, debemos estar también abiertos a la reflexión”, dijo, para justificarse.

Pero sus comentarios, dados a conocer justo en la semana en que se avaló que el padre de la ex Presidenta que impulsó el Museo de la Memoria murió bajo tortura, ya no tienen retorno.

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