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¿Se necesita un título para opinar?

China exige credenciales a influencers para discutir temas serios, combatiendo la desinformación. Esta ley choca con la “experiencia vivida” y la innovación que define la economía de los creadores.

China acaba de pulsar un botón que podría reconfigurar el futuro de internet. Una nueva y estricta regulación, implementada por la Administración del Ciberespacio de China (CAC), prohíbe a los influencers discutir temas “serios” -como medicina, derecho, finanzas o educación- sin poseer títulos profesionales que lo acrediten. En plataformas masivas como Douyin (el TikTok chino) y Weibo, si no puedes demostrar tu título universitario o licencia profesional, simplemente no puedes hablar del tema.

La justificación oficial es lógica y, en cierto modo, tranquilizadora: es un intento de frenar la ola de desinformación peligrosa que inunda las redes. Y es difícil estar en desacuerdo con el diagnóstico. Todos hemos visto el daño real: desde “finfluencers” promoviendo estafas de criptomonedas, hasta gurús del bienestar que aconsejan abandonar tratamientos médicos por terapias no probadas. La desinformación es una plaga, y Beijing ha optado por la cirugía radical.

Pero desde mi ángulo creativo, esta no es solamente una historia sobre censura. Es una historia mucho más profunda sobre el valor, la autoridad y la naturaleza misma del conocimiento en la era digital.
La economía de los creadores, que se estima moverá $480 mil millones de dólares para 2027, se construyó sobre la autenticidad, no sobre diplomas.

Durante la última década, presenciamos una “gran transferencia de autoridad”: la confianza se desplazó desde las instituciones (lentas, distantes) hacia el individuo (cercano, que responde comentarios). Confiamos en la “experiencia vivida” – el testimonio del paciente que usa su recuperación como plataforma, el emprendedor autodidacta que comparte su fracaso- por sobre el experto inaccesible.

La ley china dinamita este pilar. Al imponer un “credencialismo” formal, el Estado decide quién es un “experto” y devalúa el “saber no oficial”. El problema es que la innovación disruptiva rara vez nace en el centro acreditado; nace en los márgenes, en el under, con el outsider que ve lo que el experto no puede.
Es fácil observar esto como un acto autoritario lejano, pero sería un error.

Occidente enfrenta la misma “infodemia”, pero nuestras respuestas son distintas, creando un “splinternet” de la confianza. Mientras China impone control de credenciales, Europa responde con transparencia legal, como la “Ley de Influencers” en España, que regula por ingresos y seguidores, y las grandes tecnológicas estadounidenses nos regulan algorítmicamente. El marco “YMYL” (Your Money or Your Life) de Google, por ejemplo, ya penaliza en sus búsquedas el contenido de salud o financiero que carece de autoridad demostrable. Todos estamos intentando decidir quién tiene permiso para hablar; China solo lo hizo con un decreto.

Aquí es donde la innovación se vuelve fascinante. La creatividad bajo presión no muere; muta. Si la ley prohíbe la “falsa autoridad”, obliga a los creadores a ser más creativos. Veremos el auge del “influencer-curador”.

El talento ya no radicará en ser el experto, sino en ser el anfitrión del experto. El influencer usará su verdadera habilidad -la narrativa, la conexión emocional- para “empaquetar” a médicos y abogados certificados. La estrategia de las marcas cambiará: “cuenta historias, no des recetas”.

Desde mi punto de vista sobre la innovación, mi preocupación mira el daño colateral. La lucha contra la desinformación es vital. Todos conocemos a alguien que compró un producto milagroso por un reel. Pero al crear un “ciberespacio limpio”, corremos el riesgo de hacerlo también estéril.

Un mundo donde solo los acreditados pueden compartir conocimiento es más seguro, sin duda. Pero también es un mundo más predecible, menos diverso y, quizás, menos humano. El péndulo osciló de la autoridad total a la anarquía de la opinión y ahora vuelve con una fuerza aterradora.

Mi temor es que, en nuestra justa búsqueda de la verdad verificada, se pierda la autenticidad de las redes de la experiencia compartida.

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