
La injerencia de la Iglesia en la política del mundo no es novedad. Desde la influencia directa en gobiernos débiles de países subgobernados, hasta la virtual transferencia de metodología para que la política utilice a la religiosidad como herramianta determinante para adormecer al rebaño.
Cuando Marx dijo que la religión era el opio de los pueblos, no se percató que ni siquiera sus seguidores comunistas la iban a utilizar del mismo modo que sus adversarios capitalistas. La política es religión.
Como parte de su rol político, la intervención de la iglesia se ve reflejada en instancias como la mediación en conflictos internacionales (algunos eternos y con poco éxito de resolución) o en el intento de proponerse como un punto de vista sobre temas que impactan en cultura global, pero en los últimos tiempos ya no sólo es el rol de puertas hacia fuera, sino que sale a la luz una contienda política interna en el Vaticano que mediaticamente se ha filtrado y que ha crecido en intensidad.
Y fue el papa Francisco (Jorge Bergoglio), quién desde su capacidad para generar analogías entre el relato dogmático y la realidad cotidiana, ha profundizado el rol de un Papa como el de una figura más política que divina, inclusive en una interna que lo lleva a diseñar un organigrama que se ajuste a las intenciones de poder.
Así, conservadores versus progresistas son parte de una grieta religiosa típica de la confrontación ideológica este-oeste; neoliberalismo-comunismo; progresismo-conservadurismo.
Para los simplistas, derecha-izquierda en todas sus variantes.
La sucesión de Francisco parece mostrar una continuidad con evolución, en la que el nuevo papa León XIV parece enrolarse. Vienen del mismo lugar, entienden al mundo de manera bastante similar y, más allá de su cercanía emocional y física con el Perú, se trata de un Papa estadounidense, en un mundo dónde hasta hoy el estadounidense más poderoso parecía ser Donald Trump, quién no debe estar muy feliz con esta elección.
Algo similar ocurrión con Cristina Kirchner en 2013. Recordemos que la ex presidenta había sido electa en 2011 con el 54% de los votos, y a partir de allí hizo hincapié en el “vamos por todo” asumiendo que era la figura argentina de mayor poder. El tema es que en Marzo de 2013 dejó de serlo cuando Bergoglio fue nombrado papa, el que ahora sí era el argentino más poderoso. Y entre luces y sombras, la política argentina también fue parte determinante de la agenda papal.
Hoy Leon XIV se transforma en un líder de 1400 millones en tanto que Trump tiene el liderazgo del poco más del 50% de los estadounidenses, y con una agenda plagada de temas confrontacionales con el nuevo Papa.
¿Cuánto afectará el rol y la postura de Leon XIV a la agenda con la que Trump pretende “ir por todo”?
Parece un tema menor pero no lo es tanto si consideramos que el discurso de Trump se sostiene en la rigurosidad conservadora extrema y deberá afrontar la crítica de un estadounidense que se supone con mayor liderazgo, aunque sin el poder de contar con el botón rojo.
Cultura woke, inmigración, pobreza, libertad de expresión, segregacionismo, negacionismo y otras tantas decisiones sostenidas por creencias que se cruzan de manera conflictiva con la postura trumpista.
Un León impensado apareció en la selva. Tal vez son tiempos para prestar atención en un mundo dónde la ambigüedad, la soberbia y la falta de liderazgos coherentes reemplazados por relatos salvajes, son lo corriente. Habemos Papa. El Rey León.