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26 de Septiembre de 2014

Se acaba el Mundo

La reciente Cumbre climática reafirma esa sensación. Pareciera que no hay capital político puesto en juego o al menos no el suficiente, y eso sin duda se debe en parte a que no existe la presión ciudadana necesaria para provocar un cambio real.

Por Ezio Costa
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Ezio Costa es Abogado y académico de las facultades de Ingeniería y Derecho de la Universidad de Chile. Integrante de la Red Transdisciplinaria de Medio Ambiente (PROMA) e investigador del Centro de Regulación y Competencia (RegCom). Es director ejecutivo de la ONG FIMA. @eziocosta

Suena a sesacionalista, pero no lo es. Que el mundo se acaba es una teoría que va ganando más adeptos, por lógica, pero también por las pruebas que existen sobre ello. No es un acabo de mundo como el que normalmente nos imaginamos, ni un ataque , ni un desastre natural simultáneo y definitivo, ni un virus que se expande exponencialmente entre la humanidad.Pero lo cierto es que la humanidad está consumiendo muchos más recursos de los que el planeta puede producir y reproducir en sus ciclos naturales y por lo tanto, estamos acabando con ellos. O para ser respetuosos con las leyes de la física, convirtiéndolos en materia y energía no consumible por humanos.

Esta teoría no tiene nada de nuevo y de hecho coincide con los primeros movimientos ambientalistas masivos de los años 70. Fue el llamado Club de Roma, un grupo de científicos del MIT estadounidense, quienes en 1972 publicaron la primera edición de “Los límites del crecimiento”. En ese libro daban cuenta de que el planeta tierra era un sistema finito y cuya producción de recursos requería de ciertos tiempos y condiciones. Advertían que a medida que la población humana crecía y asimismo su consumo, las condiciones y tiempos de los ciclos naturales no se estaban cumpliendo, y que por lo tanto los estábamos agotando.

Desde que el libro fue publicado ha sido objeto de duras críticas, calificándose la teoría como demasiado catastrófica y exagerada. Sin perjuicio de eso, la investigación se ha ido actualizando y perfeccionando con los años y en el 2014, un grupo de científicos de la Universidad de Melbourne se dio a la tarea de testear las predicciones de “Los Limites del crecimiento”. El resultado es muy interesante y muestra que los autores estaban en general en lo correcto en relación a los datos que estimaron sobre consumo de recursos, contaminación y crecimiento de la población. Al parecer, el mundo sí se acaba, no de la manera en que la ficción Hollywoodense lo ha fijado en nuestro imaginario, sino en la manera en que las cosas suelen acabarse: pausada y gradualmente.

Sumémosle a lo anterior el cambio climático. Así como otros recursos naturales se agotan, la capacidad de la tierra para sintetizar los gases con efecto invernadero también se colapsa, y ello tiene y tendrá consecuencias catastróficas para la humanidad. Este punto es uno de los más críticos, y aunque hemos logrado ponernos medianamente de acuerdo en la necesidad de abordarlo, no parece que demos con las soluciones. La reciente Cumbre climática reafirma esa sensación. Pareciera que no hay capital político puesto en juego o al menos no el suficiente, y eso sin duda se debe en parte a que no existe la presión ciudadana necesaria para provocar un cambio real.

A pesar de existir abrumadora evidencia científica en relación a nuestro sobre consumo de recursos, la alteración de la atmósfera y el clima; y de los innumerables estudios que aseguran que la manera en que estamos conduciendo nuestras vidas nos está llevando a la autodestrucción como especie, la actitud generalizada no pasa de la pasividad. ¿Qué provoca esta disociación?

Pues bien, en parte pueden ser los baches -llamados generalmente irracionalidades- en nuestra inteligencia racional, los que dificultan tomar las decisiones que efectivamente más nos convienen. En este caso, pareciera que operan al menos el llamado “sesgo del presente”, en conjunto con la “inconsistencia temporal” y el “sesgo de exceso de optimismo”. El primero es la valoración de lo presente por sobre lo futuro, sin importarnos los efectos que tengan las cosas al largo plazo. Cuestiones como fumar a pesar de que sabemos que reduce nuestra expectativa y calidad de vida ( suponiendo que nos interesa vivir más y mejor) o endeudarnos más allá de lo sustentable para adquirir cosas innecesarias, son efectos cotidianos de esta irracionalidad que opera a la par de la inconsistencia temporal. El problema es que esas decisiones que tomamos en el minuto A (seguir fumando, seguir comprando), habrían sido distintas si las hubiésemos decidido en el minuto B (en la cama del hospital o el banquillo del tribunal). Asimismo, el exceso de optimismo nos hace creer que antes que llegue ese momento fatal se producirá una solución, se encontrará la cura del cáncer o conseguiremos ese ascenso y el consiguiente aumento de sueldo. Valoramos consumir petróleo hoy, a pesar de que eso signifique derretir los glaciares, pero cuando el agua dulce sea aún más escasa, probablemente creeremos que la decisión no fue la correcta.

A estas irracionalidades individuales se suma el hecho de que hacer frente al cambio climático y al excesivo consumo de recursos, es una dilema de acción colectiva que requiere de la cooperación de la humanidad entera para poder resolverse. Porque si el momento de las soluciones llega, es evidente que eso implicará al menos un cambio en la vida como la conocemos, y esos cambios nunca son fáciles (cosa que hace a los políticos no moverse de manera muy brusca). Más gobernantes del mundo han caído por un alza en las bencinas, de los que se ven amenazados por su falta de acción en materia ambiental, y eso lo saben bien quienes se encuentran en el poder. El escenario visto así es desalentador, a tal punto que Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel por sus investigaciones en economía conductual habría dicho, consultado por el cambio climático, que lamentablemente él no veía una salida posible.

La manera en que vivimos como especie, nuestra visión y concepto sobre el mundo va a terminar y lo que venga dependerá de cómo seamos capaces de colaborar. Me asiste el convencimiento de que hacernos conscientes de nuestras limitaciones nos permite superarlas, en un ejercicio kantiano en que nuestra voluntad se imponga sobre nuestras pulsiones, para así lograr la libertad y con ella presionar a nuestros gobernantes a buscar soluciones cooperativas a objeto de poder proteger la existencia humana y su dignidad en el futuro. Es la única posibilidad racional, a pesar de que pueda significar algunas perturbaciones en nuestra vida presente.

Espero que no sea solamente mi propio sesgo de exceso de optimismo el que me lleve a pensar así.

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