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Del cobre al conocimiento: lo que el Nobel de Economía enseña a Chile

El Nobel de Economía 2025 llega en un momento preciso de la historia de nuestro país, ya que reafirma una vez más que para crecer, debemos innovar y para innovar, debemos confiar en la ciencia y en quienes la hacen posible.

El Premio Nobel de Economía 2025 fue otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, tres economistas que han transformado la manera en que entendemos el crecimiento económico. Mokyr fue galardonado por haber demostrado que las innovaciones se generan una tras otra en procesos auto generativos, que requieren no solo saber que algo funciona, sino entender las explicaciones científicas de por qué funciona. Aghion y Howitt estudiaron los mecanismos que soportan el crecimiento sostenible. Los tres coinciden en una idea fundamental: El desarrollo sostenible no se explica solo por la acumulación de capital o recursos naturales, sino por la capacidad de las sociedades para innovar y adaptarse.

Sus investigaciones sobre innovación y “destrucción creativa” (término acuñado por Schumpeter que define el proceso mediante el cual nuevas tecnologías reemplazan a las antiguas) ofrecen lecciones muy actuales para nuestro país, en un momento clave para las definiciones de su modelo de crecimiento. Si el siglo XX fue el de los recursos naturales, el XXI es el del conocimiento.

Aghion y Howitt demostraron que el progreso económico se alimenta de la innovación continua. En su modelo de crecimiento endógeno, el avance tecnológico resulta de la competencia entre empresas que buscan innovar para mantenerse vigentes y productivas. Estudios posteriores de estos autores y otros han destacado el papel de las universidades y las políticas públicas en sostener ese proceso innovador mediante educación, investigación y estímulos a la competencia. Por su parte, Mokyr recordó que la Revolución Industrial no fue solo una revolución técnica, sino cultural. Emergió a partir de la curiosidad intelectual, la confianza y un entorno que valoraba el saber. Esa mirada histórica tiene plena vigencia hoy. El crecimiento moderno depende de sistemas que conectan ciencia, tecnología, educación y emprendimiento, en una dinámica de aprendizaje permanente.

Chile ha logrado grandes avances en estabilidad y bienestar, pero su economía sigue anclada a la explotación de materias primas. Mientras el mundo acelera el paso fortaleciendo la investigación e innovación, nosotros seguimos dependiendo de los precios del cobre o eventualmente, del litio. La pregunta que debemos hacernos es, a la vez, simple y urgente: ¿Cómo pasamos de exportar materias primas a exportar conocimiento? Las universidades chilenas son clave en esa respuesta. En ellas se concentra la mayor parte de la investigación científica del país y la formación del capital humano avanzado. Existen numerosas experiencias que muestran que la investigación universitaria puede generar innovación con impacto económico y social. Pero los avances siguen siendo insuficientes.
La inversión en investigación y desarrollo (I+D) representa apenas el 0,41% del PIB, muy por debajo del promedio de la OCDE, que supera el 2,5%. Estas cifras, que parecen ser un fetiche de la comunidad científica, describen con nitidez por qué seguimos anclados a modelos de desarrollo del siglo pasado. Con un esfuerzo tan bajo, es difícil construir una economía basada en conocimiento.

Las ideas de los nuevos Nobel nos recuerdan que la innovación no ocurre en el vacío. Requiere un ecosistema donde confluyan financiamiento estable, instituciones flexibles, colaboración entre universidades y empresas, y una cultura que premie la experimentación.

Chile, en la segunda mitad del siglo XX, comenzó a avanzar en esa dirección, pero falta una política de Estado que articule ciencia, tecnología y desarrollo productivo con visión de largo plazo. Algunas prioridades son evidentes, aumentar la inversión en I+D pública y privada con continuidad en el tiempo; fomentar la vinculación universidad-empresa mediante proyectos conjuntos e incentivos tributarios; descentralizar la innovación fortaleciendo polos regionales; y promover una cultura del conocimiento desde la educación básica hasta la gestión pública.

Tal como advierte Joel Mokyr, la innovación no depende solo de políticas, sino de una cultura que valore el conocimiento y la creatividad. Innovar implica aceptar el cambio, asumir riesgos y aprender de los fracasos, pero teniendo sustento en el conocimiento. En Chile, necesitamos avanzar hacia una sociedad que vea la ciencia no como un gasto, sino como una inversión estratégica en bienestar y futuro.

El Nobel de Economía 2025 llega en un momento preciso de la historia de nuestro país, ya que reafirma una vez más que para crecer, debemos innovar y para innovar, debemos confiar en la ciencia y en quienes la hacen posible. Chile tiene talento, universidades sólidas y una comunidad científica comprometida. Lo que falta es decisión política y visión de largo plazo. Ojalá que los candidatos y candidatas a la presidencia escuchen estas reconocidas voces, y se decidan a apostar por el conocimiento.

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