El primer partido de fútbol que recuerdo haber visto en televisión (aunque acepto que uno podría confundirse ante las imágenes revisadas mil veces en recuentos y documentales) fue el famoso Italia-Alemania por las semifinales del Mundial de México 1970.
Tenía cinco años y retuve en la memoria incluso el escenario: el departamento de mi abuela, en Vespucio con Latadía, frente al antiguo Almac donde habíamos ido poco antes a comprar helados Bresler de paleta con “palitos plásticos de colores”. Ya sé que suena raro, pero hubo una época en que los helados venían así, para que los niños pudiéramos hacer unas especies de mecanos con dichos “palitos”, que se iban entrelazando para crear figuras de autos o de naves del espacio.
Italia, que pasaría a la final con Brasil, ganó 4 a 3 ese día en un cotejo fenomenal que sería llamado “el partido del Siglo” (en italiano “partita del secolo” y en alemán “jahrhundertspiel”).
Se jugó el 17 de junio en el estadio Azteca de Ciudad de México bajo un calor infernal, a dos mil metros de altura, ante 102 mil espectadores y hasta el día de hoy hay una placa en dicho recinto que lo recuerda como el mejor partido de la historia. Como ya era costumbre, yo lo vi solito porque a nadie más le interesó en mi familia.
Abrió la cuenta temprano el equipo azul (aunque para mi las camisetas eran grises por efecto del blanco y negro), obra de Roberto Bonisegna a los 8 minutos. Y parecía que con eso ganaban los dirigidos de Ferruccio Valcareggi, ex dt del Prato, el Atalanta y la Fiorentina, campeón de Europa con la azurra en 1968 y dueño del notable récord de que, bajo su mando, Italia clasificó a dos mundiales y sólo perdió 6 partidos en 8 años.
Pero justo a los 90 minutos empató Heinz Schnellinger, casualmente jugador del Milan, y tuvieron que ir a alargue, que pasó a la historia por los cinco goles marcados en la prórroga y por el alemán Beckembauer jugando con un brazo dislocado, pegado al cuerpo con un cabestrillo.
Alemania se puso en ventaja a los 94 con gol de Gerd Muller, que terminaría siendo el goleador del torneo con diez anotaciones. Empató el defensa Tarcisio Burgnich, a los 98. Pasó a ganar Italia a los 104 con gol de Luigi Riva. Volvió a empatar Muller a los 110, hasta que Gianni Rivera, el Bambino de Oro, marcó el gol definitivo apenas un minuto más tarde. Partidazo.
Justo ese año, el dueño de casa, mi abuelo Humberto Bianchi (cero futbolero) había muerto. Muy joven, menor que yo ahora, de un ataque al corazón. Y como nosotros vivíamos cerca pasábamos harto rato acompañando a “la nonna” para que no estuviera tan sola. Mi mamá trabajaba todo el día y mi papá estaba en esa época haciendo otra vida al servicio de la Unidad Popular en Potrerillos (desde donde de tanto en tanto nos llegaba leche holandesa y chancho chino comprado con las fichas de pulpería) asi que después del colegio, que quedaba cerca, regularmente nos pasábamos al departamento de Latadía a matar el tiempo jugando en el parque, viendo tele o leyendo “El Tesoro de la Juventud” y viejas revistas de historietas llamadas “Chapete contra Pinocho”, de 1923, editorial Calleja.
Me acuerdo de todos los ejemplares de esa hermosa colección, pero especialmente de “Chapete va por lana” y “Chapete en la isla de los muñecos”.
Ahí también, tres años más tarde, 6 de abril de 1973, vería (misma pieza, misma tele, de nuevo solo) la primera victoria de un equipo chileno en Brasil por Copa Libertadores: Botafogo 1-Colo Colo 2, en el Maracaná, con goles de Caszely y Chamaco Valdés. El cacique, dirigido por Luis Alamos, uno de los mejores equipos de nuestra historia al punto que llegaría a la final del torneo, esa noche vistió entero de blanco y le dio un baile al campeón de los brazucas, que tenían en sus filas a los fuera de serie Dirceu, Jarzinho y Marinho y eran dirigidos ni más ni menos que por el vigente campeón del mundo, el técnico Mario Zagallo.
Un capo que como jugador ya había sido campeón del mundo el 58 y el 62 y que, como entrenador, se había atrevido en México 70 a la locura de que en su equipo jugaran juntos y al mismo tiempo seis números 10: Gerson, Tostao, Pelé, Clodoaldo, Jairzinho y Rivelinho. En sus respectivos equipos eran, todos, volantes creativos por la izquierda. Clodoaldo, que era el que más marcaba, quedó de contención, Jairzinho se fue a la banda derecha, Rivelinho a la izquierda, Gerson quedó de 8, Tostao de 9 y el único 10 fue el mejor diez de la historia, con el perdón de Maradona: Edson Arantes do Nascimento, el rey Pelé.