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Cocinar el nuevo lujo. Bienvenidos a la era del Homo-Exhaustus

La tiranía del tiempo ha convertido el cocinar en un lujo. Mientras los supermercados reemplazan la venta de “ingredientes” por “tiempo” envasado, las cocinas domésticas enfrentan su posible extinción para 2050, una transformación cultural que te invitamos a explorar.

La historia de nuestra civilización podría resumirse, sin temor a exagerar, en la forma en que hemos controlado la energía para alimentarnos. Desde aquel “Homo-Erectus” que dominó el fuego para digerir la carne y liberar energía metabólica para que nuestro cerebro creciera, hasta la nonna que vigilaba un ragú durante seis horas, la cocina fue siempre un centro de la existencia humana. Fue nuestro primer laboratorio químico, nuestro espacio de socialización real y, quizás, el último refugio de la vida manual en el hogar.

Pero algo se rompió. En algún punto indeterminado entre la masificación del microondas y la omnipresencia de las apps de delivery en nuestros teléfonos, decidimos colectivamente que ese “fuego sagrado” era, en realidad, una pérdida de tiempo. Hoy nos enfrentamos a una transformación sin precedentes, una suerte de “rebelión doméstica” donde la Air Fryer y el repartidor de Rappi han reemplazado al rito ancestral de cocinar.

No estamos ante un simple cambio de hábitos de consumo o una nueva moda foodie para Instagram; estamos ante la redefinición de la supervivencia urbana. Si las tendencias actuales se cristalizan -y los números que manejan los magnates del retail así lo indican-, la cocina tal como la conocemos, ese espacio de 15 metros cuadrados con hornallas y mesones, podría desaparecer para el año 2050.

Esto no es una columna de nostalgia gastronómica. No vengo a romantizar el batir huevos a mano, es un intento de entender por qué el retail ha dejado de vender ingredientes para pasar a vender “salud mental” o “tiempo” envasado al vacío; y por qué, bajo la afilada óptica del filósofo Byung-Chul Han, el simple acto de cocer un huevo se ha convertido en un síntoma clínico de burnout.

La tiranía del tiempo

Bienvenidos a la revolución del “todo listo”, servida con una generosa capa de microplásticos y la promesa de devolvernos el único activo que, por más tecnología que tengamos, no podemos fabricar “el tiempo”.

Para entender por qué compramos bolsas de fruta cortada y pollos asados en envases térmicos, hay que mirar dentro de nuestras cabecitas locas. Vivimos en la tiranía del tiempo real. La sociedad digital ha abolido la duración. Todo debe ser inmediato, el mensaje, el like, el placer y, por supuesto, la saciedad. Hemos perdido el “aroma del tiempo”, esa capacidad de demorarnos en las cosas. Cocinar es, por definición, un acto de resistencia temporal, que requiere dedicar tiempo a esperar que el agua hierva o a que la masa leude.

Pero para el sujeto moderno, hiperestimulado y autoexplotado, esos minutos frente a la olla mirando el agua burbujear son insoportables. Son “tiempo muerto”. Y en la lógica del rendimiento actual, el tiempo muerto es pecado mortal. El sujeto llega a casa exhausto y no tiene “ancho de banda” mental para decidir qué cocinar, verificar ingredientes y elaborar. Ese proceso es pura “fricción”, y si algo odiamos en esta época del capitalismo de digital y economía de la atención, es la fricción.

Al comprar el plato listo, eliminamos la acción y la contemplación. Nos convertimos en meros consumidores de calorías para seguir funcionando. El retail lo sabe y actúa como nuestro nuevo terapeuta: “No te preocupes”, nos susurra desde la estantería refrigerada con sus islas de soluciones. “Yo ya pensé por ti. Yo ya cociné. Tú solo paga y descansa”. El pollo asado del supermercado se ha transformado en el ansiolítico de la sociedad.

Es fácil caer en el cinismo y llamar a esto “productos para vagos” y reírnos de la compra de un “huevo duro envasado”. Pero esa burla esconde una realidad social más oscura. El auge de estos productos no se explica por la pereza, se explica porque vivimos al límite y responde a un consumidor agotado mentalmente.

El agotamiento psíquico del individuo es un microcosmos del agotamiento del planeta. Esta frase es devastadora cuando se aplica a la alimentación. Nuestra fatiga mental impulsa a que compremos “todo listo” no por pereza, sino porque estamos “quemados”. La demanda de productos ultraprocesados y listos para comer es directamente proporcional al nivel de estrés y burnout de la población urbana.

La data

Dejemos la filosofía un momento y vayamos a los números duros, esos que le gustan a los gerentes de marketing. La tendencia es clara y ascendente. Según datos cruzados de la industria alimentaria y reportes recientes el consumo de platos listos para comer ha alcanzado cifras récord.

En 2024, el consumo per cápita de platos preparados se situó en 17,17 kilogramos por persona al año. Para ponerlo en perspectiva, es como si cada ciudadano sustituyera casi tres semanas completas de alimentación exclusivamente con productos procesados que solo requieren abrir y calentar.

Mientras el sector alimentario general sufre estancamientos o ligeras caídas, el segmento de “platos listos” crece. Esto desafía la lógica económica tradicional, la comida preparada es más cara por kilo que los ingredientes crudos. Sin embargo, el consumidor prefiere recortar en calidad o cantidad antes que recortar en conveniencia. La elasticidad de la demanda de “tiempo libre” es bajísima, y haremos lo que sea para no tener que cocinar un miércoles a las 9 de la noche.

Harvard Business Review y otros analistas de mercado han estado monitoreando este fenómeno bajo la lupa de la Convenience Food. El consenso académico y corporativo es que estamos ante un cambio de paradigma en la definición de valor.

En el pasado, el valor estaba en el ingrediente: un buen tomate, un buen corte de carne. Hoy, el valor está en la eliminación de pasos. HBR destaca que el crecimiento de la clase media global, la urbanización y la participación femenina en la fuerza laboral, sin una corresponsabilidad doméstica real por parte de los hombres, han creado el caldo de cultivo perfecto para la comida de conveniencia.

El dato de los 17 kg no es solo glotonería; es una métrica de la gestión del tiempo en el hogar moderno. Cada kilo de plato preparado representa aproximadamente una hora de trabajo doméstico ahorrado (planificación, compra, preparación, limpieza). Por lo tanto, esos 17 kg representan casi dos días completos de vida recuperados al año. El retail lo sabe y factura en consecuencia, dándose cuanta que su competencia no es el supermercado de enfrente, sino el restaurante y el delivery.

Para competir, deben ofrecer la misma inmediatez. “Vender comodidad es vender salud mental en estos tiempos”, podría ser el “eslogan honesto” de cualquier cadena de supermercados hoy.

¿Hacia dónde vamos?

Juan Roig, dueño de Mercadona cadena líder de supermercados Española, ya lo profetizó “Las cocinas desaparecerán de las casas” para 2050. Y tiene su lógica, hasta visto desde la eficiencia energética. ¿Por qué tener millones de hornos encendidos para un solo pollo cada uno? El futuro apuntaría a viviendas sin cocina, solo con un “espacio” de regeneración, abastecidas por “Dark Kitchens” y tuberías de delivery.

La cocina doméstica va camino a convertirse en el nuevo “golf”, un lujo exclusivo reservado para quienes posean el espacio y, sobre todo, el tiempo. Recursos que serán escasos en la vivienda del futuro bajo modelos del estilo del “Housing as a Service”.

Hemos recorrido un largo camino desde el “Homo-Erectus” para convertirnos en “Homo-Exhaustus”, calentando una lasaña en el microondas mientras “scrolleamos TikTok” para adormecer la ansiedad. Quizás las cocinas desaparezcan, y con ellas una forma de paciencia y auto cuidado.

Seamos realistas, la revolución del “todo listo” va ganando porque atacó nuestra debilidad más profunda, el deseo de que la vida sea fácil aunque sea por un momento.

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