Caminando por Santiago, parecería que está cambiado el paisaje urbano, o mutando a un entendimiento. Esa vieja regla tácita que nos dictaba que el consumo debía ocurrir dentro de una fortaleza se está desmoronando. Durante décadas, compramos la idea de la “caja de zapatos” hermética: entrar al mall era abandonar la ciudad hostil para sumergirse en una burbuja climatizada donde perdíamos la noción del tiempo.
Pero esa normalidad se está fracturando. El modelo del encierro, opaco y segregado, ya no nos convence. Hoy, la ciudad pide a gritos recuperar sus espacio, y por primera vez en mucho tiempo, el concreto está cediendo a la necesidad de conexión y aire libre.
De espaldas al barrio
Miren a su alrededor. Hemos vivido bajo la lógica de la arquitectura del miedo. Piensen en Casa Costanera; un lugar lindo, “sí”, pero que funciona como un búnker de “semi-lujo”, un espacio que se esconde de la ciudad, que le da la espalda a la calle para mirar solo hacia adentro, protegiendo una experiencia aséptica que niega el barrio.
O pensemos en el clásico Parque Arauco, que a estas alturas parece un Lego en proceso constante de armado; un mall que ha ido sumando partes y parches con los años, convirtiéndose en un laberinto de pasillos que no siempre son amables con el peatón, con poca luz natural y donde uno siente que camina por un muestrario de consumo más que por un lugar con alma.

Gozar de tu tiempo
Después del encierro y la digitalización, ya no queremos más aislamiento. Queremos roce, queremos ciudad, queremos “vistas” y no muros ciegos. Y aquí es donde la trama urbana de Santiago se pone fascinante con tres casos que sigo de cerca.
El primero es el Mercado Urbano Tobalaba (MUT). Si han pasado por ahí, saben que no es un mall. Es una corrección a la frialdad de “Sanhattan”. Soy vecino y lo que me voló la cabeza no fue solo su estética industrial; que se define por un enfoque en la sustentabilidad y la innovación de los materiales, que algunos critican por parecer “obra gruesa” pero que yo encuentro honesto y hermoso, sino algo tan simple cómo dignificar el transporte. Por primera vez, llegar en Metro no es entrar por la puerta trasera. Conectar la salida del Metro Tobalaba directamente con una plaza vibrante cambia las reglas del juego, no te das ni cuenta que pasas del metro a un espacio de desconexión urbana.
Y ojo con el “Bici Hub”. No es el típico rincón oscuro al lado de la basura en el menos cuatro típico a que no tienen acostumbrados los mall; este es un espacio para 2.000 bicicletas y cuenta hasta con valet parking y duchas.
En MUT entienden que no vas ahí solo a comprar -porque para eso tenemos Amazon o Mercado Libre-, vas a recuperar y gozar de tu tiempo.

El espacio patrimonial
Pero Santiago no es solo Las Condes, Providencia y Vitacura, y aquí es donde el recién inaugurado VIVO Outlet Parque Los Toros en Puente Alto, aparece como un caso de justicia espacial. Puente Alto siempre fue el patio trasero del desarrollo inmobiliario, mucho cemento y falto de área verdes.
Este proyecto hizo algo que debería ser norma o servir de inspiración, rescató el Parque Georges Dubois, un pulmón verde patrimonial de 12.000 metros cuadrados que estaba oculto.
Caminar por ahí te plantea una paradoja interesante sobre la seguridad. En una zona difícil, este centro comercial actúa como un barrio cerrado de acceso público. Las familias pueden pasear tranquilas, los niños juegan en el pasto bajo la sombra de árboles centenarios, recuperando tiempo y calidad de vida. Algunos plantean que es privatizar la seguridad, quizás, no tengo esa respuesta. Pero pienso que para el vecino que busca paz un domingo, esa discusión teórica vale menos que la realidad de tener un espacio limpio y seguro.
Y finalmente, quiero hablarles de algo que me tiene muy curioso, de una promesa que me pone expectante; el futuro de la Ex Bolsa de Comercio. Territoria, los mismos detrás del MUT, compraron este templo urbano en el corazón herido del centro cívico, en una apuesta de riesgo monumental.
Imaginen esto, donde antes se gritaban los precios de las acciones en “La Rueda”, se proyecta un espacio de uso mixto, abierto, cultural. Pero lo más disruptivo es la idea de una “plaza en altura”. Abrir la azotea de un edificio que siempre fue un búnker para la élite financiera y devolvérsela a la ciudad como mirador público. Si logran sortear la burocracia del Consejo de Monumentos y la “inseguridad” del sector, esto podría ser el “efecto faro” que el centro necesita para renacer.

Hacer ciudad
Lo que une a estos proyectos es que entienden que en la era del clic, lo único que no se puede digitalizar, todavía, es la presencia física. No puedes descargar la sombra de un árbol ni el ruido de una plaza. Estamos dejando de ser simples consumidores de interiores climatizados para volver a ser ciudadanos.
La ciudad, al final del día, es el único algoritmo que no podemos apagar. Y aunque el camino está lleno de contradicciones, me gusta pensar que estamos recuperando el gusto por mirarnos a la cara, sin muros de por medio.