En el debate presidencial de la semana pasada, Franco Parisi lanzó una frase que generó revuelo en redes sociales, fue recogida por algunos medios y convertida rápidamente en meme: dijo que estaba bien que los mineros ganaran plata, se compraran una buena camioneta y, si querían, “enchularan a la vieja”.
Días después, Parisi intentó explicar que esa expresión sería una jerga minera para referirse a arreglar autos viejos. Sin embargo, no existe respaldo confiable que demuestre que ese uso sea real ni parte del lenguaje habitual en el mundo minero. La justificación parece más bien una explicación ex post para suavizar la polémica, un reencuadre retórico antes que un hecho cultural genuino.
La frase no pasó inadvertida, pero sí fue tratada con superficialidad. Nadie le pidió explicaciones. Ningún grupo que suele alertar sobre este tipo de discursos exigió que el candidato aclarara si esa es la forma en que concibe las relaciones humanas o el país que quiere representar. Tampoco vi análisis de fondo. Lo simbólico quedó reducido a lo anecdótico.
Desde lo comunicacional, eso es lo más preocupante.
Porque esa frase no surge al pasar. Es parte de una narrativa que Parisi viene construyendo hace años y que, para sorpresa de muchos, sigue encontrando eco. Apela a una idea de éxito rápido, individual, donde el consumo es señal de logro y la validación viene de lo que se puede mostrar. En ese marco, todo —la camioneta, la casa, la pareja— se convierte en expresión de estatus.
No es casual. Es eficaz. En una sola línea, Parisi condensa una visión completa del mundo. Y lo más inquietante es que en el debate nadie recogió esa frase para interpelarla, ni para abrir una conversación más profunda. Quizás porque hoy las preocupaciones de las personas están puestas en problemas muy concretos: cómo llegar a fin de mes, cómo enfrentar la inseguridad, cómo sostener la vida cotidiana.
Pero que esas prioridades sean urgentes no significa que debamos normalizar ciertas señales. Cuidar lo que hemos avanzado como sociedad —en respeto, en trato, en dignidad— también debiera ser parte de la responsabilidad pública.
En el auditorio hubo risas, sí, pero también incomodidad. Gente que se molestó. Pero todo quedó ahí. Nadie lo convirtió en una conversación real sobre el tipo de liderazgo que estamos validando, ni sobre las ideas de país que se filtran cuando dejamos pasar frases como esa.
Porque esta campaña no solo es confusa por la falta de definiciones. También lo es por la falta de límites. Cuando una frase así circula sin consecuencias, lo que se instala no es solo un estilo, sino un permiso. Y los permisos, en política, construyen realidad.
“Enchular a la vieja” no es solo una frase desafortunada. Es la señal de que hay un país que aún se siente cómodo en estereotipos que deberíamos haber superado. Si no somos capaces de decirlo con claridad —y sin caricaturas—, vamos a seguir corriendo el riesgo de retroceder, no porque alguien lo imponga, sino porque nadie lo detiene.