Democracia siempre
La política, el Estado, los Partidos Políticos no son ni malos ni buenos per se, dependen de quienes los manejen.
La política, el Estado, los Partidos Políticos no son ni malos ni buenos per se, dependen de quienes los manejen.
La falta de acuerdos y hasta la violencia en los parlamentos llevan a personalismos peligrosos y a la decadencia institucional, generando un vacío que pone en riesgo la libertad responsable a partir de estados autoritarios o de anarquía.
Tenemos que acordar que la izquierda y la derecha son malas opciones. No hay una mala derecha y una buena, como tampoco la mala y la buena izquierda. Ambas son malas desde su absolutismo y ceguera que las hace fracasar en su supuesto estado puro.
La tradición de Uruguay en términos institucionales, sólo interrumpida por una dictadura setentista como las tantas que vivió la región en aquellos años oscuros, está sostenida en la fortaleza de su política y de sus partidos que respetan la historia y no discuten la democracia más allá de la lógica confrontación por acceder al poder. Una confrontación que se sostiene en reglas de convivencia, más allá de la lógica competitividad de ideas.
El riesgo que generan las actitudes de la mala izquierda y de la mala derecha, está basado en su pretensión de restaurar lo que suponen es el orden social y para eso creerse eternos e invencibles. De más está decir que ese rol, el de sostener el orden institucional para la convivencia social, sólo lo tienen las leyes, y por ende la democracia.
El Estado puede ser presente, omnipresente, grande, pequeño, pero sin dudas, simplemente está. Y está, para hacerse cargo de su responsabilidad social, que abarca desde la defensa del territorio y sus ciudadanos, hasta la generación de bienestar en términos de las necesidades primarias de una sociedad.
En definitiva, la violencia organizada y especialmente la generada por el poder narcotraficante, nunca ha sido una variable controlable para los gobiernos de esta región.