Secciones
Opinión

Kennedy Revisitado

Han pasado 62 años del asesinato del presidente John Kennedy. ¿Un loquito suelto o una conspiración mayúscula, que incluye a los servicios secretos y de inteligencia de EEUU? 

Si hay un hecho en Estados Unidos que genera, todavía, todo tipo de especulaciones es el asesinato del presidente John Kennedy, en la ciudad de Dallas, estado de Texas, el 22 de noviembre de 1963. 

Quien fue acusado de ese crimen, Lee Harvey Oswald, no alcanzó a enfrentar un juicio, ya que cuando era llevado a la comisaría, después de haber sido detenido por la policía, un hombre conocido por sus relaciones con la mafia, Jack Ruby, descargó su pistola contra Oswald frente a todo el mundo, matándolo en el acto. 

Oswald ya había dicho a quien le quisiera escuchar que él era un “patsy” en este caso. Patsy significa “chivo expiatorio”. Oswald clamaba que había sido escogido para ser inculpado, sin serlo. Su pasado de cercanía con Cuba, Méjico y, sobre todo, la Unión Soviética, en esa época de guerra fría, lo colocaba -sin necesidad de mucha prueba- como sospechoso natural y potencial asesino del presidente de los EEUU. 

Cosas que hay que decir. EEUU no era remecido por algo inédito. Al contrario, EEUU es la única democracia occidental donde han asesinado a cuatro presidentes, en pleno ejercicio de su cargo. Abraham Lincoln, asesinado en 1865 por John Wilkes Booth; James A. Garfield, asesinado en 1881 por Charles J. Guiteau; William McKinley, asesinado en 1901 por Leon Czolgosz, y John Kennedy, asesinado en 1963.

El presidente Trump, que también sufrió un atentado, ordenó recientemente desclasificar miles de archivos e informaciones sobre el asesinato de John Kennedy.

Este caso es el más deslumbrante, porque está lleno todavía de preguntas sin contestar, especialmente por vincularse el asesinato con la CIA, apoyando la idea de que Oswald fue un simple sujeto con historia subversiva suficiente, escogido para ser utilizado como asesino probable, sin que pudiera llegar a juicio porque fue -como ya dijimos- asesinado súbitamente, aunque estuviera rodeado de policías, detectives, periodistas y cámaras que mostraron su crimen con total transparencia. Su asesino, Jack Ruby, fue, primero, sentenciado a pena de muerte. Más tarde apeló a sus cargos y todo estaba listo para un nuevo juicio. Pero Ruby murió, llevándose su conocimiento del tema, a raíz de un cáncer al pulmón, en 1967. 

Para terminar, el colofón: el presidente Donald Trump desclasificó, hace pocos días, casi 80 mil páginas sobre el asesinato de John Kennedy. También prometió liberar todo lo que hay sobre el asesinato de Robert Kennedy, hermano de John, y también asesinado, en junio de 1968. Su hijo, Robert Kennedy Jr. es un conocido activista antivacunas y miembro del gabinete actual de Trump, como secretario de Salud y Servicios Humanos.

Han pasado 62 años del asesinato del presidente John Kennedy. ¿Un loquito suelto o una conspiración mayúscula, que incluye a los servicios secretos y de inteligencia de EEUU? 

Trump está hoy, por segunda vez, en el mismo sillón de Kennedy y ya sufrió un atentado en su contra, durante su segunda campaña presidencial, el año pasado. El presidente Trump ha mostrado intención de revelar todo lo que hay sobre el asesinato de Kennedy. 

Hay que recordar que cuando Trump compitió por su primera presidencia contra el también candidato y senador republicano por el estado de Texas, Ted Cruz, Trump dijo que el padre de Cruz estaba vinculado y había tenido contactos con Lee Harvey Oswald, previos al asesinato de Kennedy. Lo que lo llevó a prometer, si era elegido presidente,  la publicación definitiva de todos los documentos del caso Kennedy.

Y ha entregado miles de páginas que, hasta ahora, sólo habían sido conocidas por autoridades de gobierno y no por la ciudadanía.

Entre ellos un documento, publicado por Ciper Chile, nada que ver con Kennedy y Oswald, pero que llamó la atención por estos lados, y que da cuenta de que, en 1961, “11 de los 13 funcionarios políticos de la Embajada de EEUU en Chile eran agentes encubiertos de la CIA”. ¡Plop!

Notas relacionadas








Vuélveme a querer

Vuélveme a querer

El extraño caso de Cristian Castro es, finalmente, el de un artista que perdió el centro, vagó por los bordes y regresó sin pedir permiso. No volvió a través de un hit nuevo ni de una estrategia de marketing: lo hizo mediante algo más simple y más raro -una autenticidad torpe, luminosa e irresistible, respaldada por una carrera que, vista desde hoy, nunca dejó de importar.

Foto del Columnista Mauricio Jürgensen Mauricio Jürgensen