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La hora de los equipos (no de los egos)

Hoy más que nunca, los equipos deben ser el dique que contenga el ruido, no el que lo amplifique. La vocación de servicio —no el afán de figurar— debiera ser el criterio que organice el trabajo político, comunicacional y territorial de los comandos. Y eso exige una claridad brutal: no se puede construir liderazgo en base al cálculo individual.

Históricamente en las campañas políticas ha existido un fenómeno tan antiguo como nocivo: asesores que, desde la periferia del poder, intentan adjudicarse ideas, jugadas o vínculos privilegiados con la o el candidato de turno. Se instalan como emisarios informales, alimentan intrigas y a veces se sienten más importantes que el propio proyecto al que dicen servir.

Al mencionar esto no busco apuntar a nadie en particular, sino advertir el riesgo que este fenómeno conlleva para los candidatos, sean del sector político que sean: nada más peligroso para una campaña que un ego desatado en el corazón del equipo.

Comienza la etapa más compleja de cualquier carrera presidencial: esa en la que el vértigo, las encuestas y la ansiedad nublan el juicio político. Es ahora, cuando el camino se angosta, que los comandos y los partidos se enfrentan a una pregunta decisiva: ¿están al servicio del proyecto o de sus propios planes?

Hoy más que nunca, los equipos deben ser el dique que contenga el ruido, no el que lo amplifique. La vocación de servicio —no el afán de figurar— debiera ser el criterio que organice el trabajo político, comunicacional y territorial de los comandos. Y eso exige una claridad brutal: no se puede construir liderazgo en base al cálculo individual.

En los comandos y en los equipos partidarios se juega una parte importante de la legitimidad de un futuro gobierno. Allí se encarnan las señales de conducción, de visión colectiva, de capacidad de organización. Por eso, el riesgo que conlleva la presencia de asesores que operan con lógicas personales, instalando relatos propios o cultivando protagonismo mediático, es más que un problema táctico: es una amenaza estratégica.

Los partidos políticos son esenciales para la democracia y para sostener una candidatura. Pero también deben estar dispuestos a ceder espacios cuando corresponde, ponerse al servicio del proyecto común, y evitar que el calendario interno o los liderazgos en disputa se conviertan en obstáculos. Su rol no es imponer, sino contribuir a la gobernabilidad del proceso.

Y mientras los comandos afinan sus estructuras y los partidos se alinean, el Gobierno debe hacer su parte: concentrarse en cerrar bien su gestión. Sin distracciones, sin dobles agendas, sin pretensiones de tutela. El mejor legado para una candidatura oficialista es un gobierno enfocado, sobrio y eficaz, que no use su última milla para influir en lo que viene, sino para dejar una base sólida sobre la cual construir.

No se trata de silenciar a nadie ni de uniformar ideas, pero sí de entender que en una campaña lo que está en juego no es una hoja de vida ni una carrera futura. Es el destino de un país que necesita liderazgos conectados, proyectos colectivos con mística y equipos que no duden entre el bien común y su propio interés.

Hoy más que nunca, el profesionalismo, la lealtad estratégica y la madurez política son condiciones mínimas. Y los comandos, si aspiran a llegar a La Moneda, deben ordenar la casa. No basta con tener buenos voceros: hay que tener convicción, cabeza fría y disciplina interna. Porque gobernar es, también, aprender a ceder el ego por una causa mayor.

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