En Chile, el Programa de Integración Escolar (PIE) tiene como objetivo garantizar la inclusión y apoyo para estudiantes con necesidades educativas especiales, entre ellos aquellos con Trastorno del Espectro Autista (TEA). No obstante, desde la experiencia de la académica de Terapia Ocupacional UNAB, Andrea Mira, resulta evidente que la preparación dispar y la insuficiente inversión en capacitación y recursos para los profesionales que trabajan en las escuelas constituyen un reto que dificulta alcanzar una inclusión plena y efectiva. La comunidad educativa en su conjunto enfrenta el desafío de transformar la realidad de las aulas para que esta diversidad sea valorada y contemplada en la práctica diaria.
La complejidad del aula inclusiva refleja la necesidad de un compromiso integral de toda la comunidad escolar hacia la diversidad y la equidad educativa. Los equipos PIE en los colegios cuentan con profesionales de diversas áreas, incluyendo psicólogos, profesores con especialización en educación diferencial, fonoaudiólogos y terapeutas ocupacionales, entre otros. Estos especialistas tienen un rol crucial para facilitar la inclusión y entregar apoyos adaptados a las necesidades de cada estudiante.
Sin embargo, Andrea Mira señala un problema central: “las capacitaciones para profesionales en el PIE son heterogéneas y muchas veces dependen del esfuerzo y la inversión personal, lo que genera una brecha importante en la calidad del apoyo educativo”. Esto significa que, aunque algunos profesionales reciben formaciones avanzadas, esta preparación no es homogénea ni siempre accesible para todos, y muchas veces depende de iniciativas individuales.
Además, muchas capacitaciones tienen un costo elevado y carecen de un seguimiento sistemático, lo que limita la aplicación práctica de lo aprendido. La especialista subraya que hacer formaciones aisladas o puntuales no basta: “es fundamental que las capacitaciones vengan acompañadas de programas de acompañamiento y seguimiento que apoyen la implementación efectiva en los contextos escolares”.
La inclusión es tarea de todos y todas
Pero la capacitación es sólo una parte del desafío. Andrea Mira enfatiza que la inclusión no puede ser una responsabilidad exclusiva del equipo PIE o de los docentes en aula: “la inclusión efectiva requiere que toda la comunidad escolar valore y acepte la diversidad, no sólo que el equipo PIE o el docente se hagan cargo de la educación inclusiva.”
Esto implica que la cultura escolar, la directiva y el equipo docente deben remar juntos en la misma dirección, generando condiciones para que todos los niños, con o sin discapacidad, puedan aprender, participar y sentirse parte de la comunidad educativa.
Terapia ocupacional y estrategias para una inclusión efectiva
En este proceso, la terapia ocupacional se presenta como un aporte relevante para abordar las particularidades que presentan muchos estudiantes con TEA. Como explica Andrea Mira: “la regulación emocional y la integración sensorial son áreas clave donde la terapia ocupacional puede aportar para generar espacios escolares amigables para estudiantes con TEA”. Muchas veces, el entorno escolar presenta estímulos que pueden resultar abrumadores para estos estudiantes, como ruidos o luces intensas, afectando su capacidad de concentración y bienestar.
Los terapeutas ocupacionales trabajan en adaptar estos contextos sensoriales, creando ambientes que permitan a los niños sentirse calmados y focalizados, lo que facilita el aprendizaje y su interacción con compañeros y docentes. Este apoyo especializado no sólo mejora la experiencia en el aula, sino que también contribuye a la participación social en recreos y actividades extracurriculares, fortaleciendo el sentido de pertenencia.
Mirada hacia el futuro: formación docente y políticas públicas
Mirando adelante, la docente UNAB señala que el cambio profundo debe partir por la formación de los profesionales que trabajan con esta diversidad.
“La necesidad de modificar la formación inicial y continua de docentes es fundamental para que puedan responder a la diversidad creciente y complejidad de los estudiantes, integrando estrategias de autocuidado para el equipo educativo”, añade Andrea Mira.
El reconocimiento del estrés y agotamiento que enfrentan los docentes en contextos altamente demandantes es clave para sostener una educación inclusiva de calidad.
Además, los currículos de formación profesional deben evolucionar hacia modelos más flexibles y adaptativos, como el diseño universal para el aprendizaje, que pone el foco en eliminar barreras y no en ajustar a los estudiantes a estructuras rígidas. Esto, junto al desarrollo de capacitaciones con acompañamiento longitudinal y adecuado financiamiento, puede solucionar algunas de las brechas estructurales del PIE.