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El insólito caso de un individuo condenado por usar restos humanos para crear muñecas rusas

Durante años, Anatoly Moskvin robó los cuerpos de niñas para “cuidarlas” en su departamento, mientras la policía atribuía las profanaciones a actos vandálicos.

Cuando el inspector Igor Vasiliev ingresó a un edificio en una fría tarde de octubre en el barrio ruso de Nizhni Nóvgorod, rápidamente sintió un olor particular a humedad y descomposición. El aroma venía del departamento de Anatoly Moskvin, un solitario hombre que en su vivienda no solo guardaba libros apilados desde el suelo, sino también muñecas vestidas al viejo estilo soviético.

Pese a tener el aspecto de juguetes, las figuras escondían una cruda realidad: se trataban de cuerpos momificados de 26 niñas, cuidadosamente vestidas y dispuestas en sillas, sofás y la cama del dormitorio.

Nacido en 1956, Moskvin era un historiador y lingüista que en su niñez tenía un expediente escolar intachable y un don inusual para los idiomas, llegando a dominar 13. Su vida transcurrió entre libros sobre historia de Rusia, tumbas antiguas y redacciones académicas que lo llevaron a colaborar para universidades.

A sus 12 años fue obligado a besar el cadáver en el funeral de una niña de la aldea vecina, lo que despertó en él una profunda obsesión por los cementerios pese a que su respetada firma lo hubiera empujado hacia el mundo académico en un contexto normal.

El modus operando de Anatoly Moskvin, el hombre de las muñecas momificadas

Entre 2005 y 2011, las autoridades de Nizhni Nóvgorod registraron una serie de profanaciones en al menos una docena de cementerios. Los restos desaparecidos pertenecían a niñas de entre tres y quince años, cuyas tumbas aparecían abiertas sin explicación. A las familias se les dijo que se trataba de simples actos vandálicos. Nadie sospechaba que detrás de aquellos robos existía un patrón.

Revisaba la prensa local por reportes de fallecimientos recientes, caminaba los cementerios durante el día y de noche regresaba con sus herramientas“, relató el investigador principal del caso, Nikolai Smirnov.

La policía llegó hasta el sospechoso, Anatoly Moskvin, gracias a un hallazgo fortuito: los agentes habían identificado símbolos y mensajes crípticos en las lápidas. Cuando fue interrogado, Moskvin se mostró sereno. “No quise hacerles daño“, respondió el hombre, quien añadió que “solo quería que no estuvieran solas“.

En su departamento, los investigadores hallaron más de veinte cuerpos momificados. Moskvin los había vestido con ropa infantil, cubierto con máscaras y rellenado con trapos y telas. Según confesó, cada niña tenía un nombre, una historia y un lugar en su casa. De noche, los vecinos oían música y susurros. Ninguno imaginó que, tras esas paredes, dormía un cementerio.

Pese a que la fiscalía solicitó cadena perpetua, el tribunal consideró a Moskvin inimputable por incapacidad mental y ordenó su confinamiento indefinido en una institución psiquiátrica.

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