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Hábitos alimenticios modernos: ¿Hacia dónde queremos ir?

Resulta paradojo que en la historia de la humanidad el consumo de animales haya pasado de ser un gusto reservado para ocasiones especiales, a un producto de consumo masivo, convirtiéndose de paso en una de las principales causas del desequilibrio ambiental que hoy nos auto-infringimos.

El reciente escándalo que suscitó un restorán familiar inglés al poner dentro de su menú una hamburguesa doble entre dos donuts, me ha llevado a reflexionar acerca del por qué avanzamos hacia modelos de alimentación tan nocivos como sociedad, donde tienen espacio productos tan aberrantes como la burger donut, incluso cuando hacen más daño que bien.

Es evidente que una dieta alta en grasas saturadas, productos cárneos industriales, harinas refinadas y productos altamente procesados, es perniciosa para la salud humana, así como también para la salud animal y la del planeta. Sin embargo, la gran mayoría de los seres humanos sigue alimentándose así, y muchos restoranes y cadenas de comida insisten en desarrollar productos como la doble hamburguesa entre donuts, cuyas calorías  alcanzan casi el 100% de lo recomendando para una mujer  en un día (1.996 calorías) y su cantidad de grasa dobla el límite máximo diario recomendando para un hombre adulto (53grs).

Estas tendencias que hacen de la comida un producto chatarra y desechable, han sido posibles gracias a la industrialización que ha sufrido la producción de alimentos y en especial la carne y otros productos animales. Esta nueva manera de producir alimentos ha logrado bajar los precios de estos productos a tal nivel que son considerados commodities por la mayoría de los consumidores, incluso si sus prácticas productivas ponen en riesgo la salud humana (obesidad, diabetes, colesterol alto), el bienestar animal (confinamiento, abuso de antibióticos, crueldad) y la sustentabilidad ambiental (contaminación de aguas, excesivas emisiones de carbono, destrucción de bosque nativo).

Según un reporte de las Naciones Unidas (2007), el 67% de la producción de aves, 50% de la producción de huevos, 42% de la producción de cerdo, y 7% de  la producción de vacuno, proviene de fuentes industrializadas. Actualmente el 80% del crecimiento en el mercado de la producción animal viene de sistemas de producción industrializados ubicados en países como China, India y Brasil, donde además existe poca fiscalización ambiental y ética que norme estas industrias.

Mientras que la producción y las utilidades aumentan, la riqueza se sigue concentrando sólo en unas pocas manos, y ambas tendencias no muestran síntomas de retroceso, más bien todo lo contrario. Con el crecimiento de la clase media y el poder adquisitivo de sociedades que antes se consideraban pobres o en desarrollo, se espera que la producción de carne industrial a nivel global siga aumentando.

Resulta paradójico que en la historia de la humanidad el consumo de animales haya pasado de ser un gusto reservado para ocasiones especiales, a un producto de consumo masivo, convirtiéndose de paso en una de las principales causas del desequilibrio ambiental que hoy nos auto-infringimos.

No obstante, hay tendencias culturales que muestran un incipiente cambio en estos hábitos, siendo una de las más destacables la de los Lunes sin Carne o Meatless Mondays. Esta campaña sin fines de lucro nació el año 2003 al alero de la Escuela de Salud Pública John Hopkins; desde entonces se ha expandido a nivel mundial y a la fecha cuenta con grupos organizados en más de 35 países, algunos tan diversos como Suecia, Japón, Irán, Israel y Chile.

El mensaje de la campaña es simple: dejar la carne sólo un día a la semana. Los beneficios, numerosos: reducción del riesgo de enfermedades cardíacas y diabetes;  reducción en el uso de agua y combustibles fósiles a nivel productivo; reducción de nuestra huella de carbono; y mejora en la calidad nutricional de la dieta.

No se pierde nada con intentarlo por unas semanas, lo peor que podría pasar es que cambiaran nuestros hábitos para mejor.  

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