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26 de Junio de 2021

El diablo está en los incentivos

Como se dice; el diablo está en los detalles, sobre todo en lo que se refiere a los delicados mecanismos de ahorro e inversión, a la competencia verdadera entre empresas, a la conducta de los actores del sector público. Muchas veces se peca de voluntarismo y poca consideración de las experiencias. Crucemos los dedos para que, más adelante, no sea el caso de los programas de los candidatos.

Por Hugo Lavados
De acuerdo a lo que indican los programas de los precandidatos presidenciales, tenemos montos en un rango muy amplio de incrementos de la recaudación, del 3% al 10% del PIB. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Hugo Lavados

Hugo Lavados es Ex ministro de Economía

Hemos conocido las propuestas tributarias de los precandidatos presidenciales, las que -con mayor o menor detalle- indican que van a elevar los impuestos, aunque en rigor tendrían que decir que van a presentar proyectos al Congreso para lograr ese propósito.

De acuerdo a lo que indican esos programas, tenemos montos en un rango muy amplio de incrementos de la recaudación, del 3% al 10% del PIB, es decir, entre 9 a 30 mil millones de dólares anuales de mayores ingresos fiscales. Es necesario indicar que se debe partir desde la base de que va a ser necesario que esos ingresos se eleven, solo para poder financiar los gastos ya comprometidos, pero cuánto y cómo subirían hacen toda la diferencia del mundo. Hasta el 5% parece posible; sobre eso es puro realismo mágico.

Esos programas están escritos con tinta roja y verde. Roja, por los déficits fiscales que provocarían, lo que ha sido muy comentado, siendo evidente que, en varios casos, la suma de gastos que significarían las políticas propuestas excede con largueza lo que el mismo programa señala como incremento tributario. Ello se vincula, para complicar aún más el futuro próximo, con proposiciones de parlamentarios sobre rebajas de ciertos tributos (que requieren patrocinio del Ejecutivo, si respetamos la Constitución vigente).

Lo de verde, se refiere a que las nuevas políticas serían sustentables, concepto que también se repite constantemente por los recientemente electos integrantes de la Convención que redactará la nueva Constitución. Es curioso que en el parlamento una de las ideas sobre impuestos sea la de sobretasas a combustibles, que es lo anti verde por antonomasia, una contradicción más en propuestas parlamentarias cargadas de contradicciones.

Se ha dicho casi nada que utilizar conceptos como sustentabilidad sin definir sus contenidos es propio del ser político chileno, muy bien definido por Coco Legrand como “entre Tongoy y Los Vilos, o la nada misma”.

A ese nivel de generalidad es posible estar de acuerdo, excepto por el “pequeño” olvido, muy frecuente en las propuestas económicas de parlamentarios y movimientos políticos, del impacto de esas propuestas sobre los incentivos. Los incentivos mueven a los agentes económicos; su ausencia deja a un sistema con un funcionamiento chato, sin dinamismo ni horizontes. En ese contexto, resulta extraña la falta de consideración a los incentivos (incluyo a los desincentivos en el concepto) que resultan de nuevos impuestos y regulaciones que existirían sobre la actividad privada y los mercados. En eso, es muy importante el alto nivel de incertidumbre que conlleva el contexto político, social, junto a las nuevas disposiciones constitucionales.

Podemos mencionar dos variables que son impactadas por esos cambios. Tenemos que las perspectivas sobre las utilidades de las empresas, el crecimiento de las ventas y la innovación en procesos y productos son incentivos claves, no únicos, pero muy importantes.

Ha sido ampliamente demostrado que frente a la probabilidad de tener utilidades y a las posibilidades de expansión, se desatan las fuerzas que hacen dinámica a una economía. Es la vieja “destrucción creativa” que planteó Werner Sombar y luego desarrolló Joseph Schumpeter. Esas fuerzas son las que impulsan el emprendimiento, que significa la creación de nuevas potencialidades de producción; como también ha sido demostrado, cuya velocidad e intensidad depende de la cultura local. Un sistema económico funciona mal con desigualdades, y peor si ellas se perciben como crecientes, lo que lleva a desarrollar políticas que orienten al crecimiento hacia mejores remuneraciones, oportunidades equitativas y posibilidades de servicios públicos con mayor gasto y más calidad. El también viejo planteamiento de mejor mercado y mejor Estado.

Volviendo a los impuestos, parece que se olvida el proceso político para obtener esa mayor recaudación. Tampoco se indican los supuestos sobre crecimiento sectorial, que son condición necesaria de cualquier política tributaria. Sin embargo, lo más relevante es lo que se supone acerca del comportamiento de consumidores e inversionistas, y eso brilla por su ausencia; sería de una ingenuidad exquisita que implícitamente se plantee que los cambios tributarios y en las regulaciones no tendrían efectos sobre las conductas en los mercados.

Por supuesto, sería una tontera deducir de lo anterior que siempre sería extemporáneo elevar los impuestos o cambiar las regulaciones económicas; pero, también es una tontera no considerar sus impactos sobre los incentivos y, por lo tanto, sobre el comportamiento de los agentes económicos, especialmente respecto al proceso de ahorro-inversión.

Como se dice, con gran sabiduría antigua; “el diablo está en los detalles”, sobre todo en lo que se refiere a los delicados mecanismos de ahorro e inversión, a la competencia verdadera entre empresas, a la conducta de los actores del sector público. Muchas veces se peca de voluntarismo y poca consideración de las experiencias. Crucemos los dedos para que, más adelante, no sea el caso de los programas de los candidatos.

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