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El fútbol de antes: Los dientes de Las Heras y el llanto de Dieguito

-Momento inolvidables, vividos en el Estadio Nacional, en los cuales se mezclaron emoción, fútbol y violencia. Uno casi le cuesta la expulsión del país a Nelson Acosta. Y el otro casi le cuesta una pierna a Maradona, la noche que debutaba en Chile. En ambos el autor estaba presente como público.

Ya he dicho que, más de una vez, íbamos al estadio con mi abuelo para ver fútbol por el mero gusto de ver fútbol.

Digo, sin que jugara Colo Colo, sin cercanía emocional de por medio.

Alguna de las eternas reuniones triples en Santa Laura, para matar un domingo, o partidos interesantes porque chocaban los mejores equipos del momento o sólo por seguir a algún jugador muy bueno, especial. Una de esas veces, Unión Española y OHiggins jugaron, en el estadio Nacional, la final de la liguilla de 1978 para ir a la Copa Libertadores tras dejar en el camino a Everton y a Cobreloa.

Por los rancaguinos, dirigidos por Luis Santibañez, estaban el Polo Vallejos al arco; Droguett, Gatica, René Valenzuela y Serrano en defensa; Quiroz, Bonvallet y Neira en el medio y el brasileño Baesso, Juvenal Vargas y Romero en la delantera. En la banca, el arquero suplente Ramos, Riquelme, Avila, Guido Coppa y Nelson Acosta, que después sería parte fundamental de esta historia.

Para Unión, que dirigía Germán Cornejo, jugaban Osbén en el arco (otro de los protagonistas de lo que vengo a contar); Luis Rojas, Leonel Herrera, Rafael González y Enzo Escobar en la defensa; Las Heras, Crespo y Farías en el medio y Lucho Miranda con los dos pollos, Neumann y Véliz, en la delantera. En la banca, el arquero Espinoza, el chino Arias, el tano Novello y el goleador Jorge Peredo.

Con goles de Serrano y Escobar (ambos laterales izquierdos, casualmente) empataron 1 a 1 en tiempo reglamentario y luego, con goles de Miranda primero y de Vargas después, a segundos del final, terminaron 2 a 2, lo que implicó que, por diferencia de gol, los celestes clasificaran para la Copa Libertadores.

Habían entrado, en su momento, Novello por Farías y Peredo por Rojas, en la Unión, y -ojo acá- Acosta por Basso y Coppa por Romero en Ohiggins.

Fue un partidazo, pero los pocos que estábamos en el estadio esa noche (20.542 espectadores, 408 socios de Unión, 2.942 de OHiggins, arbitraje de Mario Lira), probablemente recordemos, más que los goles, la emoción o el buen nivel de juego, lo que pasó antes del alargue, en el minuto 92. En la agonía del tiempo reglamentario, en un balón peleado en la mitad de la cancha, Las Heras fauleó desde atrás a Acosta y este, al levantarse, tomó el balón y echando sus brazos hacia atrás golpeó en la boca al mediocampista hispano (¿casualmente? ¿adrede?) con tal fuerza que le botó de inmediato cuatro dientes y le causó una doble fractura, maxilar y de nariz.

Las Heras se paró del suelo sangrando y vino la hecatombe: los jugadores de Unión, encabezados por el agredido, persiguieron a Acosta para golpearlo y hubo más de un pugilato hasta que, de pronto, el arquero Osbén cruzó toda la cancha para agarrar a Acosta. Lo logró, lo botó al pasto y comenzó a ahorcarlo con ambas manos. Una escena feroz, pocas veces vista en una cancha de fútbol. Le costó a los rivales e incluso a los compañeros de Osbén -gran arquero, seleccionado nacional, fallecido el 2021- sacarlo de encima de Acosta…pero si no lo hacen probablemente lo hubiera matado.

La polémica duró varias semanas, el diario La Tercera le dio un gran recuadro a los hechos con fotos impresionantes y un título que decía “Señor Acosta…aquí en Chile usted está de más”. Al final Las Heras fue operado y el uruguayo recibió varias fechas de suspensión pero no el castigo “de por vida” que pedían algunos al no poder comprobarse del todo la supuesta mala intención (“no fue a propósito, yo sólo me protegí naturalmente al ver que un rival venía a golpearme desde atrás”, señaló esa misma noche Acosta ofreciendo algo parecido a las disculpas).

DIEGUITO EN CHILE

Un par de años más tarde, también de noche, me tocó presenciar, en el mismo estadio pero esta vez solo, ya sin mi abuelo, y desde la galería sur, otra vez al gran Mario Osbén, pero ahora jugando un amistoso por Colo Colo en el debut de Diego Armando Maradona en nuestro país.

Los albos venían de ser campeones y cerraban su pretemporada para iniciar el torneo de 1980, y Argentinos Juniors llegaba en su mejor momento, con Maradona como principal estrella (venía con el récord de ser el máximo goleador del torneo argentino durante tres años consecutivos) y a punto de ser traspasado a Boca Juniors, donde conseguiría su único título en Argentina un año después.

Llegaron poco más de 65 mil personas hasta Ñuñoa, arbitró Victor Ojeda y, bajo la dirección de Pedro Morales, por los albos jugaron Osbén en el arco; Galindo, Leonel Herrera, Atilio Herrera y Daniel Díaz en defensa; Rivas, Inoztroza y Vasconcelos en el medio y Ponce, Caszely y Orellana en delantera. Equipazo.

Por lo bichos colorados (apodo dado al equipo argentino en 1957 por el periodista uruguayo Diego Lucero) que eran dirigidos en ese entonces por Miguel Angel López, aparte de Maradona venían Domenech, Giusti…y pocos más conocidos por nosotros. No estaban en ese plantel todavía ni Borghi, ni Caruso Lombardi, ni Batista, ni Pasculli, ni Zanabria, quienes recién aparecerían el año venidero.

Ganó el cacique por 3 a 2 con dos goles de Caszely y uno de Mané Ponce cuando el partido terminaba y con ambos descuentos anotados por Miguel Angel Molnar para los visitantes.

Pero otras dos cosas, aparte del buen nivel de ese Colo Colo, quedarían para el recuerdo: la velocidad y técnica endemoniada de Maradona para hacer diagonales (nunca habíamos visto algo así y fue un deleite) y la patada descalificadora de Chuflinga Herrera, no por nada conocido como “patitas con sangre”, al propio Diego, cerca del banderín del córner del arco sur en el segundo tiempo.

Fue tal la violencia de la patada que, aunque quedaban algunos minutos, el partido debió terminar ahí mismo ante las quejas de los argentinos y la lesión de la estrella que todos habíamos venido a ver.

Como cierre no tan perfecto pero como legado y archivo, ya que TVN transmitió esa noche en directo para todo el país, mientras se revolcaba en el suelo, Dieguito nos dejó, ante el micrófono de Victor Cañón Alonso (ubicado a un costado de la cancha siempre se las arreglaba para llegar hasta la boca misma de los protagonistas), un llanto largo, verdadero y fenomenal, acompañado con un inolvidable “ay mamita”, que repitió casi con ternura por largos minutos. Nunca se me olvidó.

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